jueves, 1 de marzo de 2012

Socialismo o La ciencia de la igualdad



Estoy algo cabreado, así que escupiré lo que tenga que escupir por aquí y luego seguiré con lo tocante para distraerme. Quizás mañana ataque liberalismo económico y la semana que viene al positivismo. Ya veremos, según me encuentre.

Damas y caballeros, para que el socialismo funcione es necesario derrotar la individualidad. Porque el socialismo presupone que todo el mundo estará de acuerdo, que todo el mundo tiene igual necesidad, que todo el mundo tiene la misma escala de valores. Si llegamos a eso, a generar un sistema que transforme al individuo en la masa, entonces podremos instaurar el socialismo. ¿A costa de qué?

De nada en general, sólo nuestra propia individualidad y, con ella, las libertades y derechos propios de cada individuo. Porque la igualdad, señores, no es más que la forma amigable de encubrir la injusticia. ¿Que todos somos iguales ante la ley? ¿Que todos somos iguales ante Dios? Pues vale, perfecto. Pero sólo hasta ahí. Ante la ley yo soy inocente hasta que se demuestre lo contrario, ante Dios soy pecador. Pero hasta ahí.

Tampoco soy individualista, pero sí me gusta reconocerme distinto a la masa (ni mejor ni peor, sólo distinto). Porque todos tenemos distintas capacidades, distintos sentimientos y distintas prioridades. Porque todos tenemos características únicas que no se repiten en otro ser humano y que son nuestras. Nuestra conciencia es única e irrepetible, como nuestra mente o nuestro corazón. Los procesos cognitivos son distintos (porque estoy cien por ciento seguro de que no todos escuchamos la misma voz en la cabeza cuando hablamos con nosotros mismos, ¿o no?).

¿Acaso el pertenecer a cierto lugar te hace ser necesariamente como el lugar en el que estás indicas? Tienes sesenta años, vale. Tienes canas, perfecto. ¿Qué problema hay si quieres salir en motocicleta? Tienes cuarenta años, vale. Tienes media vida vivida, perfecto. ¿Qué problema hay si se te da por coleccionar autos y modelos a escala?

El socialismo arrasa con esa concepción, creyendo que a causa de perseguir un fin justo se puede abolir un hecho que es justo en sí mismo. Soy una persona, soy un ser humano; tengo derechos y libertades, tengo una voluntad que puede o no estar de acuerdo con la mayoría. Por qué, si yo he estudiado para ser doctor en física, debo cobrar lo mismo que un licenciado (caso hipotético). Por qué, si yo quiero hacer obras de misericordia con mi dinero, sólo las puede hacer el Estado. ¿No somos libres? ¿Por qué debemos interactuar en una sociedad con pares y adquirir conductas, pensamientos y sentimientos acordes al cuerpo que habitamos? ¿Por qué es tan necesario adecuar mi modo de vivir al común capricho de la masa?

La igualdad aniquila aquello que soy. Luchamos para no ser absorbidos por la masa, y quizá lo logremos. Pero esa lucha está siempre signada por la fuerza mayor, que indica que el derrumbe es inevitable. Podemos estar asustados o sentirnos solos, y lo estaremos. Pero no es lo peor. Peor es la muerte y peor es la muerte de mi libertad.

Si intentas escapar de tu lugar, ser quien tú eres, te perseguirán y te tratarán de loco. Si lo consigues, te aniquilarán. Pero yo, queridos amigos, prefiero morir siendo yo mismo y no vivir habiendo muerto antes mi alma, mi libertad, y habiendo entregado al olvido mi identidad.

(Lo dicho, hoy estaba cabreado, ya se me ha pasado).

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