viernes, 30 de octubre de 2009

Luz y oscuridad

Bienvenidos, otra vez, a una nueva entrega del salón del Estudio. He escrito un nuevo cuento y me he dicho "Vale, si no lo muestro lo verán pocas personas", y he decidido publicarlo por aquí. Sé que el salón está sufriendo... Hem... ¿Cómo decirlo? Una especia de paroncito, pero es normal. Ya he comenzado los estudios intensivos para rendir en diciembre, así que tengo poco tiempo libre para preparar todas las entradas que quisiera. Creo que en noviembre no tendremos muchas publicaciones y en diciembre, si todo sale como se espera, tendremos una avalancha de post cerca de Navidad y Año Nuevo.
Pero, y por el momento, aún sigo escribiendo cuentos. Creo que es algo triste, pues refleja el estado anímico en que estuve hace unos días. Además, tomando en cuenta la fecha (hallowen) que se avecina, creo que sería lindo dar una leída a un cuento algo triste. No, no es nada de terror o esas cosas por el estilo, aún no he probado ir por ese género. Pero sí es algo melancólico. ¿Qué me dicen?
¿Están preparados para comenzar una nueva lectura? Entonces... allá vamos!!!


Luz y oscuridad



Para A.J. de N.V.
Para todo aquel que se haya olvidado de ver lo esencial.


El hombre caminaba lentamente por las oscuras y grises calles de Nueva York. La vida le parecía hueca y sin sentido alguno, una profunda amargura le invadía y le impedía pensar con claridad.
La desesperanza se adueñaba de su ser, no podía ser feliz, no podía vislumbrar un rayo de luz entre la fría niebla.
No veía la luz del mundo… hacía tiempo que había dejado de verla. Desde su antiguo fracaso, desde que su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora todo era negro y sombrío, no veía la luz del mundo. Todo lo observaba bajo las tinieblas y sufría.
“Ya no hay luz en este mundo”, se decía, “ya se perdió todo. Nadie… nada…”.
Las farolas titilaban con poca energía, y ofrecían un tenue alo de luz que generaba un círculo de penumbras. El juego entre las débiles luces y las sombras era hechizante.
Seguía triste, seguía sin sentir felicidad.
Caminó unos metros y se encontró con un horrendo espectáculo: un joven, no mayor de dieciséis años, golpeaba cruelmente a otro niño. Un trueno resonó, el cielo nocturno se rasgó por un rayo que iluminó la escena.
El hombre vio la cara del pequeño en el suelo, y supo que no podía quedarse sin hacer nada…
—¡Oye tú! —gritó mientras se dirigía en dirección al joven— ¡déjalo ya!
—¿Y si no lo hago, qué harás? —preguntó jactancioso el adolescente.
El sujeto se encorvó un poco y siguió caminando. Iba resuelto, no tenía miedo. Sabía que debía hacer eso, y debía hacerlo ahora. “No importa que carezca de defensa”, pensó, “debo hacerlo sin vacilar, es lo correcto”. Se puso en frente del muchacho y se irguió cuán alto era. Su aspecto con su sombrero polvoriento, su bufanda gris y su raído gabán era imponente. Parecía una sombra negra acechante en la oscuridad de la noche.
—Si no lo dejas —respondió— no vacilaré un solo instante en dejarte en peores condiciones.
—¿Tú y cuántos más? —rió arrogante el chaval.
El hombre sintió que la cólera lo llenaba por dentro, inhaló el aire fuertemente en un fallido intento por serenarse. Su sangre se cargó de adrenalina y, en un brusco movimiento, tomó al mozalbete por el cuello de la chaqueta.
Lo levantó por los aires y lo llevó contra la pared. Lo estampó bruscamente en el muro de ladrillo y acercó su rostro, tanto, que sus narices se rozaban.
El hombre abrió la boca y el otro sintió el aroma a alcohol:
—Será mejor —dijo el sujeto del gabán mientras temblaba y miraba con furia al muchacho—, que no te metas más con él. Si vuelvo a verte en las andadas, no responderé de mis acciones y te prometo que no la pasarás bien, ¿entendido?
El adolescente miró hacia uno y otro lado; parecía buscar alguna ayuda invisible. “Un ratón enjaulado”, pensó con amargura. “NO”, se corrigió, “una rata enjaulada, sólo eso es. Una inmunda rata cobarde y rastrera”.
El joven respiraba agitadamente, miró con temor la alta figura del hombre y tartamudeó:
—En- ent- enten- entendid…
—…¿¡Entendido!? —repitió mientras zarandeaba bruscamente al muchacho.
—Entendido —dijo, con más resolución que antes.
—¿Entendido, qué?
—Entendido, señor —repuso con un hilo de voz.
El sujeto asintió y lo dejó en el piso. Le reiteró su amenaza y le dirigió una furibunda mirada con sus ojos grises. El muchacho, cual hiena carroñera, salió huyendo despavorido.
El hombre fue junto al niño, seguía inerte en el suelo. Por lo visto estaba mal herido, tenía algunas magulladuras en el rostro, y el labio le sangraba.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
El pequeño no contestó, sólo se limitó a gemir un poco. Lo tomó entre sus brazos, le apartó el pelo de la cara y pudo apreciar su estado. Si bien estaba en malas condiciones, no había sufrido grandes daños (al menos a simple vista).
Sabía que lo más lógico en esas circunstancias era llevar al niño a un hospital. Volvió a oír un trueno en el cielo, sintió una ráfaga de aire helado, vio un nuevo relámpago. Supo que debía hacerlo. Dejar al niño allí equivaldría a haberlo dejado en manos del rufián.
Volvió la cabeza en ambas direcciones, y se encaminó al hospital más cercano que conocía.
Seguía sin ver la luz en el mundo…

Fin.

Sir Nícolas Vásquez de Aragón.


Como siempre, se esperan críticas, comentarios y consejos para seguir creciendo. ¡Que lo disfruten!
Nuevamente, feliz Hallowen, feliz día de los Santos, y será hasta que el universo nos vuelva a juntar en busca de más conocimientos.

P.S. Como siempre, si alguien quiere que algún cuento, obra, reflexión, ensayo, etc. sea publicado aquí, y si considera que puede encajar con el estilo del salón, puede enviármelo a saladelestudio@gmail.com Claro, siempre se citará la fuente de donde se extrajo, y el autor de dicha obra.
P.P.S. Os reto a una pregunta... ¿en qué tiempo sitúan la historia de más arriba?

domingo, 25 de octubre de 2009

Microcuentos

Así es, amigos del salón. “Microcuento” una técnica que, como los haikus, en los últimos tiempos, se ha expandido mucho y es bastante novedosa, relativamente hablando.
Los microcuentos, a pesar de ser una palabra que deriva de “cuento”, no tiene muchas similitudes con el cuento que conocemos nosotros.
La estructura básica de un cuento clásico es: principio, nudo y desenlace. Este orden puede variar, y de allí surgen los distintos tipos de estructuras de cuento, y ahí nos metemos en otros temas. Pero lo cierto es que, alterados o no, esos son siempre los momentos del cuento. Por el contrario, el microcuento es algo muy distinto. No presenta ni un principio, ni un conflicto, ni un desenlace. Presenta características propias y que lo definen como tal.
Entre ellas podemos citar:
1. Es de longitud muy breve. Los más cortos son de siete y seis palabras.
2. Presentan al lector situaciones extrañas, abstractas y absurdas que a simple vista parecen efímeras, pero son de una gran profundidad.
3. Dejan al lector una sensación de desconcierto. El lector sufre la necesidad de volver a leerlo para saber que no se le escapó nada.
4. Son de carácter muy variado y abordan distintos temas.
5. Presentan hechos ambiguos. Esto es, el lector debe, en muchas ocasiones, inferir el significado de las palabras a base de las pistas o sugerencias que deja el breve texto. Es decir, es algo sugerente y no explícito. Da mucho más lugar al lector a hacer especulaciones y usar la imaginación.
6. También son conocidos con el nombre de: microrrelato, minicuento, minificción, microficción, cuento brevísimo, etc.
7. Sus orígenes se remontan a tiempos muy antiguos. Ya en la edad media se podían encontrar breves escritos de características similares a los microcuentos. En la época de Jesús, por ejemplo, si vemos el Evangelio con atención. Notaremos que todas las parábolas que él usa, sacadas del contexto bíblico, son pequeñas historias con características parecidas a la del microrrelato.
Pero el microcuento nació como tal en la década del 1950, en Argentina, cuando Adolfo Bioy Casares junto con Jorge Luis Borges publicaron una antología de cuentos breves. Luego volverían a hacerlo, mezclando los microcuentos con poemas. Y luego, en la década de los ochenta, todo terminaría por expandirse. Lo que había comenzado en Buenos Aires, pasaría a Estados Unidos y luego al resto de América.

A continuación algunos ejemplos de microcuentos (pido perdón a los lectores porque no recuerdo ni los títulos, ni los autores de estos microcuentos):


«Cuando despertó, vio que el dinosaurio seguía allí».



«El último hombre sobre la tierra estaba sentado sólo en un dormitorio, cuando alguien tocó a la puerta».



«Cuando abrió el periódico, vio su propio obituario».



«Vendo zapatos de bebé, sin usar».


Como podemos apreciar más arriba, esto nos deja un perfecto campo para conjeturar. Y esto, queridos amigos, lo harán ustedes. ¿Por qué? OH, quiero que comencemos a hacer esto mucho más movible y que ustedes comiencen a aportar sus propias opiniones. Recuerden que las interpretaciones de los segundos sentidos pueden variar según el individuo, y no hay nada concreto y absoluto.
¿Qué les dice el primero?
¿Qué refleja el segundo?
¿Qué tristeza posee el cuarto?
¿Qué quiere decir el tercero?
Realidades paralelas, bromas, trágicos accidentes, mundos imaginarios, todo lo que vosotros creáis que pueden significar, decidlo. De este modo podremos disfrutar un buen rato para pensar, y nos llevaremos un montón de puntos de vista distintos.
Hay una anécdota que me gustaría contar aquí. Se trata de lo que dijo una amiga muy querida con respecto al segundo microrrelato…
… traduzco toda la conversación que mantuvimos, íntegramente, para que podáis pillar el chiste:


—¿Qué significa para vos el del último hombre sobre la tierra?
—Que quizá una nueva raza se formó en la tierra después de la destrucción del ser —responde vuestro servidor—. ¿Vos, qué pensás?
—Creo que podés tener razón… ¿y extraterrestres?
—Me gusta… pero también puede que el hombre crea (a causa de X motivo), que es el superviviente de una catástrofe nuclear.
—Muy bueno… aunque… ¿Te acordás del problema que voz me planteaste una vez sobre la eminencia?
—Sí, es mi problema favorito.
—Bueno, tal vez, el hombre era el último de la tierra… pero podía ser que aún quedaran mujeres.


Allí queda ese punto. Debo admitir que me estuve riendo un buen rato de su razonamiento que, después de todo, es bastante correcto. A ver, al final hay mil respuestas para este microcuento, pero la suya me gustó particularmente ya que, como pueden saber en entradas anteriores, utiliza el mismo razonamiento que mi problema favorito.

