lunes, 29 de noviembre de 2010

Off topic: En nombre de la Navidad...



Así es, mis queridos amigos del salón del estudio, estamos entrando en épocas navideñas y, como añadido, también en épocas de exámenes. Por lo tanto, y como aún no he entrado en crisis psicótica (entrando en crisis psicótica en tres... dos... uno.... Bienvenido a crisis psicótica. Población: "¿Y tú qué me cuentas? ¡Estoy en crisis!") sigo dando vueltas por aquí con algunos posts residuales (léase posts que tienen razón de ser y van cargados con ácido sulfúrico). Me explico un poco. Son entradas que nacen de cosas que me parecen ridículas, pero que, por serlo, no dejan de ser también bastante serias y delicadas. Siguiendo con este tipo de entradas, que no me toma más de quince minutos, quisiera hacer una breve reflexión que me tiene hasta la coronilla. Antes de continuar, quiero hacer un aviso.

AVISO: CONSUMISTAS, ABSTENERSE.

¿Listo? ¿Se han solventado las cuestiones legales? Comencemos.

Hace un tiempo estuve peleando con el Firefox, como podréis recordar muchos de los que me ayudaron en una batalla que aún
continúa y que no creo poder ganar. En medio de esa batalla, en mi campaña de instalaciones, se me instalaron, casi por casualidad (léase "no tengo la más remotísima idea de cómo llegó eso ahí y estoy más perdido que perro al que lo han abandonado de grande") dos programas nuevos (o vaya a saber qué son estas cosas y para qué sirven). Sé que uno es el ITunes y el otro es el McAfee Security Scan Plus (que no sé para qué sirven ninguno de los dos, así que puedo tener la posibilidad abierta de acceder al ordenador de Bill Gates y la estoy desperdiciando). En fin. Cuando se me instalan estos programas, me aparece el diálogo correspondiente a todos los programas nuevos que ingresan en el ordenador, y, además, me da una opción... dejar mi correo electrónico para que me envíen mejoras y cosas de actualidad sobre Apple (y a todo esto, yo aún creía que era una expendedora de fruta, como Forest Gump).

Por favor, no pregunten porqué lo hice (o vamos, pregúntenlo,después de todo el blog va sobre la curiosidad), pero lo cierto es que lo hice. Iluso y pobre de mí, que aún no conocía quiénes eran los de Apple. Claro, porque nunca te esperarías algo así de una inocente corporación cuyo logo principal es una adorable manzana (lo que no consigo recordar es si la madrastra mordió la parte blanca o la roja de la manzana que le dió a Blancanieves). Y llegados a este punto, cualquiera que haya visto mi enfrentamiento virtual con Ciudad Seva, ya habría pensado de mí que no aprendo
ni una, ¿verdad? Pues tendríais razón.

Los dichosos correos que enviaban, ranas y caballos (¡ouch! perdón... era "¡rayas y centollas!") resultaron ser la misma publicidad basura de NotiCuento en Ciudad Seva. Pero hubo un añadido más. En Ciudad Seva, como algunos recordaréis, lo que se publicitaba eran libros de Luis López Nieves (normal, considerando que el hombre vive de los libros que escribe). Por el hecho de que fueran sólo libros no le dí mayor importancia (además en cada mensaje te ponen el enlace de cancelación de suscripción, con lo que no acotan tu libertad) (de acuerdo, no la acotan mucho).

Ahora bien. La lógica pregunta es... "¿Qué publicitan los de Apple?". Y la consecuente respuesta es...
... nuevas tecnologías. De acuerdo, no soy un amante de las nuevas tecnologías, no me gustaría estar esclavizado por las máquinas como plantea Ray Bradbury en "El asesino", pero tampoco permaneceré indiferente a algo que quizás no todos vean. He mencionado antes que en este blog, si se tiene que criticar a la izquierda o a la derecha se lo hará sin reparos, que yo permanezco en una posición neutral y no defiendo ninguna ideología política reconocida como tal y me guío por el criterio del sentido común. Es así como diré esto.

Dejemos de comercializar las fiestas de Navidad. Amo la Navidad, me gusta la Navidad, no hay mejor época que la Navidad y siempre recuerdo la infancia, la alegría y el toque particularmente milagroso que tiene toda esta temporada. Pero ¿es necesario? Hace un tiempo, Key publicó un post alusivo a la Semana Santa y todo lo que implica el tener que luchar contra las procesiones enardecidas, y yo extraje que la gente, aún los más religiosos, ha perdido el sentido de la Pascua de Resurrección. Como dijo Majad Magandi: "Creo en Cristo y al leer el Evangelio me siento cristiano; pero cuando veo a los cristianos, no veo a Cristo". Lo mismo pasa con la Navidad. Lo vivo como una fiesta para celebrar con la familia (por pequeña que sea esta). Lo vivo como una fiesta para celebrar sanamente con los seres queridos (una llamada, una felicitación, un deseo de bienestar o un simple gesto de aliento y de esperanza). Lo vivo como una fiesta de la ternura (me encanta fabricar cosas para regalar, o escribir, o ver que los niños hagan sus propios adornos para el árbol, o ver reunida a una familia en torno al pesebre, o ver que incluso las personas que están más solas tiene compañía). Y sobre todo, lo vivo como una fiesta espiritual. Es una fiesta, en efecto, que toma impulso sólo de un acontecimiento extraordinario y encantador que yo admiro y verdaderamente reconozco. Todo comienza en ese humilde pesebre de Belén. Yo no lo olvido, porque al olvidarlo, la Navidad es cuando deja de existir y se transforma en una burda pantomima. No niego una reunión, una cena (de cualquier cosa, tanto de sandwiches modestos o de un pavo), tampoco niego la alegría conjunta de la familia. Niego el maldito materialismo y el frenesí consumista. Y no culpo a nadie. Vivimos en una sociedad condicionada por este tipo de cosas, desde pequeños somos bombardeados incesantemente por un prototipo de felicidad, es normal que crezcamos con todo esto a cuestas. Tampoco niego un modesto regalo, un humilde obsequio o un presente, pero tampoco irnos al otro extremo.

Apple. El correo de Apple. No hay ningún aparato tecnológico que no mencionen. Me revuelve las entrañas. Porque no es sólo que promocionen sus productos para una fiesta que debería ser sosiego y alegría, sino que están contribuyendo a expandir el ideal materialista de la Navidad. Toda la publicidad lo hace, no puedo pelear contra eso porque no tengo los medios necesarios. Pero... ¿cuál es el último mensaje?
Compren todo lo que yo les ofresco para sus parientes, amigos y familiares, y todos serán felices por poseer algo. ¿No hay demasiado materialismo en el mundo como para encima lanzar esto? Quiero decir... Ya hay gente que no vive, se desvive. "Tengo esta cartera, pero también quiero esa camisa. Tengo esta cartera y esta camisa, y ahora quiero esos zapatos". Quiero, quiero, quiero, quiero. Y basamos nuestra felicidad, nuestra alegría, nuestro esperanza y nuestra misma fe (¿Por qué no?) en algo tan efímero y tan fácilmente quebrantable... ¿Con qué facilidad puede arder una camisa, o con qué rapidez se rompe un MP5 al caerse contra el suelo?

La vida no tiene que estar basada en lo material. La vida no tiene que ser esclava de lo material. La vida tiene que servirse de los medios que hay a disposición, pero no hacer de esos medios nuestro amo y señor.

Lo diré con mucha sencillez: "Me da pena". Me da pena ver cómo una fiesta que debería unirnos en fraternidad y verdadera hermandad termina por comercializarse a tan excelsos grados. El acento se pone en lo material, cual si no hubiese regalo es motivo para tristeza y furia.

Nos cegamos con la belleza de cosas mundanas, olvidando por completo la belleza que se encuentra a nuestro alrededor, en nuestra familia, en nuestros amigos, en la brillante bóveda estrellada... ¿Cuántos se detienen por la calle a sentir un copo de nieve? ¿Cuántos lo miran con atención, apreciándolo como único e irrepetible? ¿Cuántos nos acercamos a un pobre o un solitario para felicitarle la Navidad, darle algo para comer, prestarle un abrigo, decirle "ven aquí, que hay refugio y comida", escuchar a los niños, mirar las estrellas, apreciar una flor, agradecer por la vida que se nos regaló? ¿Cuántos nos detenemos a agradecer a nuestros padres por habernos cuidado tantos años, por habernos hechos quienes somos, por habernos amado sin ningún motivo para hacerlo? ¿Cuántos nos detenemos a revisar nuestras vidas, encontrar las cosas que debiéramos cambiar para ser mejores, para ayudar a los demás? ¿Cuántos nos detenemos a pensar que esta fiesta nació allá, en un humilde pesebre, que quien habría merecido el más grandioso de todos los palacios nació en una gruta en donde nacían los corderos para el Pésaj?

Circo mediático. Eso es en lo que se ha convertido una fiesta que debería significar algo más de lo que significa. Quizás es que ya no hay lugar en este mundo para esas cosas, ¿verdad? Quizás es que no nos resulta ni agradable ni bonito ponernos a pensar en los demás, ¿no? Quizá es que todo se ha convertido en una casa de cambio, un truequeo continuo, un "tú me das y yo te doy", un "te estoy intentando estafar".

Quizás también nosotros, como ocurría en la aldea de Belén, estemos cerrando puerta y corazón a la humildad y al amor.

Y sí, he sido duro, pero esto no me gusta y no lo puedo dejar pasar sin más. Apple, las empresas de telefonía celular, todos los negocios y grandes empresas multinacionales creen que todo el mundo puede caer ante sus mercancías y su ilusión de felicidad. Si al menos yo estoy despierto para no caer, seguro estoy de que no me rendiré ante la locura del frenesí consumista. Más aún, seguro estoy y tengo fe en que habrá otros que se levanten gritando contra esto. No seremos muchos (quizás no lleguemos ni a la décima parte de la humanidad), pero que no nos callaremos ante semejante despropósito.

Y si he de gastar mi vida para lograr que la Navidad sea una verdadera Navidad, seguro de que lo haré sin reparos. Quizás este sea el primer paso, y quizás el sistema, la matrís, el Estado y el despotismo intenten acallarme como lo hicieron durante gran parte del siglo XX en mi país. No me importa. Prefiero morir por mis principios y por mis convicciones que vivir sin libertad y sabiendo que no he luchado la batalla que debía luchar. Podrán matar a los hombres, pero no matarán las ideas ("on ne tue point les idees", creo que tamién puede decirse, aunque Sarmiento haya sido un gran corrupto).

Amigos del salón del estudio, hermanos de todas las partes del mundo:
¡Feliz Adviento y feliz Navidad!


viernes, 26 de noviembre de 2010

Nora Dalmazo: Cuarto aniversario de su muerte y un quebradero de cabeza que ni Poe...



... que ni Poe podría desentrañar. De acuerdo, la solución parece ser obvia, pero quizás no lo sea tanto.

Damas, caballeros, el día veinticinco de este mes (ayer), se cumplió el cuarto aniversario de la muerte de Nora Dalmazo. Y es algo que me pone de los nervios. En serio, me llega hasta la coronilla y me exaspera por completo. supongo que se debe a la empatía con los crímenes (o a que soy demasiado fastidioso, se admite cualquiera de las dos explicaciones). Pero el que me conozca aproximadamente bien entenderá cuál es la causa de que yo me encabrone con este tema...

