lunes, 28 de febrero de 2011

¿Ya? Pues cerca



Como viene siendo costumbre en este blog cada febrero, julio y diciembre, retornamos de los exámenes con energías...

... ¿Podemos saltarnos el discurso? Genial.

Damas, caballeros, estamos de regreso en esta nueva temporada de El salón del estudio (próximamente en su cine más temprano), para seguir llenando la vida con abstracciones y curiosidades varias, saltar como locos al ritmo de La flauta mágica y tomar té con masitas en compañía de Mari Shelley y de Edgar Allan Poe en el tejado del Arco del triunfo. Como podéis comprobar de lo anterior, hemos retornado más absurdantes que nunca.

Y la pregunta es, ¿qué vamos a hacer ahora? La respuesta no podía estar más clara...

... Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky: ¡tratar de dominar el mundo!

Ejém... que situación incómoda esta... Ahora sí, hablemos claro. Saliendo del algarábico tono de la introducción anterior a este texto introducitado por la susodicha introducción, volvemos a ponernos serios en la reunión general (abierta al público) del salón del estudio.

Vamos por partes.

¿Los exámenes? Las cuatro materias (iban a ser cinco, pero por motivos particulares que bien podrían resumirse en las entradas de mediados de enero de por aquí), no se pudo dar esta circunstancia) han salido todas bien y aprobadas. ¿En qué situación nos quedamos? En que estoy en sexto y último año de la secundaria, queridos amigos, por lo que podemos bailar de la alegría y cantar al son de las voces unidas y tirarnos tortas de crema batida en el rostro y dejar escapar a los animales del zoológico. Visto está que no podré escribir una frase en serio en este post. Listo, ¡lo hice!

A ver, por dónde seguimos.

Sería un buen momento para seguir con la sección de matemáticas, que es la más regular del blog, aunque quisiera comenzar a introducir pequeños fragmentos de otros libros y de otros temas. Aún no me he puesto a coordinar los movimientos coordinados con los demás coordinadores del salón del estu... hem... del salóndel estudio (estudio coordinado, porsupuesto), para ver cómo seguimos adelante con las secciones y tratamos otros temas.

Me faltó aclarar una cosita... En la parte en que digo "retomar sección de matemáticas" (sí, justo esa), Jengibre toma una armadura élfica y grita "¡Por el Bosque de las Hadas Silvanas!". Hecha esta aclaración indispensable, sigamos adelante.

En líneas generales, me quiero poner al día con los comentarios sobre el blog y los premios que ha recibido (que tengo el recuerdo de que antes eso mismo se habló), así que será cuestión de organizarnos y pedir muchísimas disculpas a vosotros, fieles lectores de este blo, por no haberos podido contestar a tiempo ni haberos respondido con claridad todas vuestras dudas, consultas, anuncios y soluciones. Pero si ay algo que me gusta, es ver en sus jóvenes rostros la pasión por la política que yo tenía cuando joven. Porque son los jóvenes políticos de mañana, los grandes idealistas del hoy...
... huy, este era el discurso de la Kirchner. Lo que me hace pensar, ¡este año tenemos elecciones presidenciales por aquí! ¡Este año tenemos exceso de absurdancia al límite absoluto! ¡Este año tenemos incremento de chistes!

Veré cómo organizamos el mes de marzo, y luego seguiremos como hasta ahora. Improvisando, porque notamos que sale bien. Esto es nuestro, esto es vuestro. Esto es el salón del estudio. Y ha vuelto. (¹).

Y quizá este post no diga mucho, pero dice que seguimos en la sombra, esperando el mejor momento para deslumbrar con nuevas e intrépidas curiosidades y retos. Amigos del salón del estudio, ¡vuelve a comenzar la aventura!

¡Elen síla lumenn omentielvo!


(¹): "Somos estos, somos aquellos. Somos... los hombres de negro". No sé si es de la película o del mito popular, pero ¿a que no suena bien?

domingo, 13 de febrero de 2011

Cupido enamorado.


