domingo, 13 de febrero de 2011

Cupido enamorado.


Cupido se siente triste y cansado. Cada día le cuesta más hacer su trabajo. Lleva toda su vida disparando las flechas del amor, uniendo corazones. Era sólo un niño cuando su madre le puso en la mano su primer arco y le colgó al hombro el carcaj lleno de flechas. Al principio le pareció muy divertido. Si algo faltaba en el mundo era más Amor, eso es lo que mamá siempre le decía. Le encantaba disparar a diestro y siniestro, sin pensar demasiado en las consecuencias. Se daban situaciones realmente disparatadas. Pero tía Atenea le hizo ver su error. Esas flechas tenían dentro uno de los mayores poderes. Un poder que no podía ser usado sin control. Le enseñó que todo poder conlleva una gran responsabilidad. Y descubrió que era verdad. Tenía un sentido especial para saber que corazones tenía que disparar. Y se aplicó a la tarea de unir corazones. Le encantaba observarlos antes y después de que su flecha los hubiera traspasado. Pero llegó un momento en que empezó a plantearse algunas cosas. Supuso que estaba creciendo, porque en lugar de sentirse feliz empezó a preguntarse como sería eso del amor. Sentía que le faltaba algo. Le preguntó a su madre porque él que tanto amor repartía, era incapaz de sentirlo. Su madre se encogía de hombros, eso eran cosas de mortales. Ellos eran dioses, estaban por encima de todo ello. Pero eso no le bastaba, se sentía algo perdido e incomprendido. Y se rebeló, decidió dimitir, colgar el arco y las flechas. No le encontraba sentido en provocar un sentimiento que ni entendía, ni podía sentir. Dejó el Olimpo y vagó por el mundo como un mortal más. Se estableció en una pequeña, tranquila y alejada isla. En una aldea de pescadores donde la gente era humilde pero feliz. El mar les daba todo lo que necesitaban para vivir. Así aprendió a navegar, a echar las redes, a vivir de sus manos. La isla estaba gobernada por un rey, viejo y sabio que vivía en el corazón de la isla. El rey tenía una única hija. Pero necesitaba un heredero. Se sentía viejo, cansado y enfermo. No quería dejar el reino en manos del único pariente masculino que le quedaba, su sobrino, un joven tirano y disoluto. La única solución era que su hija contrajera matrimonio. Pero nadie quería casarse con la princesa. Aún cuando el rey prometió el reino a quien la desposara. Cuando Cupido supo la noticia, se preguntó el porqué no había ningún pretendiente. Los pescadores le dijeron que era porque la princesa había sufrido un accidente cuando era una niña y que su cara quedó muy desfigurada, perdiendo toda su belleza. Nadie supo nunca explicar como había pasado, aunque algunos creían que había sido la nueva esposa del rey, celosa de la belleza de la niña. Pero nadie pudo demostrarlo, y la niña se ocultó de todo el mundo. Desde aquel día nadie la había visto. Por eso nadie se atrevía a pedir su mano. Temían encontrarse con alguien horrible y mostruoso. Al escuchar la triste historia de la joven princesa, Cupido sintió una pena tremenda en su corazón. Y por un instante deseo tener al hombro su arco y sus flechas. Pero como su tía le había enseñado, no podía utilizar su poder a la ligera. Decidió ir a la ciudad y conocer a la joven. Así, quizás, descubriría con qué corazón debía unirla.
Al anochecer abandonó la aldea de pescadores. Mientras se adentraba en el interior de la isla, camino del palacio real, en el aire llevaba una bella y triste melodía. No supo porqué, pero esa melodía le llenaba de emoción el corazón. Quizás porque hablaba de soledad e incomprensión. Cosas que él conocía muy bien. Y muy dentro de él nacía un deseo nuevo. Un sentimiento que nunca antes había conocido. Y supo que esa era la voz de la princesa, una voz tan dulce y embriagadora como ambrosía. Y volvió a ser él mismo, Cupido, el dios del Amor. Y como tal se presentó ante la princesa, que asombrada cesó su canto y corrió a esconderse. Se avergonzaba de su rostro quemado. Pero él había visto lo suficiente. La dulzura y bondad de su corazón, pero sobre todo su tristeza y soledad. Y eso le traspasó el corazón, y en ese momento supo que haría cualquier cosa por hacerla feliz. Y descubrió entonces que estaba enamorado. Se acercó a ella, y la tranquilizó. Le dijo que era la joven más bella que había conocido, y que de eso sabía mucho, no en vano su madre era la diosa de la Belleza. Y que si no se lo creía, podría demostrarlo. Mientras decía esto, sacó un espejo dorado y se lo acercó a la joven. Ella se miró con un poco de miedo, esperaba ver la fea quemadura de su rostro, pero no, allí no se reflejaba. Sólo veía a una hermosa joven que se parecía mucho a ella. Cupido le explicó que era un espejo mágico, y que reflejaba el verdadero aspecto de la gente. Y que así es como él la veía. Y le contó su historia. La habló de su soledad y su tristeza. Y ambos supieron que estaban hechos uno para el otro, unidos ya para siempre.
Cupido comprendió por fin lo importante que era su poder y su tarea. Pues sus flechas unían rápidamente a los corazones que estaban destinados a encontrarse y estar juntos. Corazones que sin él tardarían toda una vida en hacerlo. Y desde ese día jamás faltó a su trabajo. Y al volver a casa, cada noche, le esperaban los amantes brazos de su princesa.

2 comentarios:

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Ooooooooooooh! Cupido enamorado!! (y el día antes de San Valentín, que dónde nos queda ya). Creo que lo mejor del cuento está en la parte en que se mezcla lo mitológico de Cupido con lo legendario de la historia de la princesa. Es una gran mezcla, con una historia así.

Ya que estoy aquí, me dirijo a Nicolás, que si no me equivoco está en el período de exámenes (como yo hasta ayer), así que quiero desearle suerte y darle ánimos.

Un saludo a los dos! (por cierto, tengo pensada una entrada desde antes de navidades, a ver si me pongo a ello).

Nicolás dijo...

De acuerdo. He aprovechado algunos momentos de lucidez de esta máquina como para pasar por aquí, pero mira que tardar casi un mes en contestar a esto...

Punto número uno, mil, mil millones de excusas por la tardanza, queridísima Jengibre.

Y punto número dos, ¡gracias por los ánimos, Fantasmas!

¿Qué más puedo decir que no te haya dicho ya en su momento? Que me parece un cuento genial. Te dije que estaba lleno de una ternura y una dulzura finísimas, y que era refrescante y original, y no sé qué más pueda llegar a decir sobre él. Es hermoso y magnífico, y el salón del estudio está honrado de ser adornado con tan bellísimas líneas.

Así que nada, muchísimas gracias por haberlo publicado y darle vida al mes de febrero en el salón, y nuevamente, mil perdones por la tardanza en contestar a la entrada.


¡Elen síla lumenn omentielmpo!