Cuatro años. Cuatro años y ni un mísero avance en este circo mediático. Creo que algún día, si vuelvo a tener esperanzas en el género policial, usaré esta historia y la adaptaré a ficción con mi ya clásico personaje detectivesco y medio payaso (Edgar Poe lo hizo magistralmente, no pueden pedir que yo al menos no lo intente). Y hablando de Edgar Poe... Quisiera dejar aquí una breve cita de un célebre cuento policial de los tres o cuatro que escribió. Es del mismo cuento al que he hecho alusión momentos antes: El misterio de Marie Roget. En resumidas cuentas, hacia la década de mil ochoscientos cuarenta, en la ciudad de Nueva York, según tengo entendido, una joven vendedora de cigarrillos, llamada Mari Rogers, había muerto de forma escandalosa (un hecho que conmovió en gran medida a toda la sociedad y que Edgar Poe aprovechó para sacar partido). Revivió a aquel misterioso personaje de gafas verdes, nocturno en sus hábitos, abstracto en sus razonamientos hasta grados inimaginables, excéntrico y genial, el razonador perfecto que utiliza la rigurosa exactitud de la realidad fantasiosa de la inteligencia para concatenar hechos insignificantes en largas concatenaciones de sucesos maravillosos y extraordinarios. Un personaje que era el reflejo de Poe en la ficción. Poe se veía como amigo de Chevalier Charles Auguste Dupin, y no sólo eso, también era su retrato ficticio de una mente tan aguda, tan increíblemente inteligente y precisa que puede manipular la poesía a su antojo, convirtiéndola en una exaltación de las facultades mentales (en un hecho de inteligencia), dejando de lado la vulgar y desordenada inspiración del corazón poetizo... Un personaje que después se llamaría de muchas formas. Se llamaría Padre Brown, se llamaría sherlock Holmes, se llamaría Hércules Poirot, se llamaría como se han llamado todos ellos... Todos son C. Auguste Dupin, en menor o mayor medida, pero todos son idénticos al brillante razonador. Creo que, saliendo de mi orgullo herido por Jorge Luis Borges, tengo que admitir que Christie o Chesterton son menos fantasiosos que Conan Doyle (pero no nos llevemos a error, para fantasía ya lo tenemos al mismo Dupin). Es que quizás sea más factible hablar de la naturaleza humana en términos humanos y psicológicos en lugar de pretender que los actuantes de un crimen se comporten como máquinas numéricas que actúan siempre de la misma forma. El frío razonamiento es un tanto imaginativo, siempre y cuando atendamos por completo a la realidad prosaica, en tanto que lo anterior se torna una fantasía de la inteligencia).

¿Por dónde iba? ¡Ah! ¡Claro!

Decía. Poe hace renacer a Dupin, el destartalado departamento en el que vivía el aristócrata venido a menos, su compañero de piso, las extrañas investigaciones en libros y comienza a escribir sobre el caso de Rogers, situando la acción a las afueras de París y haciendo que Dupin sea mucho más penetrante que nunca. Y aquí está mi punto: Se podrá criticar mucho a Conan Doyle y a Poe por ser pura fantasía de la inteligencia, ¡pero que alguien venga a decirme que Poe no resolvió el caso Rogers en ese cuento! En efecto, damas y caballeros, Chevalier Charles Auguste Dupin ofrece una respuesta imaginaria en un contexto donde la realidad se manipula a gusto y antojo de Poe, en donde la contradicción de las matemáticas hace reflexionar... ¿hasta qué punto? ¿en qué lugar? ¿cuándo y porqué no?, y esa misma solución que aporta el cuento queda corroborada años más tarde, cuando se resuelve el caso Rogers por completo.

Poe se basa en artículoss periodísticos y un montón de fuentes para que Dupin, quien no abandona ni por un momento sus habitaciones, vaya razonando y descubriendo que lo que dice aquel periodista está sacado de la basura, que lo que dice este otro se termina desmontando, que si la gente va a la Iglesia los domingos a las diez de la mañana, que si esto o aquello... Descarta con un aire soberbio absolutamente todas las hipótesis del vulgo y de la prensa amarillista y termina dando con la solución. Cualquiera podría decir: "Menudo loco con suerte". Pero hay que reconocer (ejém) que los locos siempre dicen la verdad...

Si algún día alcanzara la maestría de Auguste Dupin desearía poder reproducir lo de Nora Dalmazo, pero lo cierto es que limita un factor...
... ¡odio a la policía de todo el mundo! Si algún día asumo, lo primero que haré será a) destituir a la policía (a ver si invertimos mejor el dinero), o b) capacitar al cuerpo entero para que sean verdaderos detectives y no marmotas que no saben resolver un enigma (la gran mayoría, tampoco genneralicemos, que debe haber policías que cumplen sus funciones y quehaceres como corresponde). Pero en serio, ¿nadie se tomó las molestias de revisar las aperturas de la casa? ¿De tomar declaraciones por separado? ¿De siquiera hacer un test de alcoholemia a las meretri... amigas de doña Nora Dalmazo para saber si tenían las facultades suficientes como para saber a qué hora la dejaron sola? Miren que esa segunda precaución (la de entrevistarse con los últimos en verla por separado) la tomó Miss Marple, y ella no tiene ni un doctorado en criminología ni nada... es una investigadora de cuna. ¿Nadie se puso a revisar el escenario del crimen? ¿Botiquines? ¿Medicamentos? ¿Herramientas? ¿Jabones del baño? ¿Las sábanas de la cama en la que apareció muerta y con signos de haber mantenido crudas relaciones sexuales con un hombre?

No, se limitaron a buscar el ADN. Y qué bonito, ¿no? Para algo nos tenía que servir lo que hicieron James Daniel Watson y Francis Crick, ¿no? Para algo debían utilizarse los cincuenta años de estudio del genoma humano, ¿no? No. Porque a pesar de que encontraron una toalla en el cuello de la víctima y que allí encontraron ADN (y que tenían ADN de sobra en el cuerpo de la víctima, vamos), y de que incluso el FBI se encargó de reconstruir por completo el ADN que fue hallado para saber a cuál de los miembros de la familia Dalmazo pertenecía, el crimen queda irresoluto. La causa no está cerrada, pero con la porquería de fiscales que tennemos, es como si lo estuviera.

Muchos señalan los motivos políticos (es un secreto a voces) como la principal causa de que no se haya avanzado en nada, pero ve tú a saber esas cosas. Si con los pocos y tontos datos que han recaudado (como vemos en el caso número 17 de la Sociedad del Misterio, el ADN sólo sirve si se sabe como utilizar), no hayan encontrado al asesino de Dalmazo.

Desearía poder decir más, pero la prensa confundió todo en su momento, aportaron datos insignificantes y que complicaban la investigación y al final todo quedó en espuma. Una de las explicaciones más probables es que todo esté siendo encubierto por corrupción en la localidad de Río Cuarto, pero sigue resultando altamente sospechosos y sólo es una de las tantas posibilidades.

Poe dijo en el caso Roget:

—Apenas necesito decirle —aclaró Dupin al finalizar el examen de mis notas—, que este caso es mucho más intrincado que el de la rue Morgue, del cual difiere en un importante aspecto. Estamos aquí en presencia de un crimen ordinario, por más atroz que sea. No hay nada particularmente excesivo, outré, en sus características. Observará usted que por esta razón se consideró que el misterio era sencillo, cuando, en realidad, y por la misma razón, debía considerárselo muy difícil. Al principio, por ejemplo, no se creyó necesario ofrecer una recompensa. Los agentes de G... fueron capaces de comprender inmediatamente cómo y por qué podía haberse cometido esa atrocidad.. Se representaron imaginariamente un modo —muchos modos— y un móvil —muchos móviles—. Y como no era imposible que cualquiera de tan numerosos modos y móviles pudiera haber sido el verdadero, descontaron que uno de ellos tenía que ser el verdadero. Pero la facilidad con que nacieron tan diversas fantasías y lo plausible de cada una deberían haber indicado las dificultades del caso antes que su facilidad. Ya le he hecho notar que la razón se abre camino por encima del nivel ordinario, si es que ha de encontrar la verdad, y que la verdadera pregunta en casos como éstos no es tanto: «¿Qué ha ocurrido?», sino: « ¿Qué hay en lo ocurrido, que no se parece a nada de lo ocurrido anteriormente?» En las investigaciones en casa de madame L'Espanaye13 los agentes de G.... quedaron confundidos y descorazonados por lo insólito, lo infrecuente del caso que, para un intelecto debidamente ordenado, hubiese significado el más seguro augurio de buen éxito; mientras ese mismo intelecto podría desesperarse ante el carácter ordinario de todas las apariencias en el caso de la muchacha de la perfumería, que para los funcionarios de la prefectura eran signos de un fácil triunfo.


Sin importar las críticas a Poe, lo cierto es que sus escritos son perlas de sabiduría para los investigadores y todo aquel que sienta deleite en aplicar la mente a tan extraordinaria labor. Nos encontramos ante lo que Conan Doyle retomaría tiempo después. Sherlock Holmes enunciaba que en los casos más prosaicos debía esforzarse más que en los grandes y extraordinarios crímenes, y por lo tanto, su capacidad deductiva se ponía en manifiesto. Es lo mismo que enunció Poe en su momento. Ante un crimen vulgar como lo es el robo de una cartera, hay demasiado poco de donde sostenerse, si bien el móvil salta a la vista (¿en serio salta a la vista?), y por lo tanto se torna mucho más difícil de resolver. Conan Doyle vulgariza un poco esto, dándo a entender que Holmes podía hallar deleite en una minucia tan insignificante que no le diera tiempo a Watson de redactar un boceto de la pequeña vagatela debido a su nulo sentido del dramatismo, pero podemos apreciar que no es necesaria que la cosa sea prosaica o sonsa para que sea vulgar. Hay diferencias sustanciales entre lo que es el crimen extraordinario y el crimen complejo, como las hay entre los crímenes vulgares y los crímenes que ni llegan a eso.

Ciertamente, el caso de la habitación cerrada ("The murders of the Rue Morgue", de la que hablamos hace un tiempo en la primera y única entrada de ajedrez, publicada el treinta y uno de diciembre) (eso último sólo puede hablar de que soy tan "vivo" que publico ajedrez cuando todos están a punto de descorchar), como muchos sabemos, es el cuento que dá vida al género... y que inaugura una tradición. Para Dupin, el hecho de ser un crimen extraordinario resulta tornar el problema en algo sencillo (casi como el Estudio en Escarlata o La banda de lunares); ahora bien, en el caso Rogers, en el que todo se da en un salvaje marco natural (ruido de gallinas de fondo) y en el que el desorden, el crimen se torna vulgar, y como dice Dupin, mucho más complejo.

¿Cómo encasillaríamos al caso Dalmazo?

El hecho de ser un crimen dentro de una casa, por sí mismo, no lo torna complejo. Lo tornaría dificultoso, por ejemplo, si la habitación estuviese cerrada por dentro, momento en el cual el caos estaría comprimido en un lugar aislado y aparentemente inaccecible). The murders of the Rue Morgue tratan de un clima descontrolado y desorganizado, pero un caos reducido a una pequeña habitación en la que es dueño y señor. No podemos hablar de un lugar ampliamente extraordinario. A ver. Típica noche de (esto se sabe por las noticias, mal pensados) de relaciones sexuales y un cadáver por la mañana. ¿Aparentemente corriente, verdad? Corriente sí, pero no sencillo. Tiene características que podrían tornarlo extraordinario... Por ejemplo, ¿si su asesino fue su concubino, porqué no quiso dejar huellas al extrangularla y usar una toalla? ¿Quería asesinarla? ¿Por qué lo hizo? Y antes que ninguna otra, ¿fue un asesinato? Si los medios dieran más información, quizás sería interesante encontrar algo que nos ayudara a investigar, pero por el momento todos esos datos se reservan (aunque sí podemos saber todas las medidas de todas las estrellas femeninas de la farándula) *Nicolás vomita*.

No os llevéis a engaño. Es un crimen vulgar, y, por lo tanto, difícil de resolver, pero se torna más difícil (al menos bajo el concepto de colaboración ciudadana) si no se disponen de los datos (y más aún si los pocos datos que se tienen no son de fiar).