Cupido se siente triste y cansado. Cada día le cuesta más hacer su trabajo. Lleva toda su vida disparando las flechas del amor, uniendo corazones. Era sólo un niño cuando su madre le puso en la mano su primer arco y le colgó al hombro el carcaj lleno de flechas. Al principio le pareció muy divertido. Si algo faltaba en el mundo era más Amor, eso es lo que mamá siempre le decía. Le encantaba disparar a diestro y siniestro, sin pensar demasiado en las consecuencias. Se daban situaciones realmente disparatadas. Pero tía Atenea le hizo ver su error. Esas flechas tenían dentro uno de los mayores poderes. Un poder que no podía ser usado sin control. Le enseñó que todo poder conlleva una gran responsabilidad. Y descubrió que era verdad. Tenía un sentido especial para saber que corazones tenía que disparar. Y se aplicó a la tarea de unir corazones. Le encantaba observarlos antes y después de que su flecha los hubiera traspasado. Pero llegó un momento en que empezó a plantearse algunas cosas. Supuso que estaba creciendo, porque en lugar de sentirse feliz empezó a preguntarse como sería eso del amor. Sentía que le faltaba algo. Le preguntó a su madre porque él que tanto amor repartía, era incapaz de sentirlo. Su madre se encogía de hombros, eso eran cosas de mortales. Ellos eran dioses, estaban por encima de todo ello. Pero eso no le bastaba, se sentía algo perdido e incomprendido. Y se rebeló, decidió dimitir, colgar el arco y las flechas. No le encontraba sentido en provocar un sentimiento que ni entendía, ni podía sentir. Dejó el Olimpo y vagó por el mundo como un mortal más. Se estableció en una pequeña, tranquila y alejada isla. En una aldea de pescadores donde la gente era humilde pero feliz. El mar les daba todo lo que necesitaban para vivir. Así aprendió a navegar, a echar las redes, a vivir de sus manos. La isla estaba gobernada por un rey, viejo y sabio que vivía en el corazón de la isla. El rey tenía una única hija. Pero necesitaba un heredero. Se sentía viejo, cansado y enfermo. No quería dejar el reino en manos del único pariente masculino que le quedaba, su sobrino, un joven tirano y disoluto. La única solución era que su hija contrajera matrimonio. Pero nadie quería casarse con la princesa. Aún cuando el rey prometió el reino a quien la desposara. Cuando Cupido supo la noticia, se preguntó el porqué no había ningún pretendiente. Los pescadores le dijeron que era porque la princesa había sufrido un accidente cuando era una niña y que su cara quedó muy desfigurada, perdiendo toda su belleza. Nadie supo nunca explicar como había pasado, aunque algunos creían que había sido la nueva esposa del rey, celosa de la belleza de la niña. Pero nadie pudo demostrarlo, y la niña se ocultó de todo el mundo. Desde aquel día nadie la había visto. Por eso nadie se atrevía a pedir su mano. Temían encontrarse con alguien horrible y mostruoso. Al escuchar la triste historia de la joven princesa, Cupido sintió una pena tremenda en su corazón. Y por un instante deseo tener al hombro su arco y sus flechas. Pero como su tía le había enseñado, no podía utilizar su poder a la ligera. Decidió ir a la ciudad y conocer a la joven. Así, quizás, descubriría con qué corazón debía unirla.
Al anochecer abandonó la aldea de pescadores. Mientras se adentraba en el interior de la isla, camino del palacio real, en el aire llevaba una bella y triste melodía. No supo porqué, pero esa melodía le llenaba de emoción el corazón. Quizás porque hablaba de soledad e incomprensión. Cosas que él conocía muy bien. Y muy dentro de él nacía un deseo nuevo. Un sentimiento que nunca antes había conocido. Y supo que esa era la voz de la princesa, una voz tan dulce y embriagadora como ambrosía. Y volvió a ser él mismo, Cupido, el dios del Amor. Y como tal se presentó ante la princesa, que asombrada cesó su canto y corrió a esconderse. Se avergonzaba de su rostro quemado. Pero él había visto lo suficiente. La dulzura y bondad de su corazón, pero sobre todo su tristeza y soledad. Y eso le traspasó el corazón, y en ese momento supo que haría cualquier cosa por hacerla feliz. Y descubrió entonces que estaba enamorado. Se acercó a ella, y la tranquilizó. Le dijo que era la joven más bella que había conocido, y que de eso sabía mucho, no en vano su madre era la diosa de la Belleza. Y que si no se lo creía, podría demostrarlo. Mientras decía esto, sacó un espejo dorado y se lo acercó a la joven. Ella se miró con un poco de miedo, esperaba ver la fea quemadura de su rostro, pero no, allí no se reflejaba. Sólo veía a una hermosa joven que se parecía mucho a ella. Cupido le explicó que era un espejo mágico, y que reflejaba el verdadero aspecto de la gente. Y que así es como él la veía. Y le contó su historia. La habló de su soledad y su tristeza. Y ambos supieron que estaban hechos uno para el otro, unidos ya para siempre.
Cupido comprendió por fin lo importante que era su poder y su tarea. Pues sus flechas unían rápidamente a los corazones que estaban destinados a encontrarse y estar juntos. Corazones que sin él tardarían toda una vida en hacerlo. Y desde ese día jamás faltó a su trabajo. Y al volver a casa, cada noche, le esperaban los amantes brazos de su princesa.