Al ser algo tan sutil, tan bello y tan breve, siempre están las ganas de probar a ver qué sale. Como escritor aficionado en etapa de prueba que soy, admito que he intentado entrar al noble mundo de los microcuentos. Hasta ahora he hecho cuatro, espero seguir haciéndolos ya que, como dije antes, son muy lindos y agradables. ¿Para qué sirven? Verán, tienen una gran utilidad. No, no es sólo pensar; también conlleva el arte de saber medir las palabras. Es decir, muchas veces en un cuento, es mejor no decir mucho ya que puede que la lectura se vuelva tediosa con muchas palabras. Ahora bien, al tener que hacer algo tan breve como un microcuento, el resultado es, inexorablemente, aprender a valorar el peso de cada palabra. De este modo, al tener en claro cuál es el inmenso valor de las palabras, se puede economizar su uso y hacer algo mucho más breve y ameno. Esto, en un cuento, es indispensable.
Así que, si me permiten mostrarles parte de mi creación, aquí van algunos microcuentos de mi inventiva:


reflejo

Se miró en el espejo y no se vio.

La investigación más extraña del mundo

Cuando terminó de investigar, supo quién era su propio asesino.

Tiempo…

Eran las once. Cuando miró el reloj, marcaba las doce.
Eran las doce. Cuando miró el reloj, marcaba las diez.
Era la una. Cuando miró el reloj, marcaba las siete.
Eran las siete. Cuando miró el reloj, marcaba las once.

Sir Nícolas Vásquez de Aragón.


OH, y faltó uno más. Este es una versión reducida de otro cuento un poco más largo, que podéis encontrar en ”Los Cuentos del Hada Jengibre”.


El padre despertó aturdido por el
timbre del teléfono, y cuando descolgó el auricular una voz severa y potente le dijo: -Hemos arrestado a su hija por contrabando de caramelos.


Este último aún no tiene título… así que si queréis sugerir uno, podéis hacerlo. Tenía pensado nombrarlo “Contrabando de caramelos”, ¿vosotros qué pensáis?

Y así, mis queridos amigos, volvemos a finalizar una entrada del salón.
Será pues, hasta que el universo nos vuelva a juntar… hasta que volvamos a buscar más conocimientos y saber.

lunes, 12 de octubre de 2009

Día para reflexionar...






Buenas tardes, aventureros del saber. Hoy quería traer algo especial para el salón, debido a que estamos conmemorando una fecha muy especial para América, y también para los países de habla hispana. Me refiero, al doce de octubre.
Aquí en América el doce de octubre es conmemorado por ser el día en que Rodrigo Triana (marinero de la flota conducida por Cristóbal Colón), avistó las tierras que fueron consideradas, en su momento, la China, y que luego, gracias a Américo Vespucio y sus exploraciones, serían denominadas “América”.
Hacia finales del siglo XII, y con la creciente expansión de un mercado externo después del debilitamiento del feudalismo a causa de las Cruzadas por recuperar Tierra Santa; los turcos o moros que habían conquistado Europa en el siglo VIII habíanse establecido en la península itálica, más concretamente, en el imperio romano de oriente.
Cuando el feudalismo cayó, se comenzó a pensar en un mercado abierto que produciría la mejora social y nuevas categorías sociales (tales como la burguesía). A causa de esto se buscó exportar productos de tierras lejanas, en donde eran abundantes y baratos, para venderlos en tierras donde fueran escasos y a muy altos precios. Estos productos eran: sedas, especias, dátiles, pistachos, otros frutos orientales, cristalería, entre otros.
Los occidentales, en busca de estos productos en el oriente, usaban el imperio romano de oriente para poder llegar hasta el oriente y conseguir los productos antes mencionados. Sin embargo, con la caída del imperio romano de oriente, a causa de las invasiones turcas, se comenzaron a cobrar impuestos por el puente de paso hacia tierras orientales.
Esto significaba una gran pérdida para los mercaderes y comerciantes, ya que gastaban mucho más en impuestos y, por consiguiente, sus ganancias se vieron reducidas considerablemente.
Así pues, surgió la necesidad de encontrar una nueva ruta de navegación para llegar a tierras orientales sin tener que pagar impuestos. Hacia finales del siglo XV, y gracias a la ayuda de nuevos inventos como la brújula, la carta marítima y el astrolabio, y gracias a la ayuda que aportaron los estudios anteriores de Eratóstenes Cristóbal Colón tomó la firme determinación de una cosa que hasta ese entonces había sido evidente. La tierra era una esfera y no un cuadrado.
Aquí todos dijeron: «¡¡¡Ooooh!!!». Pero nadie recordó al pobre Eratóstenes (véase La criba de Eratóstenes), quien mucho tiempo antes había llegado a la misma conclusión debido a sus cálculos matemáticos. Así pues, Colón sostenía que si la tierra era de forme esférica, yendo por un lado opuesto al acostumbrado se llegaría, en un momento u otro, al punto de partida. Así pues, existía la posibilidad de que si navegaba por una ruta marítima opuesta a la tomada anteriormente para llegar a oriente, más pronto o más tarde llegaría a tierras orientales.
Así, con la ayuda de los reyes católicos (Fernando Aragón e Isabel Castilla), de sus aportes y contribuciones (tres grandes carabelas y los reos de media prisión), Cristóbal Colón se embarcó en la búsqueda de una nueva ruta de navegación para evitar pagarles impuestos a los turcos.
Así, después de dos meses navegando en condiciones insalubres y de muchas defunciones de los marineros, Rodrigo de Triana terminó gritando: «¡Tierra a la vista!». Y eso fue lo que los llenó de esperanza, continuaron su camino y llegaron, por fin, a una nueva tierra nunca antes vista, China… Hem… perdón, América.
Aquí comenzó la colonización del nuevo mundo, un nuevo continente lleno de cosas nunca antes vistas. Aquí comenzó una nueva historia que desencadenaría guerras, angustias y dramas; pero también sería y aún hoy es, fuente de muchas alegrías y motivos para tener más esperanzas.
A pesar de todos los problemas y complicaciones que se puedan llegar a tener, hoy celebramos el día en que comenzó todo. Hoy es un día muy especial para todo el mundo, pues Europa y todas las demás naciones del planeta encontraron una tierra nunca antes vista, (por ellos), y eso es motivo de una gran alegría.
Si bien la situación económica, política, social, educacional, etc., no es la que podríamos desear, tenemos mucho más para alegrarnos y seguir luchando, todos juntos, por un mundo mejor y más solidario.
Una vez alguien me dijo:

“El problema de esta galaxia es que nadie se preocupa por nadie”.

Y tiene mucha razón. Pero mientras haya gente que quiera seguir adelante, que quiera que este mundo sea un lugar mejor, que quiera de verdad a sus semejantes, no hay que rendirnos y seguir luchando.
Hoy conmemoramos el día en que, gracias a un vigía, la tripulación de La Niña, La pinta y La Santa María, tuvo fe y siguió su camino a pesar de todo.
En España, además, se celebra la fiesta del Pilar y el día de la hispanidad.
Así que hoy es un día de reflexión, jolgorio, alegría y fiestas. Pues son fechas que han determinado mucho la historia del hombre…

¡¡¡FELIZ DÍA DE LA RAZA A TODOS LOS AMERICANOS!!!
¡¡¡FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD Y GRATA FIESTA DEL PILAR!!!

[Nota: Dejé el vídeo del himno de la alegría por dos motivos. El primero es que es mi canción preferida, jamás me cansaré de ella; el segundo es que su mensaje es el que quiero destacar, sólo si unimos nuestros esfuerzos y nuestros ideales podremos alcanzar un mundo mejor en el que seamos reconocidos, todos, como hermanos y podamos vivir en paz].
[Nota 2: Si alguien quiere agregar algo más a esta entrada (información más complementaria, alguna corrección de fechas, datos curiosos, etc.), que me lo haga saber en los comentarios. Así podremos modificar un poco la entrada con los cambios que tengan a bien hacerme. Es hora de que el salón sea algo más activo y menos cerrado, y de que los lectores puedan aportar sus propias experiencias de alguna forma para dejarnos más enriquecimientos y puntos de vista].
Nota 3: El segundo vídeo es de José Luis Perales. A mi mamá le encanta este cantautor, y cuando escuché la canción me pareció bastante apropiada para este día. ¡Espero que la disfrutéis!].

Hasta que el universo nos vuelva a llamar, hasta que la curiosidad nos mueva explorar...

[Edición: Este vídeo fue sugerido en los comentarios por Jengibre, es muy bueno y me gusta mucho. ¡Que lo disfrutéis!].

jueves, 1 de octubre de 2009

El Misterio del Laboratorio

Buenas tardes, aventureros del saber. Me complace volver a daros la bienvenida a la salita del estudio, a este gran blog de los conocimientos que pretende tratar de hacer del aprendizaje una gran aventura.
Sí, estoy preparando un problema de lógica lateral, pero quizás sea para la semana que viene, ya que ahora les traigo la antigua promesa. Después de el éxito de este relato policial he decidido publicar un nuevo relato de misterio.
Hoy les traigo una nueva aventura de mis dos detectives, el señor Adan Evans, y la señorita Catherine Clathord. Una nueva aventura que los hará viajar a la Universidad de Oxford e investigar la misteriosa muerte de Daphne Windar, profesora de la cátedra de zoología.
Espero que lo disfrutéis tanto como el anterior, y que podáis dejarme vuestras críticas, análisis, consejos, impresiones y todo aquello que sea útil para poder ir mejorando poco a poco.
Nuevamente, muchas gracias por vuestros comentarios y vuestros consejos. Creedme, son bienrecibidos por mi parte y me ayudan a seguir mejorando. Luego, como le prometí a Stardust, Jengibre hará un par de entradas con literatura fantásticas, y yo con policial de enigma y ciencia ficción, para ir tomando más ritmo al salón del estudio. Lo dicho, y como creo que habréis deducido, Jengibre pasará a formar parte del staf del blog, con derechos de autor. O sea, podrá publicar sus propias entradas, organizar charlas, y publicar sus propios cuentos y obras por aquí, así como hasta ahora venía haciéndolo en Los Cuentos del Hada Jengibre.
Así que felicito calurosamente a Jengibre, por este gran avance y por su incorporación al salón. Ya ha comenzado a preparar sus entradas de inaguración, pero hay que tener paciencia. Como todo lo bueno en esta vida, llevará algún tiempo.
Mientras tanto, os traigo esto y nuevas sorpresas... Espero que lo disfrutéis.
Con vosotros mi... hem... mi... ¿Cómo decirle...? Bueno... Mi creación.

El misterio del laboratorio




La dedicatoria de este cuento está dividida en dos partes. La primera es para un sol solitario, que brilla en soledad iluminando a quien necesite luz. Y la otra es para la dama del misterio, porque sin su inspiración yo no habría podido escribir este cuento.