Seré sincero. Este asuntillo me escama demasiado. Principalmente porque no puedo ver un enigma sin resolver. Y en segundo término (y esto sí que suena sherlockiano), porque tenemos que descubrir al culpable.

Supongo que he pretendido hacer una entrada centrada en Nora Dalmazo, pero me he ido por la tangente y al final he terminado añadiendo teoría criminal propia y alguna basada y conjugada en la teoría criminal literaria (que, a efectos prácticos, resulta mucho más útil que la concreta). ¿Conclusión? No debo escribir sobre temas que se prestan al razonamiento, a la teoría y a la abstracción cuando tengo el cerebro a tope. Entre otras cosas, y por el tenor de estos razonamientos, ¿a alguien más le parece que puedo ir pidiendo plaza en el manicomio? ¿He mejorado desde la última vez con lo de Drácula?

Oda a la alegría



Retrasar este momento sería ir demasiado lejos. Todos sabíamos que algún día tendría que publicar por completo este hermoso poema, así que muchos no se sorprenderán de verlo por aquí... Damas, caballeros y amigos del salón, en efecto, quiero compartir con todos vosotros uno de los más bellos poemas que se han escrito en la historia de la humanidés.

No creo que sea novedad decir que este poema, muchos años después de ser escrito y publicado por Friedrich von Schiller (poeta alemán), fue utilizado por Ludwig van Beethoven (compositor alemán) en el quinto movimiento de la novena sinfonía (opus 123). Creo que no hace falta que cuente aquí la hermosa y emotiva anécdota que tuvo el día en que el compositor estrenó la novena sinfonía (dejad que reserve ese material para cuando no tenga nada que publicar).

Creo que, al menos en los tiempos que corren, la humanidad debería leer de tanto en tanto este poema (también debería leer el Principito y la Biblia, pero no entraré en detalles). Hace un tiempo, en la entrada sobre las dificultades de una persona ciega al caminar por la calle y que nadie se ponga a mirar el bastón para evitar no lo sé ¿una caída desventurada?, dije que creía muy poco en el futuro de los seres humanos. Fantasmas y Andrea me dijeron que no exagerara, y lo cierto es que tuve que reconocer que es cierto, no debo exagerar tanto en ocasiones. Pero hoy no quiero exagerar. Hace poco me enteré del bombardeo de Corea del Norte a una isla de Corea del Sur. Me enteré de la muerte de dos personas. Me enteré de las planificaciones de armas nucleares. Punto y final, señores. ¿Queremos experiencias? En mil novescientos cuarenta y cuatro, por si a alguien se le olvidó, Estados Unidos lanzó una bomba atómica que destruyó Iroshima y Nagasaki, sin mencionar que dejó con graves enfermeedades a todos los habitantes de la zona afectada. ¿Queremos volver a intentarlo para descubrir si nos hemos vuelto resistentes a las explosiones atómicas? Albert Einstein tiene la respuesta. El pobre hombre, salido de Alemania por tener un origen judío, alerta al Gobierno de los Estados Unidos que los alemanes están preparando una bomba atómica, para que EUA tomara las medidas preventivas necesarias. Tengo entendido que después de eso, Albert Einstein citó: "En esta vida hay sólo dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. No estoy muy seguro de la primera". Es horrible. Lo diré con crudeza y espero que impacte lo que tenga que impactar: "Yo, Nicolás, pienso que no hay criatura más rematadamente estúpida y cruel sobre la faz de la tierra que el ser humano". Damas, caballeros, los Estados Unidos de América (para que después se pregunten porqué desprecio tanto a esa nación), después del Olocausto Judío (mil novescientos cuarenta y tres), decide lanzar la bomba atómica a Iroshima (bomba que habían estado construyendo desde hacía unos cuatro años) para... ¿cómo era?... para dejar bien en claro que ellos no estaban jugando.

Ejemplos de estupidez hemos visto en muchos más casos. George W. Bush. Videla, con su ya memorable declaración de guerra a Inglaterra (hecho que, está de más decir, por cierto, acabó con la vida de todos los jóvenes de entre dieciocho y veintidós años de la Argentina). Y paro aquí porque sería ir demasiado lejos.

¿Mi punto?

Dejemos de joder. No me gusta la economía, y sin embargo la tolero como buenamente puedo. No me gusta la geografía, y sin embargo la tolero como buenamente puedo. No me gusta tener que deberme al riguroso y estricto sentido incoherente universal que puebla todo el mundo sin excepción, pero tengo que someterme a esa estúpidez forma de consevir la vida. Pero jamás, nunca en la vida, dejaré que me quiten el sentido común. Ya no hablamos de derechos humanos, ni de derecho a la vida, ni derecho de tercera generación, ni de respeto humano, ni de sentido de amor al prójimo, que bien podríamos hablar, sólo digo que no mencionaré ninguna de esas cosas para que nos entendamos todos mejor. Esto es sentido común. No toleraré jamás que se desate una estúpida guerra y que mueran personas que no tienen nada que ver con el conflicto. Si tú estás disgustado con tu vecino, si el presidente de Tetratolandia está molesto con el ministro de Triangulandia porque tienen divergencias económicas en tanto a modelo económico, y si quieren matarse a puñaladas para ver quién puede más, adelante, nadie se los impide (aunque yo no se los aconsejo, a decir verdad). Pero dejemos de lado al resto del mundo, ¿queréis?

Ahora sí, más cristianamente hablando...
... ¿con qué derecho puede un ser humano quitarle la vida a otro ser humano? ¿No, en serio, con cuál? Hablamos, damas y caballeros, no de un juguete o de un bloque de mármol, sino de vidas humannas, vidas que tienen valor en sí misma. ¿Cuán capacitado para dirigir un país está una persona que no respeta siquiera la vida de los semejantes? Basta ya. Si quieren tirar media vidas debatiendo en un recinto cerrado y caluroso, nadie se los impondrá (total, hay gustos para todos), pero por el amor de Dios, por las entrañas de misericordia de Jesucristo, dejad de dispensar muerte a vuestro paso. Es triste. Señores, tirar la vida porque sí es triste.

Recordemos por un momento, aunque más no sea, que somos hermanos, y dejemos a un lado todas nuestras diferencias para pensar un poquito más antes de tomar este tipo de desiciones.


En suma, si tomáramos conciencia de lo que nuestras desiciones pueden hacer sobre el resto del mundo, intentaríamos pensar antes de obrar como nos venga en gana. Lo dije hace un tiempo, lo vuelvo a repetir. Estamos al borde de un colapso social. Una crisis social como nunca antes se ha visto en la historia de la humanidad. Más grande que el nacimiento de la burguesía y el del proletariado, más grande que la crisis del treinta, más grande que las dictaduras de los sesenta y los setenta. Mucho más grande, y muchísimo más global, más insostenible y más tectónico (dícese de generar un movimiento císmico a nivel social). Una crisis que no afectará sólo a una nación o a un Estado, sino que afectará a todo el mundo y no dejará títere con cabeza. Latinoamérica no está a la vanguardia de nada, y la ilusoria unión entre los países latinoamericanos es una junta de neocomunistas y dictadores (pura cháchara, vamos). Los demás países del mundo... a decir verdad, creo que, por lo menos Estados Unidos resuma un neoliberalismo que arrasará con todo. ¿Conclusión? O dejamos de tocar el globo con bombardeos al estilo "juguemos a la batalla naval en grande", o afrontemos el hecho de que el colapso social se adelantará, y quizás no estemos en condiciones de afrontar guerras y crisis sociales al mismo tiempo. El mundo en sí, a pesar de lo que aparenta en una engañosa y calma superficie, se está convirtiendo en un tornado de caos y descontrol que no puede desembocar en un lugar placentero. Cuidado.

Recordemos que somos hermanos, que no somos bestias que se devoran entre sí, y tratemos de hacer algo mejor en busca del ideal utópico que yace en la alegría.

Cuando todo queda dicho, comienza a elevarse la poesía...
... ACLARACIÓN: Incluyo dos versiones de la poesía. Una es más corta y es la traducción poetizada del alemán al español (digamos que no es la versión completa, pero tiene una proliferación encantadora de vocabulario poético que no te deja indiferente. Luego tenemos la versión extendida, que, aún siendo más larga, no termina de ser todo el poema entero en español, sino sólo la versión traducida de los fragmentos que eligió Beethoven para el quinto movimiento de la novena sinfonía. El texto completo en alemán, por si alguien habla esa lengua, está aquí (es decir, en la página de Wikipedia).


Alegría, Luz Divina,
del Elíseo dulce lar,
inflamados alleguemos
Diosa, a tu celeste altar.
Une otra vez tu hechizo
a quienes separó el rigor.
Fraterniza el orbe entero
de tus alas al calor.


A quien el azar ha dado
la verdadera amistad,
quien consorte dulce halla,
ha sin par felicidad.
En la redondez terrena
suya un alma invocar!
A quien no le fuera dado
sumiríase en pesar!


En el seno de Natura
alegría liba el ser,
su florida vía sigue
males, bienes, por doquier.
Besos, vides, fiel amigo
hasta el morir nos dio;
el deleite, a los gusanos;
y al querube, un gran Dios.

Cual los soles en su vía
magna, juntos! oh! marchad!
y como héroes disfrutad
dicha, triunfos y felicidad!

Abrazaos, oh! millones!
Beso de la Humanidad!
Brinda celestial bondad
Padre a tu séquito sin par
Os postráis, oh! juntos
Ante el Creador Eterno
Busca en el azur, y reina
Sobre el plano etéreo.


La versión sin favor al verso (más literal).


¡Alegría, hermosa chispa de los dioses

hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.



Quien haya alcanzado la fortuna
de poseer la amistad de un amigo, quien
haya conquistado a una mujer deleitable
una su júbilo al nuestro.
Sí, quien pueda llamar suya aunque
sólo sea a un alma sobre la faz de la Tierra.
Y quien no pueda hacerlo,
que se aleje llorando de esta hermandad.



Todos los seres beben la alegría
en el seno de la naturaleza,
todos, los buenos y los malos,
siguen su camino de rosas.
Nos dio ósculos y pámpanos
y un fiel amigo hasta la muerte.
Al gusano se le concedió placer
y al querubín estar ante Dios.



Gozosos, como los astros que recorren
los grandiosos espacios celestes,
transitad, hermanos,
por vuestro camino, alegremente,
como el héroe hacia la victoria.



¡Alegría, hermosa chispa de los dioses
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.



¡Abrazaos, criaturas innumerables!
¡Que ese beso alcance al mundo entero!
¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada
tiene que vivir un Padre amoroso.



¿No vislumbras, oh mundo, a tu Creador?
Búscalo sobre la bóveda estrellada.
Allí, sobre las estrellas, debe vivir.



¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
¡Abrazaos, criaturas innumerables!
¡Que ese beso alcance al mundo entero!
¿Os prostráis, criaturas innumerables?
¿No vislumbras, oh mundo, a tu Creador?
¡Búscalo sobre la bóveda estrellada!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
tiene que vivir un Padre amoroso.



¡Alegría, hija del Elíseo!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.



¡Abrazaos, criaturas innumerables!
¡Que ese beso alcance al mundo entero!
¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada
tiene que vivir un Padre amoroso.



¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Alegría, hermosa chispa de los dioses!


Para que no olvidemos que somos hermanos. Para no olvidar.


lunes, 22 de noviembre de 2010

Solución al problema del prisionero sentenciado injustamente



Damas, caballeros…

… una semana ha pasado desde la publicación de nuestro anterior y (por el momento) último enigma de esta temporada. Creo que este enigma en particular necesita ser mucho más pensado y razonado que los anteriores. Creo que el señor Edgar Poe nos da su respuesta en la carta robada: “¿No será la aparente sencillez del misterio lo que lo torna complejo?”. En efecto, existe quien critica a Edgar Allan Poe por crear un cuento ficticio tan osado como lo es el policial.

