El sol se detuvo en el cielo.
La niebla que había envuelto la Máquina se desvaneció. Se encontraban en los viejos tiempos, tiempos muy viejos en verdad, tres cazadores y dos jefes de safari con sus metálicos rifles azules en las rodillas.
-Cristo no ha nacido aún -dijo Travis-. Moisés no ha subido a la montaña a hablar con Dios. Las pirámides están todavía en la tierra, esperando. Recuerde que Alejandro, Julio César, Napoleón, Hitler... no han existido.
Los hombres asintieron con movimientos de cabeza.
-Eso -señaló el señor Travis- es la jungla de sesenta millones dos mil cincuenta y cinco años antes del presidente Keith.
Mostró un sendero de metal que se perdía en la vegetación salvaje, sobre pantanos humeantes, entre palmeras y helechos gigantescos.
-Y eso -dijo- es el Sendero, instalado por Safari en el Tiempo para su provecho. Flota a diez centímetros del suelo. No toca ni siquiera una brizna, una flor o un árbol. Es de un metal antigravitatorio. El propósito del Sendero es impedir que toque usted este mundo del pasado de algún modo. No se salga del Sendero. Repito. No se salga de él. ¡Por ningún motivo! Si se cae del Sendero hay una multa. Y no tire contra ningún animal que nosotros no aprobemos.
-¿Por qué? -preguntó Eckels. Estaban en la antigua selva. Unos pájaros lejanos gritaban en el viento, y había un olor de alquitrán y viejo mar salado, hierbas húmedas y flores de color de sangre.
-No queremos cambiar el futuro. Este mundo del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta que estemos aquí. Tenemos que dar mucho dinero para conservar nuestras franquicias. Una máquina del tiempo es un asunto delicado. Podemos matar inadvertidamente un animal importante, un pajarito, un coleóptero, aun una flor, destruyendo así un eslabón importante en la evolución de las especies.
-No me parece muy claro -dijo Eckels.
-Muy bien -continuó Travis-, digamos que accidentalmente matamos aquí un ratón. Eso significa destruir las futuras familias de este individuo, ¿entiende?
-Entiendo.
-¡Y todas las familias de las familias de ese individuo! Con sólo un pisotón aniquila usted primero uno, luego una docena, luego mil, un millón, ¡un billón de posibles ratones!
-Bueno, ¿y eso qué? -inquirió Eckels.
-¿Eso qué? -gruñó suavemente Travis-. ¿Qué pasa con los zorros que necesitan esos ratones para sobrevivir? Por falta de diez ratones muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos, buitres, infinitos billones de formas de vida son arrojadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto usted sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo, hasta sus raíces. Con la muerte de ese hombre de las cavernas, un billón de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se alce nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea para siempre un bosque oscuro, y sólo crezca Asia saludable y prolífica. Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. Pise un ratón y dejará su huella, como un abismo en la eternidad. La reina Isabel no nacerá nunca, Washington no cruzará el Delaware, nunca habrá un país llamado Estados Unidos. Tenga cuidado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera!
-Ya veo -dijo Eckels-. Ni siquiera debemos pisar la hierba.
-Correcto. Al aplastar ciertas plantas quizá sólo sumemos factores infinitesimales. Pero un pequeño error aquí se multiplicará en sesenta millones de años hasta alcanzar proporciones extraordinarias. Por supuesto, quizá nuestra teoría esté equivocada. Quizá nosotros no podamos cambiar el tiempo. O tal vez sólo pueda cambiarse de modos muy sutiles. Quizá un ratón muerto aquí provoque un desequilibrio entre los insectos de allá, una desproporción en la población más tarde, una mala cosecha luego, una depresión, hambres colectivas, y, finalmente, un cambio en la conducta social de alejados países. O aun algo mucho más sutil. Quizá sólo un suave aliento, un murmullo, un cabello, polen en el aire, un cambio tan, tan leve que uno podría notarlo sólo mirando de muy cerca. ¿Quién lo sabe? ¿Quién puede decir realmente que lo sabe? No nosotros. Nuestra teoría no es más que una hipótesis. Pero mientras no sepamos con seguridad si nuestros viajes por el tiempo pueden terminar en un gran estruendo o en un imperceptible crujido, tenemos que tener mucho cuidado. Esta máquina, este sendero, nuestros cuerpos y nuestras ropas han sido esterilizados, como usted sabe, antes del viaje. Llevamos estos cascos de oxígeno para no introducir nuestras bacterias en una antigua atmósfera.
Hay una proposición matemática que dice que, cuando se comete un error, por más efímero e ínfimo que sea este, al atravesar una sucesión de pasos, soluciones y despejamientos, este error se magnificará y terminará resultando en errores de inmensa magnitud, garrafales y que, como está claro, de una proporción muy superior a la del primer error. ¿Es esto cierto? Bueno, la triste realidad es que sí es cierto. En realidad, pequeños fallos en los cálculos de un ejercicio combinado, de una ecuación o similar, pueden resultar tremendamente graves a la larga. Una suma mal realizada, un número obviado, un signo mal colocado. Todo lo que no está bien, a la larga se termina volviendo adverso.
Es esta máxima la que utiliza
Ray Bradbury en uno de sus mejores cuentos:
’El ruido de un trueno’. Este cuento ha sido adaptado mil y una veces, así que es raro verlo aquí. la idea original fue la del propio Bradbury, y aquí él nos cuenta una historia asombrosa por sus características fantásticas. La ciencia ha evolucionado más de lo previsto, nos hallamos en el año 2055, hemos creado una máquina del tiempo, podemos ir a cualquier era que nosotros queramos. Pero una premisa de advertencia surge en torno a esta máquina: “Si vais al pasado, no debéis alterar nada. La muerte de cualquier planta o animal que no estuviera ya ‘programada’ podría ser fatal”. Una compañía organiza cacerías hacia el jurásico. Su sistema es perfecto e infalible. Sólo pueden cazar los especímenes que se sabe que morirán. Así, por lo menos, no se alterará el rumbo de la vida. Su teoría es que, cualquier espécimen que muera, cualquier cosa que se altere, repercutirá gravemente en el futuro; es decir, su propio presente. Ni una brizna de hierba, ni un mosquito, ni una bacteria. Saben que ellos son ajenos a ese tiempo, saben que no debieran estar allí. Saben que cualquier alteración podría significar la pérdida de toda una especie. Pero sin embargo, ellos siguen allí y siguen corriendo el increíble peligro de alterar todo un mundo.
Esta es la situación que, con gran magnificencia y con una increíble capacidad narrativa, Ray Bradbury nos presenta en su cuento. ¿Qué puede ocurrir? ¿Habrá garantías? ¿Cuántas cosas pueden pasar?
Un excelente cuento, una genial obra de ficción que os recomiendo para matar el rato y echar las células grises a pensar. Más que pensar, tan sólo para perderse, primero, en los fantásticos mundos de la literatura, y luego en los fantásticos recovecos de nuestra mente.
Sinceramente, considero a Ray Bradbury unos de los mejores escritores del siglo XX, y una referente en la literatura de ciencia ficción. ¿Qué más decir? Nada, mis palabras serían sólo un impedimento, un obstáculo, una forma de quitarle espacio a un verdadero genio de las palabras.
Aquí el cuento en su totalidad.[Nota: La máxima matemática propuesta con anterioridad se denomina “Efecto mariposa”, y podéis encontrar más sobre ella
aquí. El efecto mariposa está enmarcado (junto con otras teorías) en la
Teoría del Caos].