En los primeros días del mes de octubre del 1958, tuvo lugar el acontecimiento que me dispongo a narrar ahora. Yo estaba a punto de concluir mi carrera de leyes inglesas, y para ese entonces, mi amigo ya era un célebre y famoso detective, que alcanzaba mucho renombre y era conocido en tres países. No obstante, el señor Adan Evans se negó a aceptar algunas de las mejores propuestas de trabajo que lo habrían dejado con una mejor reputación. Haciendo oídos sordos a mis sugerencias y a las del profesor Forrester, se dedicó sólo a casos particularmente vulgares y carentes de pasión; pero, y esto no lo puedo negar, todos esos casos eran instructivos y en ellos podía aplicar sus dotes deductivas, mucho más que en grandes y sensacionales crímenes. Su pasión era el asesinato. La sola mención de un homicidio extraño bastaba para sacarlo de su turbación y hacerle desear entrar en actividad mental.
Por ende, mi amigo, a pesar de tener gran renombre, no tenía mucho trabajo. Ya que, y siempre según él, los asuntos que le daban eran meras minucias comparadas con lo que era capaz de lograr. Poniendo los ojos en blanco, y volviendo a mi mamotreto de leyes zanjaba la cuestión y seguíamos en silencio, hasta que un nuevo caso extraordinario llegaba a nuestro piso.
A pesar de las protestas de Adan por la elección de mi carrera universitaria, y de su conocido: -Los abogados sirven sólo para dar dolor de cabeza-. Intentó apoyarme en todo lo que estuviera en su mano, y eso no era poco. Poseía libros inmensos sobre leyes, penalizaciones, sanciones jurídicas, reformas parlamentarias, aplicaciones de diversos casos, entre otras. Creo que fue gracias a su ayuda, que pude terminar la carrera con honores y comenzar a ejercer la profesión. Y aunque lo negara, le hacía mucha ilusión tener por compañera a una abogada. Años más tarde me reveló que pensaba que acompañado de una abogada, le daría más seriedad y credibilidad a su trabajo, y podría tener una asistente estupenda, al tener registradas yo, en mi cerebro, miles de leyes y leyes que serían útiles para trabajar más cómodamente.
Aquel mes de septiembre había transcurrido soporífero y lento. Pocos trabajos habíamos tenido, y yo me dedicaba, exclusivamente, a preparar mis últimos cuatro exámenes. Por su parte Adan dedicaba mucho tiempo a leer literatura, investigar bacterias y ordenar, mentalmente, el piso que habitábamos.
Por eso nos sorprendió mucho oír el repiquetear del timbre aquella noche. Serían las nueve y media cuando la campanilla sonó, oímos un bufido y un juramento de la patrona, y luego un correteo intranquilo de pasos.
Adan se levantó muy atento, me hizo un gesto que pedía silencio, y ágil se dirigió a su escritorio. Sustrajo un revólver y se puso detrás de la puerta, con el arma arriba.
-¿Qué diantres haces? –inquirí exasperada al ver que mi amigo actuaba como un niño pequeño.
-Podrían ser criminales –susurró rápidamente-, tenemos que estar atentos.
Aplaudí. –Claro, señor detective sagaz y reconocido –dije en tono burlón-. ¿Cuántos ladrones conoces que toquen la puerta? Y, si fueran ladrones, ¿No habrían entrado ya?
Adan se encogió de hombros y guardó el revólver en el bolsillo del pantalón.
-He estado tan aburrido –se excusó-, que necesito algo de aventura.
-Pues –repliqué-, creo que allá vienen nuevas aventuras para ti –y señalé la puerta.
-Bah –se quejó él, con un ademán despectivo de la mano-. De seguro no es nada importante, alguna minucia inconsistente o…
El célebre y joven detective no llegó a terminar su frase. De inmediato y sorpresivamente, la puerta se abrió con un estridente sonido de cristales rotos. En el umbral apareció un hombre muy anciano, de cabello cano y con pinta de doctor. Estaba despeinado, con profundas ojeras y los ojos estaban inyectados en sangre.
-¡¿Profesor Stevenson?! –Se sorprendió Adan-. Buenas noches, profesor –saludó amablemente-, veo que está algo maltrecho. Antes de preguntarle qué es lo que le trae por aquí, le recomiendo sentarse en esa silla. Eso es, ¿Quiere algún cigarro, algo de brandi para reponerse?
El hombre habló con una suave voz, muy frágil y que denotaba mucho cansancio y fatiga.
-Leche y galletas –pidió.
Después de haberle dado la leche con sus galletas el hombre se repuso y nos miró a ambos con curiosidad. Se detuvo en una fotografía mía y de mi amigo en el manzano de Newton, y como habían hecho muchas otras personas dijo: -No sabía que estaba usted casado, señor Evans. Siempre me figuré que era de los solitarios incapaces de sentar cabeza, y que el amor a su arte y oficio le impedían amar a una mujer. Sin embargo veo que hacen una linda pareja, felicitaciones.
Y nuevamente, como había ocurrido cientos de veces, mi amigo soltó una estridente carcajada.
-perdonará mis modales –se excusó-, pero es que usted no es el primero que comete ese error. Ya se está volviendo rutina que cuando la gente ve esa fotografía me diga eso. No, la señorita Clathord es mi amiga y colaboradora en mi negocio. Nos une una relación de profunda amistad, sólo eso. Nos conocimos en un tren a Sussex hace siete años, cuando yo iba a pasar una temporada con algunos parientes y ella volvía a su hogar después de un año en el colegio. Me apoyó en uno de mis primeros trabajos, y fue fundamental para su resolución. Cuando vinimos a Londres ya éramos inseparables y juntos montamos esta consultoría de casos policiales.
El profesor se mostró curioso al principio, se quedó un rato en silencio y con la vista fija en la nada. Luego de su meditación asintió con la cabeza y sonrió con aprobación.
-Muchos jóvenes deberían de aprender de su ejemplo –nos dijo-, nunca había visto esto, o por lo menos no lo veía desde hacía cincuenta años.
El hombre rió con ganas y luego dijo: -Como ya le expresé en mi presentación, señor Evans, espero no serle de ningún inconveniente.
-Tenga por seguro que no me ha causado ningún problema. Aunque espero, sinceramente, que sea capaz de reponer un equipo de química completo. Creo que, sin saberlo, destrozó todo mi equipo, al estampar la puerta contra el armario.
-Mil perdones –dijo él-, tenga por seguro, entonces, que intentaré reponer su equipo.
Cada vez estaba más confundida. Cierto era que Adan no era un caballero ni trataba convencionalmente a sus clientes, pero aquello era demasiado. En primer lugar Adan ya conocía al profesor, y eso me extrañó; y en segundo lugar se dirigía a él como si fueran viejos amigos.
-Yo sigo a oscuras –dije, esperanzada de obtener una explicación.
-OH, claro –respondió Adan-, es obvio que estés a oscuras. Jamás tuve el placer de transcribirte mi primera charla para conseguir trabajo. –sonrió pícaramente-. El señor Stevenson, es un lejano amigo. Cuando recién comencé el oficio, hará hace siete o seis años, fui a pedirle consejo al profesor Stevenson. Él es el profesor director de la Universidad de Oxford, y fue quien me dijo que no era un sitio para mí.
-¡Y gracias a Dios que lo hice! –Acotó el profesor-. Señorita –dijo mirándome fijamente-, no sé si estará al tanto de las dotes de su amigo, pero debe de saber que en el momento en que se presentó, no pude creer lo que veía. ¡Un genio! Un genio y con mayúscula. Jamás tuve el placer de ver un cerebro tan privilegiado, y fue entonces cuando llamé a los profesores de la universidad de ciencias. ¡Menuda sorpresa debieron llevarse! Al enterarse, claro, de que pretendía despedirlos a todos y poner al frente de la clase a un muchacho de diecinueve años.
Después de que enviara a hacer las maletas a aquellos viejos chalados le dije a mi nuevo amigo que era broma, y que ya podía irse olvidando de trabajar allí. No creí que una gran y virtuosa mente tuviera que desperdiciarse en las aulas, enseñando, o tratando de enseñar, a un grupo de mentes interesadas sólo en fiestas. Además, su edad lo convertiría en posibles motivos de burla y falta de respeto de los alumnos. Por ende le sugerí que se dedicara a ser detective. ¡Por Dios! ¡Jamás creí que en ese momento estaría cometiendo mi único acto de cordura! En fin, baste saber que hoy me encuentro muy contento ante el hecho de que el señor Evans haya aceptado mi sugerencia. Como estoy seguro que ya habrá podido deducir, señor Evans, tengo un grave problema.
Adan Evans se arrellanó en el cómodo sillón, listo para oír una historia más y dijo: -puede proseguir-.
Tomé mi libreta de notas, y empecé a transcribir la declaración del hombre por si a Adan le resultaba útil tener todo escrito en el papel.
-Bueno –dudó el hombre-, no sé por dónde comenzar.
-Comience por el principio – respondió Adan-, como toda buena historia.
-De acuerdo –replicó el hombre, y así dio inicio a su narración-. Recordará, señor Evans, que cuando usted fue a mi despacho hace seis años, yo llamé a los profesores de ciencias para decirles que estaban despedidos. Después de que lo saludé a usted y le di mi opinión, fui a hablar con ellos. Primero se mostraron ofendidos, clara muestra de que eran cerebros cerrados y tremendamente tradicionalistas. Aún así, y como hoy por hoy es difícil obtener un puesto en Oxford, decidieron aceptar mis disculpas y se quedaron sin poder expresar todo lo que hubieran querido decir. No sé si lo sabrá, pero entre esos maestros se hallaba una profesora de zoología, quien se mostró muy ofendida por mi comportamiento, y que pareció ser la más dispuesta a buscarlo a usted para estrangularlo. –Mi amigo rió-.
Esa maestra era la señorita Daphne Windar, una gran maestra en su área, pero muy cerrada y obtusa. De ella es que le quiero hablar.
-¿Ha tenido alguna dificultad? –Preguntó Adan-..
-Peor que eso, señor Evans –respondió Stevenson-… La señorita Windar ha muerto.
Mi primo soltó un agudo silbido, y luego dijo: -Sería de hipócrita decir que lo siento mucho, porque no tuve el placer de conocer a la señorita Windar. Pero sí puedo decir que lamento su pérdida, siempre es duro ver morir a alguien. Pero, no veo qué es lo que pueda hacer yo en este caso, señor Stevenson-.
-Muchacho –dijo el anciano-, creía que era usted listo. Claro que la profesora Windar murió, pero es que fue asesinada. ¿No lee los periódicos? Ha salido en todos, es la muerte de la maestra universitaria. Este suceso le ha dado al colegio una fama que no era necesaria. Y, señor Evans, no puedo descifrar nada de esto, la gente, alumnos y otros docentes, están dando muchos problemas. Todo está revuelto, ya que hay quien dice que hay un asesino suelto en Oxford. Y otros, directamente, me tachan a mí como el principal sospechoso. Mi escritorio está repleto de calumnias, mentiras, cartas amenazadoras; y lo peor de todo esto es que el consejo escolar está planteando la posibilidad de jubilarme y poner un director que se pueda encargar de acallar los ánimos.
-Comprendo que se encuentra en una situación comprometida –replicó Adan mientras se estiraba en su sillón y miraba al techo-. Y ahora que lo menciona, ¿Qué dice la policía a todo esto?