Jorge Luis Borges, a quien admiro y respeto en cierta medida, dijo que el truco de Poe había sido intelectualizar en demasía todos sus escritos, dando por hecho un género no real. Según Borges, el género policial de Poe sería un género de fantasía, pero una fantasía ligada a la inteligencia. Las máximas de las matemáticas se quiebran ante el abstracto razonador, ante la imaginación intelectual, ante algo que pretende ser real pero que en realidad es pura fantasía. No estoy de acuerdo con lo que dice Borges. O al menos no con todo lo que dice.

Hay quien cuestiona a Poe y a Conan Doyle, pero lo cierto es que ambos dos han hecho lo mismo, al igual que lo hizo Chesterton. Poe ha creado un género extraordinario, y para que ese género exista nos ha creado a nosotros, los lectores de un género policial, los creadores del género policial. Estamos convencidos de que un libro no existe cerrado, sino que su género nace cuando alguien lo lee como tal.

Con todo, volvamos a lo que nos convoca. En efecto, quizás la solución se halle mucho más visible de lo que nos resulta creer, y al final todo se resume al ejemplo que da Dupin en ese mismo cuento. “El jugador inexperto dará los nombres que aparezcan con letras más pequeñas, en tanto que el jugador avanzado siempre dará los nombres que aparezcan en letras más grandes, para confundir al ojo del observador de ese mapa”. Quizás no sea necesario buscar grandes vueltas de tuerca. Quizás, como en la carta robada, el sobre aparezca a la vista de todo el mundo, y por eso mismo, todo el mundo lo ignora, pensando que la solución verdadera tiene que hallarse en los huecos más profundos de la mente humana.

Hace un tiempo hablamos de la navaja de Ockham. Esto es lo mismo. “La solución más sencilla tiende a ser siempre la correcta” es equivalente a “la evidencia de una solución puede conducirnos a ignorarla”. Cuando vemos que los zapatos de un cadáver, por ejemplo, están limpios y sin ninguna anomalía, y sabemos que la noche en que el hombre debería haber salido estaba más tormentosa que el diluvio universal, podemos pensar dos cosas:

    1. El hombre no salió de su casa aquella noche.
    2. El hombre salió de su casa, pero para llegar al teatro atravesó un camino cubierto con galerías y techos, cuya función era mantener seco el lugar por donde caminaba, por lo que, a pesar de la tormenta, bien podría haber salido sin mojarse los zapatos.

    Aplicando la navaja de Ockham o la ley de la sencillez, el primer postulado, por ser el que menos entes o máximas propone, generalmente será siempre el correcto.

    ¿Cuál es la solución del enigma?


    … el hombre se acerca al verdugo, piensa un momento mientras las palabras del juez resuenan en su mente, y luego el juez proclama “¡que elija su sentencia!”.
    Toda la muchedumbre proclama a viva voz: “¡Que elija su sentencia! ¡Que se manifieste la verdadera justicia!”.
    El verdugo extiende ambas manos, con un papelito en cada una, y el hombre, tras meditarlo profundamente, toma uno de los papeles y se lo come.
    La multitud en pleno prorrumpe en una exclamación ahogada. El juez grita al acusado.
    —¡Eres un insubordinado! ¿Lo veis todos? Si este hombre hubiese sido inocente de verdad, no habría temido la justicia de Dios, pues no habría permitido que un inocente fuese inculpado injustamente.
    El acusado termina de tragar el papel y luego, tras aclararse la garganta, pide la palabra con un gesto de la mano.
    —Antes de tirar la primera piedra —dice—, creo que yo sé cómo hacer para demostrar mi inocencia. ¿Por qué no vemos el papel que ha quedado en manos del verdugo? Si yo he tomado el papel que dice “inocente”, en el papel del verdugo quedará escrita la palabra “culpable”; y si yo he tomado el papel que declara mi culpabilidad, en la mano del verdugo quedará la leyenda que proclama “inocente”.
    El pueblo, con esta nueva perspectiva de saber cuál había sido el veredicto, insta al verdugo a que les muestre el papel que aún conservaba. El hombre, a regañadientes, lo desdobla y se lo da a un ciudadano honesto que proclama:
    —¡En este papel está escrita la palabra “culpable”! Por lo tanto, dando fe de la razón de las palabras del acusado, digo ante el juez y ante el pueblo, este hombre ha tomado y comido el papel que declara su inocencia, teniéndose en cuenta la veracidad de la prueba y la rigurosa verdad de la lógica.
    El juez sabe que no tiene argumentos para contradecir absolutamente nada, por lo que golpea su banquillo con un martillo y grita a viva voz:
    —¡El hombre es inocente! ¡Dejadle en libertad!


    Como siempre, esta es una de las tantas soluciones que puede tener el enunciado. Fantasmas pronunció algunas en su primera intervención, y eran acertadas… aunque no concluyentes. El hecho de eliminar uno de los dos papeles deja sentado que no hay forma de demostrar lo contrario, por lo que el problema queda resuelto. Quizás alguno de los lectores recuerde este artículo de Mientras tanto en el mundo, publicado hace casi un año en la Sociedad del Misterio. Como podrán comprobar si lo leen, el mismo método que usó el acusado es el que utiliza el maleante para librarse de un juicio por atraco. Esto es lógica lateral, damas y caballeros.

    Con esto concluimos el problema del prisionero sentenciado injustamente, y con los problemas de prisioneros y verdugos, para gran alivio de Key. Pero también cerramos una nueva etapa de matemáticas. Creo que esta ha sido una temporada fructífera y llena de cosas que nos han hecho pensar y reflexionar, y mientras exista reflexión y pensamiento, el mundo irá un poco mejor.

    Desde aquí, mis más orgullosos aplausos a todos los que pensaron este problema, en el salón, en casa o en cualquier momento. Y para hacer extensivo, un fortísimo aplauso a todos los que pensaron los problemas de esta temporada de matemáticas. Lo importante es pensarlo, no resolverlo, no olvidéis eso nunca.

    ¡Elen síla lumenn omentielvo!
    ¡¡¡MATEMÁTICA A LA CARGA!!!


    Será, amigos y amigas del salón del estudio, hasta que las matemáticas nos vuelvan a convocar para seguir la gran aventura que se abre en el horizonte.

  • lunes, 15 de noviembre de 2010

    El problema del prisionero sentenciado injustamente



    Dado el tenor de los anteriores problemas, creo que esto se presentará mucho más sencillo que en anteriores ocasiones, pero es una pequeña forma de declarar que, al menos la sección de matemáticas, se toma un pequeño respiro hasta marzo (cuando termine la época gruesa de exámenes). Quizás en enero pueda publicar algún intermedio, pero no prometo nada. Por lo pronto, con este problema cerramos temporada de matemáticas y abrimos el periodo de exámenes (esto quiere decir, entre otras cosas, que la publicación se verá más menguada que de costumbre). Seguiré por aquí, no obstante. Por lo menos hasta el treinta de noviembre podré tratar de publicar algo. Y si todo sale bien, después del veinticinco de diciembre podríamos volver a la acción.

    Damas caballeros, a título anecdótico, esta ha sido una de las temporadas más fructíferas en este salón (a muchos niveles). Quiero daros las gracias a todos vosotros, los que día a día hacéis que el salón respire y siga andando. Esto no sería lo mismo sin todos vosotros, en serio.

    Y el momento meloso se termina para dar lugar al momento más esperado de la noche (que se note que se estudian ciencias frías).


    Un hombre es sentenciado injustamente en el medioevo. En la actualidad podría considerarse así como una falsa acusación, ya que el hombre es inocente y muchos quieren que la culpa de un crimen que no cometió recaiga sobre él para dejar libre de sospechas a miembros destacados de la comunidad (no es Edmundo Dantés, pero bien podría serlo).
    el prisionero sabe que todo es una acusación en falso, y cuando espera su injusto juicio escucha al juez y al verdugo hablar entre sí.
    —¿Cómo demostrará la culpabilidad de este hombre? —pregunta el verdugo con una áspera voz.
    —He decidido no ser yo quien haga justicia en esta ocasión —responde el juez ajustándose el cuello de su túnica—. Será el mismo condenado, por intermedio de la justicia de Dios, el que recibirá su castigo.
    —¿Cómo lo hará, señor?
    —En estos dos papeles escribiremos la palabra "culpable", y tú se los presentarás al acusado. Entonces yo proclamaré a la audiencia: "En mi magnanimidad, he decidido que sea el acusado quien decida su propia sentencia, apelando siempre a la divina providencia. En uno de estos papeles está escrita la palabra 'inocente' y en el otro la palabra 'culpable'. Si es verdaderamente inocente, la providencia no permitirá que elija el papel que dice culpable; y si es verdaderamente culpable, la providencia no permitirá que tome el papel que dice inocente. Que sea el acusado quien elija su sentencia, pues será verdadera y justa". Entonces el pobre desdichado tomará cualquiera de los dos papeles y será inmediatamente ejecutado, pues en ambos estará escrita la palabra "culpable".
    El hombre termina de oír la conversación y sabe que no tiene esperanza.
    Es llevado al tribunal y el juez vuelve a proclamar su discurso, ahora ante toda la audiencia. El verdugo se acerca con los dos papeles, uno en cada mano, y el prisionero tiene que elegir su sentencia.



    ¿Qué es lo que hace para salvarse del verdugo?


    Siete días (esperemos), después de eso, se publicará la solución de este pequeño enigma.

    ¡A pensar!
    ¡Matemática a la carga!


    viernes, 12 de noviembre de 2010

    ¿Era necesario?



    Lo sé, con ese título se podría hablar de muchas cosas. Y tomando en cuenta que el salón siempre se ha caracterizado por hacer críticas extensas y bastantes serias sobre cuestiones agudas, quizás a muchos les haya dado la impresión de que tomo la pluma para atacar algún acontecimiento patético e hilarante de mi vida (o tal vez una crítica social en contra de alguna injusticia particular).

    No. Hoy vengo a quejarme de algo mucho más absurdo de lo que me he quejado nunca en la historia de este blog y de mi vida.

    Por aquí existen ciertas golosinas que no sé si existirán en algún otro lugar del mundo (a los amigos del salón, que van siendo más intercontinentales que compatriotas, es su deber notificar de este particular). En concreto, hay una golosina que se define como:

    Dícese de un cilindro o tubito de plástico muy delgado y alargado que contiene en su interior un polvo dulce de diversos colores (azúcar coloreada, vamos). El consumidor debe abrir el precario envase por uno de los extremos del tubito, ponerlo en posición vertical y abrir la boca mientras cae el dulce néctar...

    ... mi pregunta. ¿Era necesario?

    ¿Era necesario crear una golosina tan rematadamente incómoda y tan dolorosamente insípida? Porque si abres el tuito de poliuretano con los dientes, generalmente termina acumulándose cierta humedad, y luego esa humedad impide que el polvo salga por la abertura... el polvo se humedece y se compacta (como la pólvora), y al final tienes que abrir el lado opuesto. Por lo tanto, necesitas disponer de una tijera, un cortaplumas o algo cortante que no deje ninguna humedad en la abertura del cilindro. Y por sobre todas las cosas, después de abrirlo y al consumirlo, debes tener cuidado de que esa punta abierta no roce ni un milímetro tu lengua, porque entonces se humedece y volvemos al caso de la pólvora.

    Por eso pregunto: "¿Era verdaderamente necesario crear esto?".

    Entrada corta. Síntoma de que de verdad esta situación me hace reír y me ssorprende a partes iguales.

    P.S. Quisiera saber a quién se le ocurrió la "fantástica" idea. Le enviaría flores.

    P.P.S. No, en serio, no es sarcasmo. Miren que me dio tema para una entrada.

    jueves, 4 de noviembre de 2010

    Un mundo feliz


    Hace poco he terminado de leer Un mundo feliz (en el original, Brave New World), de Aldous Huxley, obra que si no figura entre los clásicos "literarios", sí lo hace entre los "políticos" (por llamarlos de alguna manera). Porque aunque no tiene una trama que enganche especialmente o un lenguaje con abundancia de recursos, lo interesante de esta novela es el universo que plantea, que da pie a una reflexión entre la dicotomía estabilidad social - libertad.

    La sinopsis que da la Wiki de este libro dice: "La novela anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos e hipnopedia que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad. El mundo aquí descrito podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua: la humanidad es desenfadada, saludable y avanzada tecnológicamente. La guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Sin embargo, la ironía es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía."

    Así, se nos plantea una sociedad futura en la que, en aras de la estabilidad y de la "felicidad", se ha renunciado a la familia, al concepto de padre, madre, marido, mujer; para dar lugar a una en la que cada uno nace de una probeta, sin padres, y es acondicionado mediante repeticiones hipnóticas para nunca salir de su rol social; y, si alguna vez te sientes triste, siempre tendrás a tu disposición un poco de lo que llaman "soma", que viene siendo una especie de droga.

    Por ello, lo interesante de este libro nos lo trae la posterior reflexión sobre lo que plantea, su posible aplicación a la sociedad actual. Un libro que a mí por el medio me llegó a aburrir por su trama, pero que tiene un gran final lleno de situaciones que dan que pensar. Literatura distinta a la que estamos acostumbrados a leer, por lo menos yo.

    Por cierto, como nota final, parece que el estilo de mis entradas en el Salón no será como había pensado; parece que deriva más a la crítica de lo que voy leyendo. Próximamente (cuando la acabe), hablaré de la última novela de Alfredo Conde, Huesos de Santo. Hasta entonces, nos vemos en el Salón.

    miércoles, 3 de noviembre de 2010

    Solución al problema del prisionero y de los dos guardianes



    Damas, caballeros, ha llegado la hora de proponer aquí la solución al problema de la semana pasada. Como siempre decimos, esta es sólo una de las posibles soluciones que puede tener el enunciado, lo importante es haberlo pensado. Si alguien llega a la misma solución con otros razonamientos, o incluso si llega a otra solución igual de válida que esta, que siempre prefiera esa, porque es más suya, es más propia y tiene cierto toque personal (en esto también intervienen los sentimientos, aunque a primera vista no lo parezca). Las soluciones personales siempre serán mejores a las que aparecen en un libro: uno mismo las ha pensado, las ha razonado y le son más familiares, más cálidas y... familiares.

    ¿Listos? ¡Allá vamos!


    En nuestro capítulo anterior...



    ... ¿tiene solución? Y en caso afirmativo, ¿qué tuvo que preguntar y a quién para salir a la libertad?



    El hombre se acercó a uno de los dos guardianes al azar, llamó su atención y le preguntó resueltamente: "¿Qué me diría el otro guardia si yo le preguntara cuál es la puerta que conduce a mi libertad?". El guardia le señaló una de las puertas. El hombre se encaminó resueltamente hacia la puerta contraria a esta (la que el guardia no había señalado) la abrió, y al salir vió un vivo paraje cubierta de verde y color.


    Antes de enunciar los razonamientos que llevan a esta solución, quiero hacer constar lo siguiente: Si el problema decía que la habitación tenía dos puertas, y sabemos que lo hicieron entrar a esa habitación para que decidiera su destino, ¿por dónde entró para que no estuviera avisado de antemano de cuál era la puerta que conducía a tal lugar? La respuesta: Lo hicieron bajar por una escalera desde el techo, claro está.

    El problema se resuelve estableciendo posibilidades:

    1. Si le pregunto al guardia mentiroso cuál es la puerta que conduce a mi libertad el guardia mentiroso me señalará la opuesta.
    2. Si le pregunto cual es la puerta que me conduce al verdugo, me señalará la contraria (es decir, la puerta que me lleva al exterior).
    3. Si yo le pregunto al guardián honesto cuál es la puerta que lleva al verdugo, entonces me la señalará y yo iré a la contraria.
    4. Si yo le pregunto por la puerta que lleva a la salvación, me la indicará y yo iré hacia ella.
    5. El problema es que no sé cuál es cuál. Supongamos que yo voy con el que miente creyendo que es el que dice la verdad, le pregunto cuál es la puerta de salida y me señalará la puerta del verdugo, y yo, al creer que es el guardián honesto, iré hacia allí, iluso de mí. Y si voy con el que dice siempre la verdad, pero lo hago creyendo que es el que miente, y le pregunto cuál es la puerta del verdugo, me la señalará tranquilamente, y yo, creyendo que me está mintiendo, iré hacia allí, también iluso de mí.
    6. No puedo preguntarle a alguno de los dos quién es el que miente y quién es el que dice la verdad, porque entonces habré perdido la única pregunta que puedo hacer. Luego también está el inconveniente de que sería una pregunta al vacío, ya que no puedo confiar en ninguna de sus palabras.
    7. Necesito preguntar algo genérico que sea válido para cualquiera de los dos guardianes.



    • Mi pregunta es "hacia dónde está la puerta de salvación".
    • Necesito encontrar una sola respuesta válida para ambos y que embone a la perfección (que no pueda ser usada en mi contra).


    ¿Qué me diría el otro guardia si le preguntara cuál es la puerta de salida?


    1. Si le pregunto esto al guardia honesto que custodia la puerta de la salida, él me responderá que la otra puerta. Como siempre me dice la verdad, dirá que si le preguntara al guardia mentiroso cuál es la puerta de salida a la libertad este último me señalaría laque conduce al verdugo.
    2. Si le pregunto al guardia honesto en la puerta del verdugo, me responderá que por su puerta (la del guardia honesto).
    3. Si le pregunto al guardián mentiroso en la puerta de la libertad, el guardián me mentirá. Si yo le preguntara al guardián honesto cuál es la puerta que lleva a la libertad, el guardián honesto me la diría sin problemas; pero como el guardián mentiroso está torciendo siempre las palabras, le dirá que el otro señalaría la puerta equívoca (es decir, la puerta que el honesto está custodiando).
    4. Si el mentiroso está custodiando la puerta del verdugo, entonces le responderá "por mí puerta", ya que el honesto señalaría la puerta correcta (la suya propia), y el mentiroso torcería sus palabras.


    En cualquier caso, el prisionero siempre deberá elegir la puerta opuesta a la que le señalen.

    Mención especial para Fantasmas, que, por una errata mía en la redacción, se puso a analizar qué pasaría si... y terminó con dolor de cabeza. Por eso he estimado conveniente que su trabajo salga en la entrada, a modo de premio por haberse montado semejante respuesta.

    Espero que esto de despistarme dos días no se vuelva a repetir, pero en serio, comienzo a estar muy ocupado por estas fechas. Os mantendré informados, y quizás dentro de un par de días publiquemos el último problema de esta temporada (temporada que ha sido bastante fructífera, no lo podéis negar).

    Pero eso es el mañana, y mientras sea hoy... carpe diem.

    ¡Matemática a la carga!


    El problema del prisionero y los dos guardianes



    Damas, caballeros, aparte de ciertas modificaciones en la estructura externa del salón (el añadido de un par de gadgets que están a modo de prueba por un tiempo, a ver si resultan de alguna utilidad), nosotros seguimos trabajando incansablemente en nuestro caminar incesante. Volvemos con la lógica lateral, así que a afinar y calibrar la mente, porque será necesario transitar por los senderos de los razonamientos kpara encontrar posibles soluciones. ¿Listos? Allá vamos.


    Un hombre es sentenciado a elegir su sentencia. Es puesto en una habitación cerrada que tiene dos puertas y dos guardianes (uno por cada puerta). Una de las puertas conduce a la libertad, la otra lleva a un recinto en donde aguarda un verdurgo listo para ejecutarlo.
    Para salir tiene derecho a hacer una sola pregunta a uno solo de los guardianes. Y lo único que sabe de ellos es que uno es un mentiroso redomado y el otro dice siempre la verdad. Sabe que uno siempre miente (sin excepción), y sabe que el otro siempre dice la verdad (también sin excepción).
    Él no sabe cuál es el guardián que miente, así como tampoco sabe quién es el guardián que dice la verdad; ni cuál es la puerta que lleva al verdugo ni cuál la que lleva a la libertad. Cabe destacar que, a fines prácticos del problema, no necesariamente el guardián que dice la verdad es el que custodia la puerta de la libertad (y viceversa, no necesariamente el guardián mentiroso es el custodio de la puerta que conduce al verdugo). Eso no está relacionado.
    La regla es sencilla: una sola pregunta y a uno solo de los guardianes. Una sola oportunidad. Sabe que si le pregunte al mentiroso recibirá una información falsa, pero no sabe quién es el que miente ni quién es el que dice la verdad. Sabe cuáles son sus dificultades. Pero sabe que tiene que arriesgarse enteramente. Sin embargo, se para a pensarlo un momento.



    ¿Tiene solución?



    En caso afirmativo, ¿qué le debería preguntar y a quién para salir de la habitación por la puerta que conduce a la libertad?


    ADVERTENCIA: La única aclaración de la última pregunta está hecha para que no me vengan con la vuelta de tuerca de "que le pregunte a cualquiera y salga por cualquiera de las puertas".

    ADVERTENCA II: No tiene respuesta como "pues debería sobornar a cualquiera de los dos para que se le permitiera hacer dos preguntas o tres". A pensar, que aquí cuenta la astucia del cerebro y de los razonamientos laterales.

    ¡Matemática a la carga!


    lunes, 1 de noviembre de 2010

    Los principios



    Damas, caballeros...
    ... hacía mucho tiempo que en este salón no se publicada nada escrito por mí (escrito en el sentido de ficción). Hoy quiero ofreceros con uno de mis más modestos cuentos, escrito hace un mes, aproximadamente, para una amiga muy entrañable. En él, y como siempre me gusta hacer pequeñas reflexiones, introduzco a mi personaje principal de la serie policial y le doy un rol distinto al que suele ocupar. Es, por así decirlo, el relato de cómo comenzó todo en la mente y el corazón de Adan Evans.

    Como siempre, este blog nunca se ha cerrado a críticas. Recuerden que si bien la crítica es una crítica, tiene que estar encaminada a un fin constructivo (de nada sirve si sólo alguien llega y se pone a gritar que esto no le gusta y luego a insultar a medio mundo). Como siempre, el deseo de todo escritor en fase de prueba es intentar hacerlo cada día un poquito mejor, y para eso necesito conocer la opinión de los lectores. La crítica constructiva, cuando está bien hecha y recalca los errores para lograr un bien, rinde buenos frtuso en la vida del escritor (a nivel de escritor y a nivel personal), pues se aprende a juzgar y a cuestionar lo mismo que se escribe con un criterio objetivo e imparcial. Además se corrijen defectos, se pulen cosas pequeñas en las que no siempre reparamos, y eso es lo que hace la diferencia a la crítica destructiva. Si tenéis una buena crítica (aunque sea para decirme que a vosotros no les gustó tal cosa o les parece de tal y tal modo) será recibida con los brazos abiertos, porque aquí estamos dispuestos a crecer y a mejorar siempre un poquito más. No hay mejor forma de avanzar en un camino que reconociendo las propias caídas y levantándose con más experiencia.

    Sin mayor dilación (considerándose esto último como más dilación), os presento este modesto cuentito.