-Según la opinión de las fuerzas la señorita Windar murió a causa de un desafortunado incidente.
-¿Qué les hace pensar eso? –inquirió Adan, más para sí mismo que para el profesor.
-Francamente, creo que sus sospechas tienen una buena base sólida –respondió el profesor.
-Entonces… ¿En dónde canto yo en todo esto?
-No me malentienda, señor Evans –se excusó el hombre-. Sé que es una persona ocupada y no tiene tiempo para perder con minucias, pero esto es gravísimo. La doctora Windar fue encontrada en su laboratorio ayer por la mañana.
-Causa de la muerte –preguntó lacónico Adan.
-Esto es lo más sensacional de todo el asunto, señor. ¿Recuerda aquel caso de la banda de lunares?
Mi primo se irguió en su asiento.
-Me está diciendo que fue a causa de…
…-¡Mordedura de serpiente! ¡Exacto, señor Evans! –Cortó el hombre-. La profesora Daphne Windar se encontró muerta en su laboratorio el lunes por la mañana, y junto a su cadáver había una serpiente medio muerta. Había intentado comer a la profesora, pero se dislocó las mandíbulas en el intento y cuando nosotros llegamos estaba agonizando. Según la versión oficial, la profesora Daphne Windar estaba sacándole el veneno a la serpiente y por causa de una mala maniobra, el reptil la mordió.
Ante aquella revelación casi vomité de horror y asco.
-Interesante –dijo Adan-… ahora bien, creo que con la causa de la muerte es más que evidente que pudo haberse tratado de un desafortunado incidente, más que de otra cosa. Y ahora entiendo porqué la policía opina eso. ¿Quién está llevando el caso?
-El inspector Ograidye –respondió el profesor director de Oxford-, le pregunté si era prudente llamarle a usted, y me dijo que no esperaba que hiciera mucho, pero que para él no representaría inconvenientes.
-Um… sí, Ograidye es un viejo conocido mío, y creo que no le hará mucha gracia cuando comience a hacer mis indagaciones. Pero señor Stevenson, podría preguntar, ¿En qué se basa, exactamente, para decir que no pudo ser un accidente? Cualquier profesora de zoología puede cometer una mala maniobra al tratar de quitarle el veneno a uno de esos bichos, y en esta oportunidad el animal pudo morderla. ¿No le parece?
-Eso mismo es lo que dicen los de Scotland Yard, y fue lo primero que dijo Ograidye. Pero estoy plenamente convencido de que la doctora Windar no pudo haberse equivocado. ¡Señor Evans! La he visto manipular serpientes mucho más peligrosas que esa, y era muy buena en su campo. Jamás erraba y era muy inteligente. No creo, o mejor dicho, me resisto a creer que esto se deba a una simple casualidad, o a un accidente trágico.
-Entonces –reflexionó Adan. ¿Quiere que trabaje basándome en su intuición?
-¡Por favor! Sé que es un joven comprensivo, y que quizá mi prueba sea sólo una intuición, una mera sensación, pero créame que es cierto. Es imposible que la doctora Windar hubiera sido imprudente, hubiera cometido un error. Por favor, ¿Podré contar con su ayuda?
Adan estuvo meditando seriamente aquello durante veinte minutos, en los cuales yo conversé un rato con el profesor para mantener las apariencias. Cuando mi amigo necesitaba reflexión era mejor no interrumpirlo, y no le importaba si había visita o no. Se ponía lánguido y miraba a la nada, usaba su mente para analizar todo desde todos los puntos de vista. Finalmente habló.
-Profesor Stevenson –dijo-, lo aprecio mucho a usted, y la parte fría y racional de mi cerebro me dice que no le tengo que hacer caso, que tengo que despedirlo y decirle que se contente con las explicaciones de la policía. No obstante –se apresuró a decir cuando vio que el anciano se levantaba con semblante desesperanzado-, creo que mi parte menos lógica y racional me dice que tengo que llevar a cabo esta investigación. Si bien su punto de vista no es sólido, hay algo que me escama un poco, y quiero llegar al fondo del asunto. Más por una cuestión de curiosidad. No le prometeré nada, primero haré unas pequeñas indagaciones antes de determinar si esto se debe a un asesinato provocado, o a un accidente trágico. Lo ayudaré, a recobrar tranquilidad y a que la muerte de su amada quede esclarecida.
Ante las últimas palabras el hombre se quedó de piedra.
-pe-pe-per-pero –tartamudeó-, ¿Usted cómo sabe que la quería?
-Sólo un hombre que estuviera muy enamorado podría resistirse a creer que su amada fuera capaz de equivocarse. Pero quiero hacerle una pregunta. ¿No se ha planteado la posibilidad de que no fue ni un descuido por parte de ella ni un asesinato premeditado?
-¿A qué se refiere? –preguntó dubitativo el hombre.
-Me refiero, mesié, al hecho de que nos encontremos ante un caso de descuido y nada más. Un mero accidente fatal. Es decir, la víbora escapa de su jaula y cuando entra la profesora la muerde y trata de engullirla. Asesinar por medio de un animal es muy riesgoso y además poco elegante.
-Señor Evans –respondió el hombre con tono serio-, confío en su criterio, y después de sus investigaciones podremos hablar claramente. Por ahora no quiero suposiciones ni conjeturas basadas en la nada.
El detective asintió y despidió a nuestro invitado. Luego volvió a sentarse, y miró lánguidamente el destrozado equipo de química.
-¿En qué piensas? –inquirí.
-En que ese equipo de tubos era proveniente de Rusia, y este hombre me dará lo primero que encuentre en una botica.
Solté un bufido y lo golpeé con un almohadón.
-No, pedazo de máquina sin sentimientos, me refiero al caso.
Recuperó la compostura y luego con voz pausada dijo: -no puedo opinar mucho, pues este sujeto me ha hecho recordar una regla fundamental. No debo teorizar sin pruebas. Ya mismo me pondré a escribir eso cien veces en una pizarra-.
-No te entiendo –le espeté-, quieres más casos interesantes, y cuando los tienes estás allí sentado, sin hacer nada.
-OH, mi querida Catherine, ¿Crees que estoy haciendo nada? Cuando el ser humano está en silencio y en paz tiene más capacidades, puede pensar más y mejor y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo. Ya lo sabes, es un error teorizar sin pruebas, y no voy a incurrir en dicho error.
-¿Y por qué no le preguntaste más detalles a Stevenson?
-Sencillo, porque Stevenson ve las cosas de un modo, y yo las veo de otro. Quiero ser yo quien haga las pesquisas y las preguntas necesarias. Si le preguntara a Stevenson, él me diría lo que él vio, y no lo que yo quiero ir a ver.
-¿Y qué se supone que quieres ir a ver?
–inquirí con curiosidad.
¡Ajá! –Dijo triunfalmente-, eso lo sabrás mañana, cuando me acompañes a hacer las investigaciones.
Al día siguiente, muy temprano, nos fuimos a la estación de Kings Cross y allí tomamos un tren que nos dejaría en el distrito de Oxford. Después de un monótono viaje, compartido con dos señoras tremendamente malhumoradas, llegamos a destino. Al apearse del tren, y sin perder ni un minuto en observar el paisaje que se veía ha su alrededor, Adan Evans llamó un taxi con la mano y al entrar, ordenó: -A la Universidad de Oxford.
El viaje continuó sin ningún otro hecho particular, y finalmente arribamos a nuestro punto de llegada. La universidad era imponente y maciza. Tenía recias paredes, que indicaban vejez y longevidad. Poseía un aura solemne, que hacía recordar que personas brillantes habían estudiado allí y que fueron decisivas para el curso de la historia. Entonces comprendí porqué Adan había pensado alguna vez en trabajar en aquel sitio. Era el lugar perfecto para una mente como la suya. Había un gran silencio, interrumpido sólo por los trinos de las aves, se respiraba un aire limpio y sano; el ambiente era adecuado para que una mente pudiera funcionar con todo su potencial.
Con gran solemnidad Adan se dirigió a la entrada, con paso resuelto y caminando a grandes zancadas. Su figura alta y delgada, enfundada en una gruesa gabardina marrón oscuro y con un sombrero en la cabeza, se movía elegante y vigorosamente hacia las grandes puertas de entrada de la universidad.
Cuando llegamos a la recepción mi primo, muy cortésmente, le pidió a la recepcionista que avisara al señor Stevenson de nuestra llegada.
-El señor Stevenson está muy ocupado –pretextó ella-, no creo que pueda atenderlos debidamente.
Nos miró detenidamente y luego dijo: -¿Sois de Londres? ¿Me equivoco? Quizás es que no lean muchos los periódicos, pero la noticia se ha expandido por todos los medios disponibles. Anteayer se encontró el cadáver de una profesora de la institución.
Adan puso los ojos en blanco, y acercándose al mostrador, preguntó: -¿Puedo confiar en su voto de silencio?-
Que yo sepa no tengo ninguno –replicó astutamente la mujer.
-¿Qué no tienen un juramento o algo por el estilo…?
Sabía que Adan era muy inteligente, pero si seguía así era obvio que nos sacarían a patadas en menos de lo que cantaba un gallo.
-El caballero se refiere –intervine-, a si podríamos contar con su discreción.
La secretaria pareció meditarlo un poco y después de pensarlo dijo: -De acuerdo, depende de qué se trate-.
-Soy detective privado –sentenció Adan con solemnidad-. Quizá haya oído hablar de mi en los periódicos, soy Adan Collins Evans.
Ante la mención del nombre la señorita se sorprendió mucho y dio un respingo en su asiento.
-¡Cielos! –exclamó-. ¡Es mucho más joven de lo que aparenta en las fotos! –Mi primo se sonrojó un poco y bajó la mirada a sus zapatos-. ¿En qué puedo ayudarlos? –preguntó sabiendo, por consiguiente, quién era yo y para qué estábamos allí.
-El profesor Stevenson nos contrató para investigar este lamentable asunto de la profesora Windar, y venimos a hacer algunas indagaciones para ver si logramos esclarecer un poco el asunto. No necesitamos hablar con el profesor Stevenson, él sabía que vendríamos. Necesitaríamos ver al inspector Ograidye. ¿Sabrá por casualidad dónde está?
Y mientras así decía dejaba caer en los papeles que había sobre el escritorio dos guineas.
-claro que sí –repuso ella, mientras miraba y tomaba entre sus manos las monedas. Vengan por aquí.
Nos guió a través de un pasillo lateral que conducía a unas escaleras. Tras subir tres tramos la señorita miró a ambos lados del rellano, y luego nos dirigió a la derecha. Una profunda y pesada atmósfera de silencio y sopor invadía todo. Parecía como si el mundo se hubiera detenido, y sólo existiera el conocimiento de las generaciones pasadas. “Si algún día logro terminar mi profesión y jubilarme del negocio de resolver crímenes, -me dije-, vendré a vivir en este sitio”.
-Hemos llegado –anunció con voz queda y firme la recepcionista al llegar a una habitación con la puerta cerrada-. El señor Ograidye y gran parte de la división dedicada a este caso están allí dentro. Mucha suerte, Evans –le dijo a mi primo mientras le guiñaba un ojo y se marchaba contoneando su figura-.
Cuando entramos a la sala fuimos recibidos por muchas miradas hostiles de parte de los oficiales. Sin embargo, hubo una que nos saludó amablemente. El viejo inspector Ograidye, quien había aprendido en los últimos siete años que no era productivo tratar de discutir con Adan, se acercaba con una alegre sonrisa en los labios. Era un hombre alto, de contextura fornida, pelo alisado hacia atrás y con porte aristocrático.