    Los principios
    La primera chispa


    Este modesto cuento (que no es siquiera digno de ser dedicado a semejante persona) está dedicado a la señorita Lady Ginger. No es ni mucho menos lo que hubiera querido regalarte para una fecha tan importante como la celebración de la vida, pero mi “extraordinario y magnífico sentido de la ubicación temporal” me ha demostrado que no puedo terminar una nuvelle de fantasía en dos días. Sé que te gustan los cuentos policiales, y también sé que te gusta Adan Evans. Lamento, no obstante, no haber podido pensar una nueva historia policial, como las que a mí tanto me gusta encaminar y a ti tanto te gustan leer. Conserva las esperanzas de que, quizás más adelante, puedas recibir la parte buena del obsequio. Por el momento, espero que veas en este cuento un signo sensible del cariño y la admiración que te tengo. Porque quizás este mundo necesite más hadas de luz como tú, y tú cumples a la perfección el cometido de llevar más amor y color a este mundo, feliz cumpleaños, querida amiga.

    Adan Evans también necesita tener una niñez, por más triste que sea esta en algunas ocasiones. Era necesario que el detective tuviera una firme razón para serlo. Porque los grandes dones… conllevan grandes responsabilidades.



    El niño caminaba por la quieta calle de Londres. El aire soplaba calmo y la fresca tarde de primavera invitaba a pasear un rato por el querido y familiar vecindario. Adan Evans era un niño bastante atípico y peculiar para su edad. Pero decir esto es una imprecisión en la descriptiva expositiva. En principio hay que señalar que (como casi todo el mundo sabe) no todos tenemos las mismas características, y he allí la causa de las desigualdades y que todos (en cierta medida) seamos atípicos. Convengamos, ¿cómo sería el mundo si todos fuéramos idénticos? Corresponde, por tanto, indicar qué clase de “atipidez” poseía Adan Evans.
    Era un niño Delgado, pálido y bastante alto para su edad. El aspecto general era enclenque y su pelo azabache le daba un aire más desahuciado. Unos brillantes ojos verdes centelleaban en lo alto de su cabeza, y este era el único signo visible que delataba la particularidad de aquel jovencito. Sus ojos eran increíblemente suspicaces y llenos de una sagacidad impropia en un muchachito de nueve años. Por otra parte, no era muy aficionado al deporte, jugaba mucho al ajedrez, le gustaban los cálculos y los números y tenía una facilidad pasmosa para hablar latín y francés. Pero si algo sorprendía, algo que verdaderamente estaba fuera de lo común, era su increíble capacidad para resolver problemas, para generar nuevos enigmas y para penetrar todo con una mente afilada que no dejaba cabo suelto en cualquier dificultad. Si se le presentaba un problema cotidiano, antes de proceder a resolverlo, lo primero que hacía era analizarlo en todas sus formas para hallar la verdadera solución. Como detalle curioso, y fuera de los ya señalados, podemos destacar que tenía cierto gusto morboso por romper aparatos y volver a armarlos, jugar con el laboratorio de su padre y mirar las estrellas en las noches de verano.
    Pero el niño, que a esta altura ya debe estar bien descripto, sólo se dedicaba a caminar, paseando, observando y disfrutando de la bella primavera. Fue un grito lo que lo puso en guardia. Era un chillido amortiguado que provenía de sus espaldas. De inmediato se volvió, tratando de aguzar la visión para detectar de dónde provenían esos quejidos, y pudo distinguir, a lo lejos, un grupillo de muchachos de diecisiete años que caminaban con prisa hacia donde estaba él. Sabía que no le quedaba tiempo para huir, con lo que decidió esconderse en una callejuela lateral. De pronto parecía que el día había corrido demasiado rápido tras el atardecer, que las lámparas de sodio no alumbraban lo suficiente y que la callejuela se hacía más angosta y no parecía terminar. Al fin terminó, y Adan comprobó con estupor que no era una callejuela, sino un callejón del que no había ninguna escapatoria.
    Volvió su rostro buscando algún refugio seguro, un lugar en donde no pudiera ser visto por los muchachos que se acercaban riendo y jurando con palabras extrañas y ajenas. Vio a la tenue luz de la farola un montón de cajas y dos botes de basuras. Decidió que eso debería bastar por el momento, y confió plenamente en que la Divina providencia no pusiera a los muchachos en ese callejón. Sus esperanzas, sin embargo, se vieron reducidas cuando oyó que las risas se hacían más nítidas, que los pasos comenzaban a resonar por el callejón…
    Se quedó quieto y trató de serenar su respiración. Por la conversación que mantenían, sabía que esos muchachos no le tendrían consideración si lo veían por allí.
    —Pongan a la rata en el suelo —dijo una voz—. Es increíble que la ratita de mamá no se haya defendido ni un poquito. Maldito nazi, ahora aprenderá lo que es bueno.
    —Está a nuestra merced —replicó una segunda voz.
    El niño oyó un ruido de arrastre y luego un golpe seco, como si tiraran algo muy pesado al suelo. Adan decidió que podía sacar un poco la cabeza para ver mejor.
    Lo que vio lo dejó pasmado. Un jovencito de trece años yacía en el piso, atado de pies y manos, con un balde en la cabeza y un montón de cinta aislante en el cuello y la barbilla. Emitía leves quejidos, como si intentara gritar y respirar al mismo tiempo, pero los otros, en lugar de quitarle sus ataduras, comenzaban a extraer navajas y palos de bolsillos y mochilas que llevaban al hombro. El más alto de todos ellos, el que había hablado por primera vez, parecía también ser el primero que iba a golpear con una cachiporra. El golpe no se hizo esperar. El palo cayó sobre la cubeta y resonó como una campana. El niño de trece años gritó, quedándose sin aire, gritó y gritó hasta que sus pulmones estuvieron a punto de reventar, como si el dolor fuera insoportable.
    —¿Te dolió, desgraciado? —le preguntó otro de la comitiva—. Espera a que acabemos esta noche, y luego nos dirás qué es dolor.
    Fueron dos palos más a la cabeza del niño, quien había dejado de moverse, y su respiración se hacía más dificultosa. Adan estaba atónito, incrédulo; no podía pensar que lo que estuvieran haciendo fuera realidad. Habían sacado las navajas y practicado incisiones en los brazos y piernas del niño, causa de más gritos y de más dolor, y habían comenzado a arrancar de tirones la cinta aislante, dejando trozos de piel a su paso.
    Los gritos del niño se habían vuelto insoportables. Adan notó que sobre el cielo crepuscular se arremolinaban unas nubes de tormenta. En la lejanía oyó un trueno. Luego vio un relámpago y poco tiempo después tronó con mayor intensidad. Las primeras gotas comenzaban a caer, movidas por el viento. De seguro esa sería una de las mejores tormentas del año.
    La pandilla había levantado al niño, y había le sacado el balde de la cabeza. Adan casi soltó un grito al ver el rostro del niño: Estaba lleno de sangre, uno de sus ojos estaba morado y cerrado, la nariz estaba partida, y el niño parecía inconciente.
    —¡Defiéndete! ¿Por qué no te defiendes?
    Cayó un garrote sobre su cara, dejando los ojos ensangrentados y la nariz destruida por completo. El niño se tambaleó un par de pasos hacia atrás, pero un golpe en la espinilla con una bota remachada en acero lo hizo adelantar para recibir dos golpes en el lado de la cabeza. El aguacero había comenzado, y las gotas de lluvia se convertían en baldazos de agua por el viento.
    —¡Defiéndete como un hombre!
    Otro golpe en el otro lado de la cabeza, un nuevo tambaleo y un nuevo empujón. Un garrote en el estómago, dos patadas en la espinilla y un golpe en la boca. El pobre niño se ponía de rodillas, pues no resistía más el dolor, pero los demás lo levantaban de la chaqueta y lo obligaban a ponerse de pie mientra lo masacraban como sólo los animales podían hacer. Le arrancaron mechones de cabello con gran parte del cuero cabelludo, le tiraron las orejas hasta hacerlo sangrar y los puñetazos en el pecho y los palazos en el estómago no pararon, intercalados de vez en cuando con un garrote en la cabeza. El niño perdía cada vez más el conocimiento. Con horror notaba cómo dejaba de ver a sus agresores, de oír los truenos, de tener ganas de respirar…
    Finalmente lo tiraron de espaldas y comenzaron a golpear sus piernas sin parar, y en una ocasión Adan pudo oír cómo un hueso crujía al romperse de una forma horrenda.
    El jovencito sólo musitaba frases suplicantes llenas de peticiones de misericordia, pero los captores estaban en un grado elevadísimo de placer violento y destructivo, destruyendo, aniquilando y desmoronando. Habían perdido toda conciencia, ahora sólo la bestialidad dominaba sus impulsos.
    El niño lloraba y gritaba cada vez más tenuemente, pero ese no era indicativo de que su dolor disminuyera, sino de que comenzaba a expirar lentamente.
    Adan negó con la cabeza. No podía permitir que lo mataran, no podía… Pero qué podía hacer él. Si acaso llegaba a decir “no”, de seguro él terminaría peor que ese niño… Necesitaba pensar, y debía hacerlo rápido, pues una vida corría peligro. Una luz brotó en su interior.
    Cuidando que ninguno de los rufianes lo viese, caminó en dirección a la salida del callejón. La lluvia y los truenos, que formaban charcos inmenso de agua, cubrían toda la visibilidad y dificultaban el moverse con sigilo; no obstante, le jugaron a favor, pues entre las risas sádicas, los gritos y el bullicio, nadie le prestó atención y consiguió salir de allí. El resto estaba en saber actuar de un modo convincente y gritar lo suficiente como para acallar el clamor de la tormenta.
    —¡Guardias! ¡Guardias! —gritó una voz infantil que venía desde la boca derecha del callejón, justo por donde habían entrado hacía un momento.
    Los pandilleros se vieron unos a otros, atónitos, sorprendidos y atemorizados, y comenzaron a preparar la retirada. Guardaron todas sus armas y tomaron al niño por la pechera.
    —Escucha con atención —dijo el más alto de la pandilla—: Eres una rata inmunda y asquerosa. No mereces vivir en un país como este, porque eres un desgraciado alemán, un maldito nazi. —Acto seguido le escupió en el rostro—. No quiero volver a verte caminar, porque si lo hago, te juro que no estarás vivo para contarlo después.
    El delincuente lo elevó del pecho de la chaqueta, y luego lo embistió contra el duro piso de cemento. La cabeza del niño de trece años se estampó contra el pavimento y después de emitir un débil gemido, se quedó inmóvil.
    —¿Lo mataste? —preguntó otro miembro de la pandilla.
    —¿Y qué si lo hice? —repuso el otro.
    —¡GUARDIAS, POLICÍA!!! —volvió a gritar la voz pidiendo auxilio—. ¡POR AQUÍ! ¡ESTÁN EN EL CALLEJÓN!
    —¡RETIRADA! —gritó el jefe, y toda la pandilla comenzó a trotar en medio de charcos de agua, recibiendo los baldazos de agua en todo el cuerpo.
    Salieron presurosos del callejón y miraron a ambos lados con desesperación, de la misma manera en que un roedor ve próximo su fin. Finalmente uno de los pandilleros tomó el camino izquierdo, pues por allí perderían al policía de turno. Soltando maldiciones e improperios, los delincuentes corrieron hasta que sus pasos se perdieron en el fragor de los truenos.
    Adan Evans salió de su escondite y corrió presuroso hacia el callejón. Sus pobres piernas no le permitían ser muy veloz, la ropa empapada, la continua lluvia y los charcos se tornaban dificultosos para sortear. Finalmente llegó al lado del cuerpo inerte del pobre muchacho que habían masacrado.
    —¿Estás bien? —preguntó Adan casi con desesperación.
    Se colocó al lado del muchacho y lo volvió para examinarlo. Su madre sabía hacer pasteles, hablaba varios idiomas y era una renombrada violinista. Su padre era un hombre de cálculos, de libros y de ciencia. Pero nunca le habían enseñado qué hacer en esos casos.
    El joven aparecía magullado y casi deforme, con una nariz sangrante y un ojo al borde del derrame. Su mano estaba magullada y tenía fuertes golpes en la cabeza.
    —¿Me oyes? —gimoteó Adan, cada vez más asustado—. Soy Adan Evans, ¿cómo te llamas tú? ¿Sigues conciente?
    El muchachito respiró entrecortadamente e intentó abrir un maltrecho ojo. Reconoció a Adan en medio de la oscuridad y a pesar de que su visión se nublaba.
    —¿Dónde están? —preguntó.
    Su voz era entrecortada y ronca, con profundos jadeos y grandes dificultades.
    —Los distraje —respondió el niño—. ¿Te sientes bien? ¿Te golpearon mucho? ¿Recuerdas a dónde vives? Dime algo. No… no te mueras… por favor… no te mueras…
    —Benjamin… —dijo el muchacho—. Me llamo Benjamin Brosky…
    —No te duermas —dijo Adan quedamente—. ¡Por favor, no te duermas!
    Cada vez estaba más desesperado. En un arranque de pavor, había sostenido la mano al muchacho, como para evitar que se fuera, tratar de que no se sintiera solo. Sin darse cuenta de ello, Adan Evans estaba presenciando uno de los sucesos más trágicos, más temidos y dolorosos para los hombres. La muerte se hacía presente en aquel callejón como una sombra que comenzaba a cubrir la luz de la vida. Y la pequeña lucecita, cada vez más mortecina, cada vez más débil, se apagaba lenta y silenciosamente.
    —La cabeza… —musitó el joven tendido en el suelo.
    El agua se acumulaba a su alrededor, dejando buena parte de su cuerpo sumergida.
    —¿Quieres que vaya por ayuda?
    Adan hizo amague de levantarse, pero de inmediato lo sorprendió la mano del joven que yacía en el suelo. Con las pocas fuerzas que aún conservaba tras la paliza, logró retener a Adan y hablar quedamente: “No te vayas”, le dijo.
    —Debo buscar ayuda —replicó el niño, tratando de hacerle entender.
    El jovencito negó con la cabeza.
    —Quédate, Adan…
    —Necesitas ayuda. No te puedes quedar allí tendido.
    El joven ya no respondió. Sólo se limitó a estrechar más la mano de Adan Evans y poco a poco el niño comenzó a sentir que esta se ponía más fría. El jovencito cerró los ojos con cansancio, como si le pesara mucho seguir manteniéndolos abiertos, y fue aflojando la presión en su mano. Sólo dijo una palabra más antes de dar su último suspiro: “Gracias”. Después de pronunciarla con esfuerzo, respiró por última vez y se quedó quieto, quizás demasiado quieto. En ese mismo instante, como comprendió con horror el pequeño niño de nueve años, quien nunca antes había visto tan de cerca a la muerte llevarse una vida, en lo más profundo de aquel inocente se había apagado la llama de la vida, que había crepitado con todo su vigor hasta ese momento, que había batallado en vano para no apagarse, luchando contra el viento y la marea.
    Los ojos no volvieron a abrirse, el corazón no volvió a latir, los pulmones no volvieron a inflarse, la mano no volvió a apretarlo. Su mano. Estaba fría y sin vida, pero él seguía recordando con cuánta desesperación lo había tomado, con cuánta súplica le había implorado que se quedara a su lado. Ahora lo entendía. No quería morir solo. Había muerto sabiendo que estaba muriendo.
    Adan se puso de pie, como temiendo que la muerte también quisiera llevárselo a él, mirando a su alrededor, despavorido y desconcertado. No le gustaba estar desconcertado. Pocas veces en su vida lo había estado, y esa era una de ellas. No sabía qué debía hacer en una situación semejante, ni a dónde debía ir, ni con quién debía dejar el cuerpo del pobre muchacho que había muerto sin tener que morir.

    Elizabeth Dawson de Evans corrió a abrir la puerta cuando oyó a su hijo gritar desde fuera. Era una mujer alta, esbelta y de facciones delicadas. Al abrir, su pequeño se abalanzó en sus brazos y rompió en llanto histérico, como pocas veces lloraba un niño en su vida.
    De inmediato llegó corriendo su padre, David Evans, alertado por los golpes en la puerta y por el llanto del niño. Ambos padres estrecharon al pequeño Adan entre sus brazos, sabiendo que sería inútil preocuparse por saber qué había sucedido mientras no tuvieran la declaración del niño; era un error teorizar sin pruebas, con lo que el niño podría estar llorando así por haber robado alguna minucia o por haber sido raptado. Cuando el niño se tranquilizó, su madre levantó su rostro y lo examinó a la luz de las lámparas.
    —¿Te sientes bien, hijo?
    —Yo…
    —¿Por qué tienes tanto barro?
    —Yo…
    —¿Y esa sangre?
    Su madre comenzaba a preocuparse al ver el estado en que había regresado el niño.
    —¿Estás bien, Adan? —preguntó su padre con preocupación.
    —Una pandilla —dijo el niño—. Una pandilla atacó a otro chico. No pude detenerlos. Los distraje demasiado tarde. Lo mataron.
    Sus padres se miraron entre sí perplejos. El niño estaba más tranquilo, aunque su respiración era entrecortada. Por lo demás, se encontraba algo pálido y agotado.
    —¿Tú lo viste? —preguntó su madre.
    —Yo estaba a su lado cuando… cuando murió.
    —¿Cómo distrajiste a la pandilla? —inquirió su padre.
    —Salí del callejón en donde se habían metido, fui al camino por donde habían ido y metí la cabeza en un contenedor de metal; luego grité lo más fuerte posible como llamando a un policía, y poco tiempo después huyeron despavoridos.
    Su madre lo atrajo hacia sí y lo estrechó fuertemente entre sus brazos. Su padre corrió al teléfono y llamó a la policía.

    El niño ya se encontraba más repuesto cuando tocaron al timbre. Estaban los tres Evans sentados a la mesa, tratando de que Adan tomara un bocado antes de irse a la cama, cuando dos oficiales de Scotlan Yard entraron a la sala.
    —Buenas noches —saludó el señor Evans en general.
    —Buenas noches, señor…
    —… Evans. David Evans.
    —... Evans. Buenas noches, señor Evans. Soy el inspector Otis, y el caballero es el oficial Ograydie; somos de la división homicidios. Desearíamos hablar con el que vio todo el asesinato, creo que es su hijo.
    —El niño no está en las mejores condiciones —explicó el señor Evans—. Espero que puedan entender su relato.
    El niño habló durante veinte minutos, tratando de ser lo más claro posible, de dar la mayor cantidad de descripciones y de lograr que los que habían asesinado al pobre muchacho entraran en la cárcel.
    —¿Dices que le dijeron “nazi”?
    —En efecto —respondió Adan—, justo antes de tirarlo al suelo.
    —¿Usted qué piensa, Ograydie?
    —Debía ser un nazi refugiado en Inglaterra, quizás por eso lo mataron. Quizás parientes de un soldado caído en la guerra…
    —El muchacho se llamaba Benjamin Brosky —dijo Adan Evans con total inocencia—. ¿No le dice nada eso, señor?
    —¿Qué quieres decir, pequeño? —preguntó el oficial de policía con deferencia.
    —Que tanto el nombre como el apellido son más judíos que alemanes. Mi madre me contó que al estallar la guerra muchos judío-alemanes que vieron peligrar su vida huyeron del país y se refugiaron en los Estados Unidos, entre ellos, ese científico, el señor Albert Einstein.
    —Sigo sin entender —dijo Ograydie.
    —Pues está más claro que el agua —dijo el señor Evans—: Mi hijo quiere decirle que es más probable que sea un judío refugiado que un nazi que ha escapado. Hay que investigarlo, por supuesto, pero creo que tendrán más suerte si investigan a los judío-alemanes en lugar de los nazis…
    —Creo que tiene razón —sentenció el inspector Otis—, pero recuerden que será difícil atrapar a los perpetradores de este crimen.
    —¿¿¿Qué???? —exclamó Adan con pasmo—. ¡Pero lo mataron! ¡Lo mataron!
    —Sabemos que lo mataron, ya llevamos el cuerpo a la morgue, pero seguimos sin tener pruebas que apunten a… —dijo el oficial Ograydie.
    —¡Usted es un estúpido! —gritó Adan colérico.
    —Adan Evans —dijo Elizabeth Dawson detrás de su hijo—, no te hemos enseñado a tratar así a las personas.
    —Pero sí me han enseñado a decir siempre la verdad. ¿Cómo no van a poder encontrarlos? ¡Les di la descripción de todos!
    —Una descripción que resulta muy general, ¿o no sabes, niño, cuántos pandilleros hay en la ciudad? No hay huellas dactilares, ni las armas ni nada que nos lleve hacia los posibles sospechosos.
    —Pero…
    —¿Qué? ¿Tú sí puedes llegar a ellos?
    —Esos pandilleros sabían que Benjamin Brosky era alemán, y quizás, como otros que conozco, no supieran que su nombre es completamente judío. Quizás esos pandilleros, si podían saber eso, vivan cerca de la casa del chico, o frecuenten comúnmente las colectividades judías en donde se hacen refugios. Habría que…
    —… habría que cerrar la boca, acallar la imaginación y dejar que los oficiales adultos se hagan cargo de esto, niño —escupió Ograydie con fastidio. Parecía deleitarse en usar el vocativo “niño”.
    —Le prevengo de dirigirse en esos términos a nuestro hijo —dijo el señor Evans con firmeza.
    —Y yo le sugiero que hagan que su hijo tenga más respeto por la autoridad.
    —Si respetar la autoridad significa —dijo Elizabeth Dawson— someter toda nuestra vida en manos de gente inepta, entonces estoy segura de que jamás le enseñaría a mi hijo a obrar así.
    —Creo que nos estamos excediendo en este asunto —apuntó el inspector—. Nosotros no deberíamos darles cuentas a ustedes, ya que no son la familia del muchacho.
    —En cualquier caso, es cierto que tienen pocas esperanzas de atraparlos? —preguntó el padre de Adan—. Mi hijo dio en el clavo hace un rato…
    —… la gente —resopló el oficial Ograydie con gesto cansino—. Todo el mundo cree que ser detective es fumar en pipa y usar gabardina, tener mujeres y salir a perseguir criminales, o, en su defecto, también se hacen la deformada idea de que es menester ponerse a trabajar con una lupa y buscar pistas. Eso sólo ocurre en las novelas de misterio.

    Después de un par de comentarios más, los oficiales de policía se marcharon del domicilio cómodo y modesto de los Evans. Adan había quedado verdaderamente disgustado de su encontronazo con ese hombre del que no recordaba el nombre. Sus padres habían intentado darle ánimos, esperanzarlo, convencerlo de que se podría hacer algo. Pero el niño seguía obstinado en que con persona así trabajando, difícilmente se llegaría a dar con los culpables de ese asesinato.
    Sus sueños aquella noche no estuvieron exentos de vivenciar todos los momentos trágicos del callejón. No podía dejar de recordar en sueños, una y otra vez, como si su espíritu lo estuviera acusando de cobarde o traidor, la mano de ese pobre muchacho que no conocía, suplicándole que se quedara a su lado, y luego pidiéndole que encontrara a sus asesinos. Un par de veces despertó con la sensación de que tenía cierta culpa. Al fin y al cabo, él era el único que había estado cerca del muchacho en el momento de la paliza, y él era el único que había podido hacer algo por el desventurado joven. Quizás si hubiera reaccionado antes, si hubiera hecho su treta un poco antes… si los hubiera enfrentado en lugar de quedarse allí tendido… Pero ¿qué podía hacer él? Él era poco más que un gusano con patas, lo demolerían en cincuenta segundos. Y de nada servía atormentarse, pues el mal ya estaba hecho, y ahora ese muchacho había muerto cruelmente, sin ningún ser querido al lado, sólo con la persona que lo había salvado, y para peores de males, la persona que lo había salvado de nada. Ahora debía encontrarlos… Pero los encargados no podían… eran incapaces… eran unos incompetentes… unos idiotas… Llegó a la conclusión de que los policías no servían para nada, sólo para estorbar, molestar, obstruir y llevar injusticia.