-Buenos días, joven Evans –saludó animadamente. Me alegro de verlo por aquí. Cuando el profesor Stevenson me dijo que lo llamaría supe que usted accedería sin rechistar y podría contar con su colaboración. Temo, no obstante, que no pueda hacer mucho. Estamos a punto de cerrar el caso por falta de pruebas, y no podemos conseguir sacar nada en limpio.
Adan le tendió la mano como todo un caballero y dijo: -Creo, Ograidye, que ya me conoce lo suficiente para saber que no me rindo tan fácilmente. Y si aquí hay algo oculto, podré descubrirlo-.
-Como usted quiera –dijo Ograidye con voz seca mientras se desembarazaba del saludo de Adan.
-Quiero comenzar mis indagaciones –dijo resuelto el detective-. ¿Será tan amable de conducirme al laboratorio donde fue encontrada la doctora? Me imagino que no se habrá tocado ni movido nada.
-No, no se ha movido nada –respondió el inspector-, sólo el cadáver de la serpiente. Sigo pensando que sus métodos son algo obsoletos.
-Siga pensando lo mismo –argumentó Adan-, yo sigo pensando que mi método es bueno y hasta ahora me ha servido bien. Le agradecería el hecho de que me proporcionara algunos datos sobre la víctima.
-Así lo haré, señor Evans. Tenga por seguro que estaré dispuesto a colaborar con usted en lo que esté a mi alcance. Creo que sé a quién le puedo dar para que satisfaga todas sus necesidades… ¡Eh, tú! –llamó-. Sí, tú, ven aquí.
A nuestro lado llegó un joven de aspecto escuálido y muy pálido. Tenía profundas ojeras, marcas de lágrimas y las manos le temblaban.
-Les presento –nos dijo el inspector-, al profesor Frederic Lewis. Él era el ayudante de la profesora Windar en sus clases, y ahora que ella ha… bueno… el pasará a ser el nuevo profesor de zoología.
Después de las presentaciones de rigor, el inspector nos indicó que siguiéramos a nuevo profesor. Él nos llevaría al laboratorio y luego nos respondería todo lo que tendríamos que saber. Por mi experiencia e intuición, podía deducir que el joven no tendría más de treinta y cinco años, y por lo visto, estaba muy conmocionado con la muerte de la profesora. Adan, como siempre, parecía impasible ante el estado emocional del muchacho y sólo se preocupaba por deducir cosas de su apariencia externa. Para amenizar la marcha y romper aquel incómodo silencio traté de entablar conversación con el muchacho.
-¿Hace cuánto que trabajaba con la profesora, señor Lewis? –pregunté.
-OH, decidme Frederic, entre nosotros tres rondamos casi la misma edad; sobre el trabajo con la doctora… la verdad es que ya perdí la cuenta. Cuando tenía veinte años ella ya enseñaba en otras universidades e instituciones menos prestigiosas, y fue allí en donde la conocí. Me interesó su asignatura y tomé muchas clases junto con ella. Cuando me gradué de bioquímico decidí seguir sus pasos y me fui convirtiendo en su ayudante. Hace seis años que estamos en Oxford los dos juntos.
-¿Qué hacía usted con la profesora Windar? ¿Qué relación mantenían? –preguntó Adan, repentinamente.
-Éramos buenos amigos, la doctora Windar no había tenido hijos y me consideraba como tal. Nos llevábamos bien, y la ayudaba durante las clases a preparar los trabajos de campo y en mi tiempo libre trabajaba en mis propias investigaciones.
-Pero las investigaciones no se pueden hacer en ratos libres, yo, sin ir más lejos, tengo alma de científico y mis propias investigaciones consumen, como mínimo, dos días –replicó Adan.
-Sí –dudó el hombre de tez enfermiza-, en realidad yo no disponía de mucho tiempo. Sólo podía usar los laboratorios el viernes, día en que la profesora no daba clases y abría la sala sólo por mi y mis investigaciones.
Adan Evans se quedó meditando otro rato y se hizo un abrumador silencio. Después de subir dos pisos más llegamos frente a una puerta con un letrero que rezaba: “Laboratorio de zoología e investigación bioquímica. Encargada: Doctora Daphne Windar”. Al joven se le humedecieron los ojos al ver el letrero y nos pidió disculpas. Según él había sufrido mucho al tener que reconocer a la doctora, y no creía poder soportarlo nuevamente. Adan fue quien abrió la puerta y ante nosotros se presentó un espectáculo impresionante.
El laboratorio era una habitación de techos altos, tenía estantes por doquier, armarios, terrarios, peceras, grandes mesas de trabajo, un sólido escritorio de roble, y montones de gavetas y cajones. Poseía amplios ventanales que comunicaban al patio interior de la universidad, y tenía un ambiente más señorial que otra cosa. No se respiraba, como yo había supuesto, aquel aire a ciencia moderna. Era más bien la ciencia antigua y legendaria, una ciencia elegante que intervenía en la vida del ser humano más allá de sus alcances, e ingresaba en lo más profundo y complejo de la mente. Parecía allí que la ciencia dejaba de ser eso, y se convertía en una filosofía.
-Esto cambia el concepto de científicos con batas blancas –dije a mi primo en tono burlón.
Los postigos de las ventanas estaban cerrados y por consiguiente no entraba luz natural, aunque el laboratorio estaba bien iluminado y se tenía una visión excelente. Los armarios estaban en los rincones de la habitación. Había doce mesas de trabajos, con capacidad para albergar a quince estudiantes cada una. Las estanterías estaban colocadas en las paredes junto a gráficos, paneles, retazos de bibliotecas, artículos académicos, análisis de insectos disecados, todo estaba organizado de tal modo, que resultaba agradable a la vista. Sobre las gavetas estaban los terrarios y peceras, y dentro de ellos muchos especímenes extraños habitaban. Había también conservas de gelatinas y montón de herramientas de laboratorio. Pero mis ojos buscaban en el piso un indicio, un rastro del objeto de nuestro viaje. No fue hasta que vi que Adan se agachaba, que me fijé en aquella dirección. Siguiendo la recta de acción vi un espectáculo horroroso, que sería el originario de mis pesadillas durante muchos años. Una mujer de cuarenta años, tez blanca, cabello castaño, yacía muerta en el piso del laboratorio. Tenía el maquillaje corrido y una expresión de dolor, horror y miedo grabada en el rostro. Los cabellos, al igual que el rostro, estaban empapados de una sustancia viscosa que emanaba un olor nauseabundo.
Mi primo se arrodilló ante el cadáver y después de hacer una oración por el alma de aquella persona comenzó a revisar los alrededores del cuerpo. Parecía estar buscando algo que debía estar allí y no estaba. Cuando finalizó su inspección, siguió por todas partes. Rebuscó entre los asientos, por debajo de la mesa, sobre todas las gavetas, sobre el escritorio, al lado de un gran terrario vacío, y nada. Pero, y sorprendentemente, no pareció molesto de no encontrar lo que buscaba. Al contrario, se alegró mucho de no hacerlo.
-bien-, musitó, -esto significa que el profesor Stevenson tenía razón-.
Luego procedió su inspección. Revisó papeles y cartas que había sobre el escritorio. Abrió los cajones mientras buscaba y leía ágilmente. Revisó gavetas, armarios, miró en todas las estanterías, y finalmente llegó. Se aproximó a un gran terrario que había en el fondo de la sala y allí se quedó, de pie en frente de la cárcel de cristal. Tenía una expresión escrutadora en el rostro y después de su revisión decidió acercarse más. Inspeccionó la tapa del terrario, sólida y maciza. Observó las paredes de cristal, y finalmente, en una soberana muestra de temeridad, introdujo toda la cabeza dentro del terrario. Estuvo allí, buscando con la mirada largo rato y luego la sacó. Algo confundido escrutó los alrededores del lugar, y posteriormente fue hacia un armario. Abrió las puertas y rebuscó en su interior. Soltó una exclamación de triunfo y volvió a introducir la cabeza en el terrario. Esta vez había cerrado los ojos y no se movía de lado a lado. En un momento percibió algo que le hizo sacar la cabeza del terrario, y algo mareado se dirigió hacia mí.
-Por mi parte creo que he terminado –me dijo en un susurro mientras tosía y se aferraba a mi hombro para no caerse-. Sólo necesitaría revisar el cadáver, pero eso se lo dejaré a los forenses. Les corresponde a ellos hacer eso, y no pienso intervenir en asuntos oficiales. Claro –admitió-, además necesito un vaso de agua y más información. Pero eso podré buscarlo más tarde.
-¿Qué has encontrado, Adan Evans? –inquirí.
Y muy evasivamente Adan me dijo: -eso lo sabrás mañana, mí estimada Catherine-.
Luego volvimos junto con el hombrecito de tez enfermiza y Adan pidió hablar un rato con él.
-Espero que comprenda que esto será un interrogatorio formal –dijo Adan con mucha seriedad.
-Lo comprendo, señor Evans, y créame que estaré dispuesto a colaborar.
-¿Cuándo vio por última vez a la profesora Windar?
-El viernes a las ocho de la noche, señor.
-¿Cuándo la encontraron?
-Este lunes a las ocho de la mañana, señor.
-¿No le extrañó no verla durante todo el fin de semana? –preguntó Adan algo confundido.
-OH, para nada –dijo el hombrecito-. Ella era así, sabe usted. No le gustaba salir de su despacho o su habitación durante todo el fin de semana, nunca nadie la veía y cuando le pregunté por ese comportamiento me dijo que era para descansar de toda la semana y porque no le gustaba que sus alumnos la vieran durante ese tiempo. Era por una cuestión de mantener seriedad.
-¿Siempre fue así?
-Sí, así era también cuando me daba clases a mí.
-¿Y cómo pudo entablar amistad con ella?
-Durante las clases, algún receso, compartimos algunos experimentos, creo que fue algo muy progresivo.
-¿Sabe si la profesora Daphne Windar iba a su laboratorio durante el fin de semana?
-No, no iba allí durante ese periodo. Tampoco abría ni me dejaba las llaves, decía que el fin de semana no era momento de trabajar.
-Analicé la mordedura de la serpiente, y también vi los síntomas del veneno. Estoy casi seguro de que puede ser una víbora cornuda, una bamba negra o…
…-Era un áspid egipcio –interrumpió Lewis.
Adan soltó un agudo silbido y prosiguió.
-Es un ejemplar muy exótico, ¿Cómo lo consiguieron?
-Lo trajo ese tal Richard Hopkins, hará cosa de medio año.
-¿Quién es ese tal Richard Hopkins? –preguntó desconfiado Adan.
-Es un miembro del equipo de ciencias, es herpetólogo y se jacta de ser valiente y aventurero. La trajo después de un viaje al Nilo, y se la dejó en calidad de regalo. ¡Vaya regalo! ¡Vaya regalo! ¡Esa bestia acabó con su vida!
Algo me pareció muy curioso y anoté en mi cuaderno: “Lewis ha dicho: -¡Esa bestia acabó con su vida-. ¿Puede referirse al áspid, o a Richard Hopkins? Comentar a Adan”.
-¿Quién o quiénes eran los encargados de alimentar a los especímenes?
-En realidad de eso se encargaba la profesora Windar, ella tenía un registro en donde anotaba todos los alimentos de los especímenes, y las fechas correspondientes. Con el áspid había hecho un calendario especial, ya sabe, por eso de la lenta digestión de las serpientes.