    «Asesinato en el callejón de Hambrury.
    »La pasada noche de mayo, un joven de trece años, al que sus padres han pedido que no se identifique para mantener el luto, fue violentamente asesinado por una pandilla juvenil de Londres, que, como tantas otras en estos accidentados tiempos que corren, se dedican a perseguir a alemanes refugiados en el país, confundiéndolos con nazis y torturándolos hasta la muerte. El niño que asesinaron salvajemente la pasada noche resultó ser miembro de la colectividad judía, quienes viven en refugios especialmente preparados para ellos y evitar que la masacre de Adolf Hitler siga adelante.
    »El muchacho presentaba graves heridas, fuertes contusiones, derrames internos y cortes prolongados en todas sus extremidades. Asusta ver el sadismo con el que acabaron con esta vida. El forense no ha detallado más sobre la autopsia del cadáver, ya que hay detalles morbosos que podrían atentar contra la sensibilidad de los lectores.
    »La investigación de la muerte está siendo llevada por el inspector Mark Otis, y por su joven y prometedor asistente, el oficial de homicidios el señor Richard Ograydgie. A pesar de contar con fabulosos genios en materia criminalística, se hace dificultosa la busca de los pandilleros que acabaron con la vida del desafortunado joven. “Los crímenes más sensacionales suelen ser los de más difícil solución”, declara el inspector Otis a nuestro enviado especial. “Sin embargo, estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para evitar que este delito quede impune”, dijo el oficial Ograydie tras las declaraciones de su superior.
    »Rogamos a toda la población que, si alguien sabe algo sobre el brutal ataque a este pobre joven, quien será sepultado en el cementerio (…), el día diecisiete de este mes a las trece horas, se comuniquen con la redacción o bien con Scotlan Yard. Ayudemos a que estos delitos no queden impunes».

    El artículo del periódico había aparecido crudamente, indicando una aplastante y dolorosa realidad que Adan no quería reconocer: La policía había cerrado por completo el caso. Era regla general que, si la policía conseguía resolver algo (cosa que muy pocas veces ocurría), los periódicos publicaran como mínimo cinco páginas sobre el maravilloso accionar de la policía. Era regla general que, si la policía daba por cerrado un caso (pero el periódico no quería dejar traslucir su incompetencia), publicaran un petitorio de ayuda y citaran los motivos por los que la investigación se dificultaba. Conforme avanzaban los días, Adan se convencía de que ese horrible homicidio quedaría sin ningún culpable, que todo se olvidaría en el tiempo, que los padres del pobre Benjamin Brosky morirían sin saber quiénes le arrebataron a su hijo, que jamás se haría luz. Era dolorosamente conciente de que sus esperanzas se perdían.
    El muchacho que le reclamaba en sueños comenzó a desaparecer progresivamente de sus pesadillas, pero no de su vida por entero. Había descubierto algo más aquellos días: Él no era ningún niño idiota. Todo lo contrario, Adan Evans tenía facultades extraordinarias para reaccionar en circunstancias difíciles. Las ideas brotaban a manantiales de su mente. Cuanto más decían los medios que era imposible resolverlo, más creía tener formas de encontrar a los asesinos. Y con el correr de los días, además, había centrado su atención en otros casos que la policía, para variar, no conseguían resolver, dándose cuenta con pasmosa incredulidad que la solución estaba al alcance de la mano. Había hecho una carpeta con recortes de periódicos y distintas anotaciones marginales (hechos con lápices rojos y verdes) en las que señalaba posibles formas de encontrar más información o de hallar una solución con lo lamentablemente expuesto en los casos que consignaba. Y cuando su padre lo revisó, no dudó en ningún instante en asentir con la cabeza y quedarse mirando el vacío durante unos momentos; y en su padre eso era signo de que las cosas se estaban haciendo bien.
    El último hecho destacable de esta reseña en la vida de Adan Evans ocurrió el diecisiete de mayo de mil novecientos cuarenta y tres. Aquel día, como todos sabemos gracias al artículo periodístico que he rescatado de los anales de la memoria humana, se auspiciaría el funeral del pequeño Benjamin Brosky. Sus padres, oriundos de Alemania y judíos desde su nacimiento, habían decidido invitar, dado a que él había sido el primero en dar la alarma, al pequeño Adan junto con sus padres, pues era lo mínimo que podían hacer.
    Adan recordó la ceremonia como una de las más brumosas, tristes y aburridas de toda la historia. Predominaban la tristeza y la negrura, siendo el aburrimiento la reacción más lógica a no conocer los ritos judíos de los funerales. Sin embargo, como se hallaban en tierras extranjeras y los tiempos que corrían no eran idóneos para un funeral judío a lo grande, asistieron pocas personas a la lamentable ceremonia, los hombres se pusieron el kipá, como era costumbre entre el pueblo hebreo y señal de respeto, y se pronunció un solemne discurso antes de las oraciones finales. Adan sólo pudo escuchar una parte del discurso, mientras un frío viento, impropio para la primavera, se llevaba el resto de las palabras.
    —Resulta difícil ver cómo una joven vida se extingue tan pronto —decía el Rabino que dirigía la ceremonia—, y ante esto sólo podemos contemplar el inmenso dolor que nos produce ver a los padres del joven Benjamin dolientes y llorosos por la pérdida de su hijo. No hay nada más triste para un padre que enterrar a su hijo, pero los designios del Señor son algo infuso y que escapa a nuestro entendimiento. Por largos años nuestro pueblo vagó en el desierto, hasta llegar por fin a la tierra que el Señor había prometido a Moisés. Por tres largas generaciones, Abraham, Isaac y Jacob, luego llamado Israel, habitaron como extranjeros en las tierras de los cananeos, en la tierra que el Señor le había prometido a Abraham, nuestro padre, cuando aún estaba en Ur de los Caldeos y tenía setenta y cinco años. —Largo silencio—. Quizás las vueltas que tuvo Yahvé para con su pueblo jamás sean conocidas, pero lo cierto es que esas vueltas, que a nuestros padres les parecieron increíblemente dolorosas y amargas, tenían una razón de ser en la santa voluntad de Dios, y como Dios es Todopoderoso, debemos aprender que todo lo que ocurre a nuestro alrededor y a nosotros mismos es sólo porque Dios lo permite. Nos dolerá ver partir a una joven vida? Es evidente que sí, claro está. Pero creo firmemente que debemos confiar en que los actos de justicia, el cumplimiento de la ley y la adhesión vital de este muchacho a la fe de sus padres sean el motivo por el cual sea acogido en el Seno de Abraham hasta que llegue el momento en que goce de la promesa de salvación que tiempo atrás nuestro Señor le hizo a David. Hoy confiamos en esto para consolarnos pobremente, pero no deja de doler que el joven Benjamin fuera vilmente asesinado. A una persona que no ha hecho injusticias, que no ha cometido acciones propiciatorias del mal, a una persona que ha sido tocada con el beneplácito de la misericordia de Dios por haber sido grata a los ojos de Dios, y a una persona que, por sobre todas las cosas, y como todo su pueblo, fue perseguida, expatriada y expulsada, hasta llegar aquí, resulta doloroso que sea asesinada injustamente. ¿Dónde está el designio de Dios? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde se manifiesta la misericordia? Preguntas que quizás nunca lleguemos a responder, quizás sean preguntas que escapan a nuestra vida. ¿Por qué los enemigos, los malvados y los impíos no son castigados, como rezan los salmos de David? Confiemos en que la mano de Dios, la misma mano que castigó con crueldad a los captores de Egipto, la misma mano que condenó a Sodoma y Gomorra, la misma mano que dirigió la onda de David para vencer a Goliat, la misma mano que encaminó a los ejércitos a conquistar a los cananeos, sea la mano que caiga ferozmente sobre los malvados e impíos.
    El discurso terminó con más lágrimas, con sollozos contenidos y con Adan Evans atónito. Sabía que, al menos en gran parte del discurso, el Rabino había errado garrafalmente, según la educación cristiana que había recibido desde pequeño. Pero había habido algo en ese discurso que lo había tocado fuertemente: ¿En dónde estaba la justicia? ¿En dónde estaba la verdad? Adan sabíaque el arrepentimiento verdadero de los hombres podía alcanzar la misericordia y el perdón. Pero también sabía que había crímenes que debían ser juzgados por los tribunales de los hombres. Y para esos juicios era necesaria la verdad. Esos tribunales no perseguían la venganza, la ley del Talión, el rencor ni el odio, sino que cada quien, aún en el mundo terrenal, recibiera lo que le era propio. Y para eso se necesitaba la verdad.
    Los policías que se habían hecho cargo del caso de Benjamin habían privado de la verdad a muchas personas. y era justo, al menos, que los asesino de Benjamin Brosky recibieran su condena por semejante falta a los ojos de los hombres y a los ojos de Dios. Sabía que, por más daño que hubiese hecho una persona, no se podía infligir ese mismo daño a quien lo hubiese cometido, pues sería caer en la venganza, el placer de ver sufrir, el deseo morboso y orgulloso de equilibrar la balanza a favor de una parte, satisfacer la perniciosa necesidad de verse retribuido, en cierta y retorcida medida, con el dolor de los que habían causado dolor. Sabía que si eso ocurría, el mundo sería un círculo de dolor y odio que no acabaría jamás.
    Y con sus escasos nueve años, Adan Evans comprendió al fin que para evitar el dolor y la venganza, para llevar la justicia verdadera a los hombres y para impedir la propagación de la maldad, era necesaria la verdad. Y que privar a todo el mundo de la verdad, era privar a todo el mundo de la justicia. Y la justicia debía ser el equilibrio. Y nadie llevaba verdad a los asuntos oscuros. Y los asesinos de Benjamin Brosky jamás serían juzgados por los tribunales de los hombres. Y la memoria manchada en sangre del desventurado joven quedaría siempre enturbiada por las aguas de la mentira y de la omisión. Y era necesario hacer algo.
    Tuvo que obligarse a despedir como correspondía al pobre joven al que había visto morir, al que había sostenido mientras moría, y, en frente de la tumba recién cerrada, elevó una única plegaria a los Cielos: Que ese muchacho, sin importar cuáles hubiesen sido sus creencias, encontrara, aunque más no fuera por sus actos de justicia, la misericordia y la paz. Sólo al salir del cementerio una idea se alojó en su cabeza.
    El frío viento azotaba su rostro. El pequeño estaba tomado de la mano de su madre, y su padre apoyaba su mano sobre un hombro mientras los tres caminaban hacia la salida en un respetuoso silencio. Recordó en ese momento todos los recortes que había juntado en esos últimos dos días, y supo que en el mundo entero se ocultaba la verdad tras los engaños, tras la oscuridad y tras el crimen. La maldad se cernía sobre los corazones, debilitaba a los hombres y traía sufrimientos y angustias. Una lágrima resbaló por su mejilla, perdiéndose prontamente, ocultándose tras una firme determinación que había nacido en el corazón del pequeño.
    Sabía que de algún u otro modo, un modo que él mismo encontraría en algún u otro momento, debía dedicarse incansablemente, durante el resto de su vida, a llevar la verdad allí a donde abundaba la mentira, sirviendo siempre al bien, a la justicia y a la honestidad. Desde aquel día, dedicaría su vida y sus esfuerzos al servicio de la verdad y de la justicia. Y hallaría una forma. Estaría siempre alerta. Nunca dejaría de combatir contra la mentira. Siempre encontraría la verdad que se hallaba oculta en una maraña de tinieblas. Lucharía incansablemente por encontrar la verdad.


    Fin.


    Sir Nícolas Vásquez de Aragón.