-¿Usted alimentó alguna vez al reptil?
-Sólo en una ocasión –contestó el hombre.
-Muchas gracias –zanjó mi primo-, gracias por su colaboración, y créame, llegaré al fondo del asunto. Pero antes, una pregunta más. ¿Qué cree que ocurrió?
-Yo no soy detective, señor Evans –respondió el hombre-. No obstante sepa que estoy muy dolido por la pérdida de la doctora Windar, era una mujer extraordinaria, era mi única amiga en este mundo gris. No sé que pudo haber ocurrido, pero aquel que le haya hecho daño, es un monstruo.
Mi primo agradeció otra vez al muchacho y lo despidió. Luego se quedó meditando un rato, y se incorporó.
-¿Adónde vas? –pregunté.
-Iré a hablar con Ograidye, es hora de hacer una autopsia del cadáver. Creo que ya estoy a punto de llegar, aunque hay algunos puntos que me inquietan de este caso, pero ya los resolveré. Por ahora, debo ir a hablar con Ograidye y revisar unos papeles. Puedes ir al hotel de Oxford, allí hay una habitación a tu nombre. No desempaques demasiado, yo no dormiré esta noche, y creo que mañana volveremos a Londres.
Aquella tarde mi primo se la pasó con Ograidye. De cuando en cuando me enviaba un telegrama de este estilo:
“Estamos haciendo avances, he encontrado información sobre el periodo de digestión del áspid egipcio”, “La profesora Windar murió a las diez y cuarto de la noche, veneno de áspid actúa en pocos minutos”, “Esto me hace recordar a la muerte de Cleopatra VII”. “Ograidye sigue sin creerme”, “Datos nuevos, al parecer Stevenson vio a la profesora en un pasillo a las diez en punto de la noche del viernes, los horarios coinciden”. “Más información, cuando Stevenson le preguntó para qué iba al laboratorio la profesora le respondió que iba a cerrarlo, dificulta la investigación: -¿Para qué entró al laboratorio?-“. “Información, se halló nota en bolsillo de Windar, primer sospechoso, Richard Hopkins, romance clandestino, Ograidye me cree, pero ahora cree que Hopkins culpable”. “Hundido, Hopkins no tiene coartada, nota incriminatoria”. “No iré a dormir esta noche, estaré vagando por las calles, mañana, ve a la universidad a las nueve”. “Nuevos interrogatorios, aportes curiosos de los estudiantes, mañana lo entenderás”.
Sobre las diez y media de la noche comprendí que Adan no abriría la puerta de su habitación y me quedé dormida.
Al día siguiente desperté muy temprano y me dirigí a la universidad. Al entrar, la recepcionista me recibió con una alegre sonrisa, que se borró cuando no vio a mi amigo.
-¿Y el señor Evans? –preguntó-. ¿Han hecho algún avance nuevo?
-Me parece –contesté-, que no es de su incumbencia, señorita. No sé dónde está mi amigo y no tengo novedades sobre el caso. Cuando el señor Evans lo desea, puede ser demasiado confidencial.
Atravesé el pasillo y subí las escaleras del día anterior, hasta llegar a la habitación que le habían dado a los policías. Cuando entré vi a todo el cuerpo de Scotland Yard y a Ograidye, aún así, no pude ver por ninguna parte a mi primo.
El inspector me tendió una silla y me senté a esperar. Eran las diez y media de la mañana cuando se volvió a abrir la puerta. En ese momento, y con voz muy queda, Ograidye me dijo: -Su socio necesitaría un reloj, señorita-. Hice oídos sordos y traté de reprimir una bofetada. En el umbral aparecieron varias personas. Allí estaban el profesor Stevenson, el nuevo profesor Lewis, mi primo y un sujeto que yo no conocía.-Buenos días, caballeros –saludó alegre el joven detective-. Espero no haberles incomodado con mi leve tardanza. La universidad es muy grande, y temo haberme perdido en un par de ocasiones. No obstante, me alegra poder decir que he encontrado a los personajes de este curioso evento. Aquí les presento a una persona que tal vez pocos conocen -y mientras así decía señalaba al sujeto que me era desconocido-. Este hombre es el profesor Richard Hopkins, damas y caballeros. Es profesor de herpetología y creo que nos ayudará mucho en este caso.
El profesor Hopkins era un hombre alto, de no más de treinta años, de rostro amigable, moreno y de ojos celestes. Los cuatro hombres pasaron y tomaron sus respectivos lugares en la comitiva.
-Me temo –repitió Ograidye-, que no haya podido hacer muchos avances en la investigación, señor Evans. Creo que todo se resume a un mero accidente.
-Um… lo dudo –aseveró mi amigo- creo que es hora de esclarecer determinados puntos. Perdonarán si hago un monólogo ininterrumpido, pero creo que es la mejor forma de que nos pongamos al día.
Mis servicios fueron requeridos por el profesor director Stevenson de la universidad de Oxford, el martes pasado. Me reveló que tenía cierta sospecha sobre la muerte de la doctora Windar. Como es un viejo amigo, accedí a ayudarle sin prometerle nada. Por consiguiente mis primeros pasos fueron verificar que no se trataba de un accidente trágico ni de una mera casualidad. Pude comprobar que la doctora Windar murió a las diez y cuarto de la noche del viernes, momentos después de haber mantenido una breve charla con el profesor Stevenson, en la que el último asegura que la profesora iba a cerrar su laboratorio. El primer indicio que me dio esto fue que ninguna persona, en su sano juicio, va a las diez de la noche a sacarle veneno a una serpiente mortal. Pero esto sólo eran suposiciones y nada más, por consiguiente traté de encontrar una prueba lógica absoluta y busqué un frasquito. Un frasquito que no correspondiera al lugar. Sabemos todos los presentes que para extraer el veneno a una serpiente se requiere de un frasquito cubierto por una tela delgada. Allí la serpiente liberará todo el veneno, y caerá en el recipiente. Si la profesora Windar había muerto tratando de sacarle el veneno a la serpiente, era obvio que tendría que tener uno de esos para extraérselo. No obstante, no había ninguno de esos frasquitos en ningún sitio. Ni en el piso, ni en el escritorio, ni en las sillas, mesas o cualquier lugar del laboratorio. Fui a revisar a los armarios, quizá el frasquito hubiera sido retirado de la escena del crimen. No obstante, vi que había una caja de frasquitos especiales para esa labor, expresamente traída de una botica, y seguía cerrada y sellada perfectamente. La abrí con un cortaplumas, para ver si estaban todos, y OH sorpresa me llevé al constatar que allí estaban todos los que la caja indicaba, y ninguno tenía trazas de haber sido usado. Entonces, si la profesora Windar no había estado extrayendo el veneno a la serpiente, no se podía decir: -La doctora murió mientras extraía veneno a la víbora-. Por consiguiente traté de probar la siguiente hipótesis. Me acerqué al terrario en donde había estado la serpiente, y lo revisé minuciosamente, la tapa era muy pesada, y si bien se han dado casos que muchos ofidios han escapado de sus jaulas, la serpiente que me interesaba a mí no era un ofidio. Era sólo un áspid egipcio, serpiente muy venenosa, pero no demasiado fuerte como para derribar aquella tapa. Busqué agujeros, filtros, rendijas, todas posibles formas de escape de la serpiente. Busqué agujeros en los respiradores, pero no encontré absolutamente nada. La tapa era de un material muy pesado, y los cristales eran gruesos y resistentes. La serpiente no podía escapar. Ahora bien, la tapa no estaba correctamente puesta en su sitio, sino que estaba corrida, lo suficiente como para que el animal escapara. Podía haber sido un descuido, pero seguí investigando. Pensé que había sido un mero accidente, e introduje la cabeza en busca de algunas pistas. No pude encontrar nada. Y entonces una duda surgió en mi cerebro: -Supongamos que todo esto fue intencionado, el asesino dejaría la tapa abierta… ¿Pero cómo hacer para que la serpiente no lo mordiera?-
Pensé que habría sido lo que yo hubiera hecho, y se me ocurrió la idea de dormir a la serpiente. Lo más lógico era cloroformo. Busqué en los armarios el cloroformo, y encontré una caja rotulada con la etiqueta: “Cloroformo”. Abrí la tapa de la caja y vi que estaba vacía. Me extrañó mucho, y volví a introducir la cabeza en el terrario. Pero esta vez decidí quedarme más tiempo y cerrar los ojos para aguzar el olfato. Estuve allí diez minutos y fue entonces cuando comencé a percibir el olor inconfundible del cloroformo. Traté de detectar de dónde provenía y dirigí mi cabeza hacia donde el olor era más potente. Al abrir los ojos me encontré con lo que buscaba. Tapones de algodón, bañados en cloroformo.
Me había terminado de convencer, alguien había dormido a la serpiente, y luego había dejado la tapa abierta. Alguien había querido que cuando la serpiente despertara esta pudiera escapar. Pero algo seguía inquietándome: -¿Cómo se puede estar seguro que una serpiente morderá?- Y mejor: -¿Cómo se puede estar seguro de que la serpiente morderá a quien uno quiera?- Preguntas difíciles, pero que se podían contestar con algo de insistencia. Había hecho un gran avance, había conseguido demostrar que había algo de planificación detrás de todo eso. Pero, la primera pregunta me seguía inquietando. No es muy prudente poner tus expectativas de asesinato en un animal. ¿Cómo estar seguro? Y se me ocurrió una idea, la serpiente no ataca por pasión, por sentimiento o por razón, ataca por hambre, por dominación. Quizás si se le inducía un estado voraz tendría más posibilidades de atacar que en circunstancias comunes. Recordé que las serpientes tienen un largo periodo de digestión, y durante este no atacan, porque siguen digiriendo a su presa. Una rata les dura un mes, así que después de este periodo vuelven a estar alertas y se podría decir que tienen hambre. Por consiguiente, dejando sin su alimento a la serpiente, esta tendría más posibilidades de atacar.
Ahora, cómo estar seguro de que atacaría sólo a una persona. Partí del supuesto de que se quería atacar a Daphne Windar, y que no fue una simple coincidencia. Por ende, ¿Cómo hacer para que la serpiente atacara sólo a Daphne Windar? El asesino necesitaba tener esa seguridad, necesitaba saber que sólo ella moriría. Y por eso eligió el viernes. El viernes era un día en que no había clases, por tanto, los alumnos no entrarían al laboratorio. Y sólo entrarían dos personas.
Hasta aquí me pudieron llevar mis pesquisas, y no adelantaré más. Diré que asistí ese día a varios interrogatorios, y me enteré de cosas muy interesantes. Además presencié dos autopsias, una a la serpiente, y otra al cuerpo de Daphne Windar. La primera reveló que, efectivamente, la serpiente estaba muerta de hambre. Y la segunda reveló la hora y la causa de la muerte. Todo, hasta aquí coincidía. No obstante se me entregó una prueba irrefutable, que ya me estaba marcando a un sospechoso. Tenía otras preguntas en mi mente: -¿Por qué Daphne Windar había entrado al laboratorio, si en teoría sólo iba a cerrarlo?- Y: -¿Para qué encerrarse por dentro?-y esta última prueba me resolvía ambas preguntas. En los bolsillos de la doctora se encontró una carta, que pasaré a leerles:

Mí querida Daphne:
Tengo que hablar contigo de un tema muy urgente esta noche, quizá no te guste mucho oírlo pero debes hacerlo. Por el bien de nuestra relación debemos conversar tranquilamente y en privado. Ve a tu laboratorio a las diez de la noche, te estaré esperando, cierra bien la puerta para que podamos estar en privado. Ya sabes que no me gustan las interrupciones de quien tú sabes.
Nos veremos esta noche.

Firma: R.H.

-Notarán –continuó mi primo-, que esto pone en una situación muy comprometida al señor Hopkins. Ya que hice algunas averiguaciones entre el estudiantado, y tal parece que el profesor Hopkins y la señorita Windar, mantenían una relación clandestina. Además, claro, las iniciales del que firma coinciden con las suyas. No obstante, estaba esperando una confirmación muy importante. Señor Lewis, señor Hopkins, ¿Trajeron lo que les pedí?
-Sí –tartamudeó el hombrecito de aspecto enfermizo, mientras le tendía un fajo de papeles-. Allí está mi curriculum vitae
A su vez, el profesor Hopkins sacó algunos folios y se los entregó a Adan Evans diciendo: -Aquí está el mío-.
-Muchas gracias –dijo Adan, tomándolos entre sus manos-. ¿Los transcribieron en sus respectivos despachos?
-Sí –respondió Hopkins-, los escribí en mi despacho.
-Sí –respondió Lewis-, allí lo hice. Pero no entiendo qué tiene eso de…
…-OH, es muy importante –dijo Adan mientras hojeaba distraídamente los folios-. Bien –suspiró mientras dejaba los papeles sobre la mesa-, después de esto puedo dar un veredicto final.
-¡Por favor, hombre! –Protestó Ograidye-. ¿Quiere dejar de buscarle la quinta pata al gato? Es muy claro que fue Hopkins quien lo hizo. Es herpetólogo, y por consiguiente conocía los ciclos digestivos de la serpiente, además fue él quien la incitó a entrar al laboratorio y cerrar la puerta.
Ante aquella revelación el hombrecito paliducho se levantó colérico y se dirigió a Hopkins.
-¡Maldito zángano! –le espetó-. ¡¿Cómo pudiste hacerlo?! Pedazo de bestia. ¡Tú y tu maldito regalo fueron los que acabaron con su vida!
Y mientras eso decía le pegaba bofetadas y trataba de arañarlo. El maestro Hopkins, por su parte, se defendía y atacaba al profesor Lewis con uñas y dientes. Mi primo se acercó tranquilo a la trifulca y les puso las manos sobre los hombros al pobre y paliducho Lewis. –Tranquilo, profesor –le dijo-, cálmese. Le hará daño, sabemos que está mal por todo lo que le ha ocurrido, y por la grave pérdida.
El hombre dejó de golpear al profesor de herpetología y se volvió hacia mi primo. Y entonces se desplomó sobre él. Rompió en llanto, y comenzó a gemir lastimeramente. Mi primo lo consolaba con palabras tranquilizadoras y con palmaditas en el hombro.
…-Ya todo estará bien –le dijo-, ya estará mejor. Y repentinamente se oyó un chasquido metálico. Cuando volví la mirada ante mis ojos se presentó un espectáculo tremendamente extraño. El profesor Lewis estaba sujeto a mi primo por medio de unas gruesas esposas de metal. En el rostro del hombre se efectuó un gran cambio, primero de sorpresa, luego de indignación y finalmente, de odio.
-¿Cómo se atreve a…?
…-Frederic Alan Lewis, queda usted detenido por el asesinato premeditado de la doctora en zoología Daphne Windar.
-Un momento, Evans –intervino Ograidye-. Usted no tiene ese derecho, por si no lo recuerda, y antes que nada. ¿Qué le hace decir semejante calumnia? Está más que claro que el asesino fue ese hombre –y señaló a Hopkins.
-¿Quiere explicaciones? –le preguntó mi primo. Las tendrá, eso téngalo por seguro, pero no ahora. Antes debe enviarse a esta sabandija a prisión, y luego podré descansar tranquilo.
El inspector, dubitativo, pero resuelto ordenó que llevaran al hombre a la comisaría más cercana e iniciaran una detención.
-Ahora sí –dijo el inspector-, tiene que explicarme porqué actuó así, Evans.
-Muy sencillo, mi querido Ograidye –replicó sin perder la calma mi primo-. Y es que Lewis era el único que tenía la posibilidad de hacer lo que hizo. Fue el único que pudo dormir a la serpiente, y dejarla sin comer. Le pregunté a Lewis si él le daba de comer a la serpiente, y él, estúpidamente, me mintió al negarlo rotundamente. Aunque admitió que le había dado de comer en sólo una ocasión, y que la profesora Windar llevaba un registro. Efectivamente, su error fue hablar de más y mentir además. Busqué con más atención ese registro, y no se imaginará lo que encontré. Desde hace medio año, que el único que le da de comer a ese reptil es Lewis, cuando él aseguró sólo haberlo hecho en una ocasión. Por lo tanto Lewis estaba mintiendo para encubrir sus actos. Además, él sabía perfectamente que el viernes pasado le correspondía la ración mensual a la serpiente. El no darle de comer y el dejarla libre fue un acto intencional, que se agrava por el hecho de haber dormido a la serpiente.
-Tiene que admitir, Evans –cortó el inspector-, que el muchacho pudo haber estado trabajando con la serpiente, la durmió, hizo lo que tenía que hacer con ella y la dejó en el terrario sin haberlo tapado.
-No, no pudo hacerlo –rebatió Adan-. Primero, porque también le debería haber dado de comer, el no hacerlo fue intencional. Y segundo, porque él en teoría se quedaría allí mucho más tiempo. Sus experimentos, según me dijo él, llevaban todo el viernes y la profesora Windar le dejaba el laboratorio libre.
-Bien, bien –dijo Ograidye-, pero… Señor Evans, ¿No se ha puesto a pensar en que no fue Lewis quien citó a la profesora Windar aquella noche? No, el que la citó fue Hopkins.
-¡Ajá! –Exclamó mi primo-. Sabía que diría eso, mi querido inspector, y ya tengo una respuesta para usted. Piense que lo que hizo Lewis por la mañana implica premeditación, y aunque un montón de sospechas pudieran llegar a caer sobre él, no habría forma de demostrar que él fue quien planeó el asesinato de Daphne Windar, si no hubo sido él quien había invitado a la profesora. Por ende, creó un ardite para lograr convencer a todo el mundo de que él era plenamente inocente, si bien sospechoso. Fue un truco muy sencillo, que ha terminado por volvérsele en su contra. Quizá Lewis supiera que entre la profesora Windar y el herpetólogo existiera cierta correspondencia a través de la máquina de escribir, y aprovechó esta circunstancia para redactar una nota en la que le pedía a Windar que fuera al laboratorio, cerrara por dentro y allí encontraría algo muy importante de que hablar. Fue Lewis, y no Hopkins quien redactó esa carta.
-¿Y cómo puede estar tan seguro de eso?
-Muy sencillo –respondió Adan-. No hay nada nuevo en este mundo, lo que ocurrió una vez siempre volverá a ocurrir. Lo verifiqué pidiéndole los curriculums vitae a Lewis y a Hopkins. La verdad, no me interesaba en lo más mínimo la vida de estos dos hombres, sólo quería que ambos me trajeran una muestra de sus respectivas máquinas de escribir. Como creo que sabrá, en base a una monografía editada por Benjamín Forrester, cada máquina de escribir, tras determinado tiempo de uso, tiene una huella propia y particular, que la distingue del resto. En este caso, la nota que recibió Daphne Windar, tenía todas las letras g, con el ganchillo borrado; y en los curriculums vitae, que Lewis escribió con su propia máquina de escribir, aparece la g con los ganchillos borrados. ¿Coincidencia? No lo creo. Además, y por la muestra de la máquina del profesor Hopkins, veo que las g se tipean perfectamente, y sólo tiene las e algo borrosas. En mi opinión el señor Lewis fue quien privó de alimentos, deliberadamente, a la serpiente, la durmió para poder dejarla en libertad sin correr riesgos y luego escribió esa nota para que Daphne Windar se encerrara en su propia trampa. Él era el único que conocía el periodo de digestión de la serpiente; el herpetólogo, si bien lo sabía, ignoraba en qué días del mes era alimentada la serpiente, y en esto también influye mucho el con qué se alimenta a la serpiente. Él era el único, además de Windar, que sabía con qué se alimentaba al reptil. Creo, inspector, que no he dejado ningún cabo suelto. ¿Me equivoco?
-Falta un posible móvil, señor Evans –acotó muy suspicazmente el inspector Ograidye-. Creo que se le escapó ese detalle.
Adan se enervó, y yo sabía porqué era. Siempre me decía que el principal error que cometía la policía y los de la Yard, era tratar de encontrar un posible móvil, una causa del crimen. Y era el error más estúpido que se podía cometer. “Primero –decía él-, porque no se sabe quién es el asesino. Con lo cual, estaríamos queriendo determinar el motivo que impulsa a alguien que no conocemos a cometer un asesinato a base de las características que presenta el asesinato. Segundo, que no todas las características se corresponden. Es poco sustentable el tratar de encontrar un móvil, ya que las características de los crímenes pueden variar unas entre otras, y eso dificultaría la clasificación del crimen. Pasional, deudas, venganza, los tres móviles más comunes. Un tremendo error, primero deben estudiarse los hechos y luego de que se haya detectado al culpable se debe ver qué motivo habría tenido, en base a su relación con la víctima, para asesinar”.
-Comprenderá, usted –respondió Adan-, que lo del móvil es meramente secundario.
-¿Será que usted no es capaz de establecer ningún móvil por carecer de pasión humana? –Preguntó ácidamente el inspector-. Creo, señor Evans, que su hipótesis es insuficiente si carecemos de un posible móvil. A menos que ya mismo pueda indicarme alguno, me temo que tendré que poner en libertad al sospechoso y cerrar este caso que lleva abierto más tiempo del debido. Sin el móvil usted sólo me está presentando muchos interrogantes, que dan lugar a que el sospechoso haya tenido la oportunidad y el medio; pero faltando el móvil, me temo que eso es insuficiente.
-¡Alto ahí! –intervine-. Yo seré de Sussex, y seré algo ignorante, lo admito, pero esto es una verdadera injusticia. Como estudiante de derecho y ley inglesa a punto de graduarse debo deciros, inspector, que usted está cometiendo un grave error. Es más que lógico que cuando una persona está acusada de asesinato intencional y premeditado y hay más de dos hechos que apunten hacia él, se debe detener a dicha persona, y proceder a iniciar una demanda. Mi socio, el señor Evans, no sólo le ha presentado el caso absolutamente cerrado, sino que además le ha hecho una descripción de todo, paso por paso, y con una prueba irrefutable. Sería negligencia el que usted, por puro capricho, dejara libre a ese monstruo sólo porque el señor Evans no pueda presentar un motivo por el cual justifique su conducta. Le recuerdo, que esa negligencia podría llegar a jugarle en contra si se encontrara un móvil y se tuviera que volver a arrestar al sospechoso principal. Usted se estará arriesgando a dejar en libertad a un posible asesino, y a que posteriormente no se pueda volver a detenerlo. ¿Es conciente de todo lo que esto implica, y de que se está jugando su puesto de inspector jefe?
No recuerdo ahora de dónde saqué tanto valor para defender a mi compañero en ese momento; no obstante, lo que sí puedo recordar es que el inspector Ograidye bajó la cabeza, y aceptó mi protesta a regañadientes.
-No le pediré un móvil, señor Evans –dijo con asco-. Pero creo que usted tendrá que ir a hacerle un interrogatorio al sospechoso para terminar de una buena vez con todo este asunto.
Adan Evans asintió de buena gana; salimos de la universidad, triunfantes y orgullosos. Mi socio había conseguido cerrar un nuevo caso, y yo había ayudado más que en otras ocasiones. Lo siguiente que recuerdo es que Adan me daba como obsequio una torre gigantesca de helado, y me regaló un nuevo mamotreto más aburrido que el anterior.
Aquella tarde mi primo fue a la comisaría y ofreció llevarme. Accedí encantada y allí él mantuvo un interrogatorio con Lewis.
-Sabemos sin lugar a dudas que fue usted -comenzó-. Usted planificó el asesinato de Daphne Windar. Usted dejó sin comer a la serpiente, sabía que esta se enfurecería y atacaría a la primera presa que entrara al laboratorio. Usted, posteriormente, se encargaría de que la persona que entrara al laboratorio fuera la doctora Windar. Usted primero durmió a la serpiente, para que esta no escapara de la jaula y lo atacara. Así usted pudo abrir la tapa, sacarla del terrario, y dejarla en el escritorio de Windar. Salir del laboratorio y cerrar la puerta. La serpiente despertaría pocas horas más tarde, y para las diez de la noche ya estaría hambrienta y furiosa. Luego, usted, se encargaría de hacer que la doctora Windar fuera al laboratorio. Escribió una nota mecanografiada, haciéndose pasar por el señor Richard Hopkins y luego esperaría. Sabía que el cadáver no se hallaría hasta el lunes, y el resto era actuación. Las pruebas y evidencias, sus mentiras, sus errores, la prueba de la máquina de escribir, la disposición del escenario del crimen; todo eso, indica que fue usted quien hizo todo esto. Usted fue quien orquestó esta masacre y lo sabe. Nada de lo que diga podrá contradecir las pruebas ya existentes, y creo que ambos sabemos eso. Así que no intente defenderse, amigo mío, porque usted ya está sentenciado. No obstante, quiero preguntarle esto por mera curiosidad, ¿Por qué lo hizo?
-¿Por qué lo hice? ¿Por qué lo hice? ¿Por qué lo hice…?
-Según el testimonio de muchos estudiantes usted quería mucho a la doctora Windar, y la consideraba una deidad griega.
-¡Y es que lo era! –saltó el hombre enfermizo-. Usted no la conoció, pero era una mujer en todo el sentido de la palabra. Cautivante, arrebatadora, inteligente y hermosa, estaba enamorado de ella. Desde que era mi profesora estaba enamorado de ella. Señor Evans, sé que usted tiene fama de ser un hueso duro de roer, pero si hubiera conocido a esa mujer estoy seguro de que hubiera caído prendado de ella en lo que canta un gallo. Ella sabía que yo la amaba, pero hacía lo indecible para darme esperanzas y luego tirarlas por el piso. Era frustrante, hasta que en una ocasión se excedió. Había llegado ese tal Hopkins, con su cuerpo bronceado y su figura atlética, y la doctora no pudo resistirse a su encanto natural. ¡Una bestia! ¡Una verdadera bestia bruta era ese hombre! Le dije que no era recomendable, pero él le regaló ese bicho de Egipto y me encargó cuidarlo. Imagínese, tenía que estar día y noche pendiente del regalo que conmemoraba la unión de mi amada y un ser detestable por su perfección. Me estaba muriendo por dentro, hasta que me enteré. Ellos, ellos iban a casarse dentro de seis meses. No podía permitirlo, no podía porque entonces la perdería para siempre. Qué podía hacer. No podía acabar con Hopkins porque no disponía de los medios necesarios, y tras su muerte Windar sufriría mucho. Si no era mía, no iba a ser de nadie más y fue así como decidí acabar con su vida. Decidí que el obsequio que conmemoraba su amor iba a ser también lo que le causara la muerte. Iba a hacer que muriera rápidamente, para que su bello cuerpo no sufriera los tormentos de una mordedura cualquiera, iba a asesinarla por medio del áspid egipcio. Ella merecía estar al nivel de Cleopatra VII. Al usar el áspid y el método de la nota, iba a conseguir, además, que la doctora muriera creyendo que su asesino era Hopkins, por ende, moriría odiándolo. Y eso quería, quería que muriera sin sentir amor por esa bestia, y que se arrepintiera de haberme despreciado y maltratado todos estos años. Lo admito, la maté, yo mismo la maté, y no sentí ningún remordimiento. La odiaba, la odiaba con todo mi corazón tanto como la amaba…
-¿Qué hizo con el cloroformo? –preguntó fríamente Adan.
-Lo llevé de la escena porque quedaba muy poco, y temí que eso pudiera indicar a la policía que se había podido emplear para hacer alguna otra cosa.
-¿No pensó en que la ausencia de la botella induciría a pensar lo mismo? –se sorprendió mi amigo.
-Cierto es que no tuve presente ese detalle.
-¿Por qué dejó el algodón empapado en cloroformo dentro del terrario?
-Le seré sincero, temí introducir de nuevo la mano allí. Sentía que la sombra de la serpiente seguía allí dentro, acechante, y temí ser yo el que muriera aquella día. Además, los tapones de algodón estaban camuflados por algunas hierbas y sería muy difícil encontrarlos.
-Por qué sacó el áspid del terrario y no cerró la tapa?
-Creí que así sería mucho más verosímil. Normalmente, cuando uno va a extraer el veneno de una serpiente, y si esta tiene una celda para ella sola, se abre la tapa y se le sustrae el veneno. Cuando es hora de dejarla de vuelta en su prisión es más fácil controlar a la serpiente y evitar mordeduras si la tapa del terrario está abierta. Por consiguiente sería mucho más creíble la hipótesis de que la doctora Windar había muerto tratando de sacarle el veneno al áspid.
-¿Y por qué no dejó algún frasquito de los que se suele emplear para que fuera más creíble esa hipótesis?
-No lo consideré, se me pasó por alto. Temía a ese reptil, temía que despertara mientras yo estuviera allí dentro.
-Con eso será suficiente –dijo mi primo, y se retiró de la sala.
Estuvo meditabundo todo el viaje de regreso a Londres y se mostró poco comunicativo cuando llegamos al departamento. Estaba exhausto, no había dormido en dos noches y los efectos de la falta de sueño se notaban.
-Bien –me dijo-, creo que Ograidye ya tiene el móvil que tanto anhelaba. ¿No crees?
-Sí, lo creo. ¿Cómo le harás saber…?
…-Le envié un telegrama. A estas horas ya debe de estar contando su brillante triunfo a los medios, y durante las próximas dos semanas todo el mundo se vanagloriará de Ograidye. Creo que a veces me gustaría salir en los periódicos.
-¿Qué piensas sobre Lewis?
-Está chiflado el pobre; creo que necesita mucho descanso y meditar las cosas con calma. Ahora habla fríamente, pero cuando descubra que en realidad ha asesinado a la única persona que lo ha querido en este mundo, comenzará un verdadero conflicto. Creo que tenía graves problemas, pero no soy el indicado para hablar. Lo siento mucho por la doctora Windar y por el profesor Stevenson.
-¿Y ahora? –pregunté inquisitivamente.
-Y ahora, ahora, mi querida amiga –respondió-, creo que será hora de comenzar una nueva etapa en el oficio de investigador. Pero antes, desearía que me hubieran pagado por mis servicios. Tal parece que tendré que contentarme con lo de menor calidad.
No obstante, la conjetura de mi primo fue errónea, ya que al día siguiente nos llegó por correo un paquete junto con una carta.

Estimado señor Evans:
Le agradezco infinitamente que haya podido resolver el asunto para el que le contraté. Sé que usted no saldrá muy promocionado en los medios, pero le estaré eternamente agradecido. Gracias a su intervención hoy conozco todos los hechos con respecto a la muerte de la doctora Windar, y al fin podré guardar su memoria en paz. Como usted dedujo correctamente, estaba enamorado de dicha mujer y sentía un profundo respeto hacia ella.
Nuevamente, le doy mil gracias por su ayuda y me despido cordialmente, esperando que la vida vuelva a cruzarnos:
J.S.

P.S. Como creo que rompí alguno de sus equipos de química le envío, por paquete certificado, un nuevo equipo. Es traído expresamente de Alemania, y espero que le guste.

-Bueno –dijo mi primo mientras abría el paquete-, no puedo quejarme de mi Navidad adelantada. Este equipo es superior al que se rompió.
Al parecer mi primo estaba destinado a errar todas sus conjeturas, pues al día siguiente nos enteramos en el Dayly Telegraf que una secretaria de la universidad de Oxford había revelado que en los días en que se arrestó a Frederic Lewis, había estado allí el famoso detective, Adan Evans. Fue entonces cuando los medios le hicieron una entrevista, que terminó de convencer a todo el mundo de que Adan Evans había resuelto un nuevo caso. Claro, el inspector Ograidye se disgustó mucho por su intento fallido de adjudicarse todo el crédito, pero dentro de todo admitió la autoría de mi primo en la resolución del hecho en cuestión.
Poco más supimos del señor Lewis. Nos enteramos de que se había comenzado a procesar su caso, pero que en medio del papelerío y antes de comenzar el juicio el señor Lewis había aparecido muerto en su celda. No se mostraban trazas de lucha, violencia, o alguna señal de que se hubiera suicidado.
Al leer la noticia Adan se quedó meditante un rato y luego dijo: -Creo que sé la causa de la muerte-.
-¿Y de qué murió? –pregunté.
_OH, si te lo dijera no me creerías; sólo digamos que Lewis se dio cuenta del error que había cometido y comprendió que había asesinado a la única persona que lo quería en todo el mundo. Creo que Lewis no soportó el dolor que le producía esa pérdida.
Ante aquella revelación me sorprendí mucho, y asentí levemente. No volvimos a tener noticias del profesor Stevenson, de la recepcionista, del profesor Hopkins o de la universidad de Oxford. Si bien había pensado mi primo en ir allí cuando se retirara de la carrera, jamás lo hizo y yo no tuve deseos de ir allí como un retiro.
Y estos son los hechos, tan curiosos, que corresponden al misterio del laboratorio.

Fin



Sir Nícolas Vásquez de Aragón.


Hasta que el Universo vuelva a juntarnos; hasta que volvamos a tener curiosidad; hasta que nos encontremos nuevamente para resolver dudas e inquietudes, para ampliar el conocimiento y el saber, para enrriquecernos.
Hasta ese entonces, compañeros, hasta que esta gran aventura vuelva a reunirnos...