viernes, 21 de agosto de 2009

El diario

Buenas noches mis estimados lectores, aventureros en el viaje del saber. Sé que los he tenido un poco abandonados, desde hace ya veinti dos días, si no me falla la memoria. Pero después de aquella Odisea como lo fueron los exámenes, traté de alejarme todo lo posible de las responsabilidades. Yo no tomé recesos invernales, ni nada por el estilo. Así que decidí tomar mis recesos invernales en esos tiempos. Y no me dio la gana de venir por aquí, y dejar más material para estudiar. Pienso ahora que no podré cumplir con la sorpresa que os tenía prometida. Pero veré si puedo hacerlo. Y creí que tenía que publicar algo, porque pensaba que de otro modo ya nadie seguiría visitando este blog fantasma, y algo tenía que hacer. La verdad, os confieso que llegué a olvidar que tenía un blog, sí, así de tonto y atolondrado he estado después de mi Odisea.
Desearía pedirles, por tanto, una disculpa a esta conducta. No obstante, esta entrada será aprovechada para algo más. Dejadme dar la bienvenida al salón del estudio a un nuevo bibliotecario. A una persona que he podido comprobar muy inteligente, abierta, y apta para ayudar con la causa de este blog. Notarán, que en el encabezado de los bibliotecarios, hay un nuevo nombre. Aquel que se hace llamar Zalaya que de un paso al frente... Pues entonces, os digo: "¡Bienvenido al salón del estudio! Y que vuestra estancia por esta cómoda salita, llena de comodidades y libros, sea un buen sitio en donde volcar parte de vuestro conocimiento, y aportar un granito de arena". Es así que una nuevo miembro se suma al blog, y yo estoy muy contento de este afortunado hecho. Zalaya es jefe de departamento en la sociedad del misterio, dedicado a las declaraciones e interrogatorios de nuestros villanos de turno. Lo dicho, espero que se pase por aquí, y nos deje parte de su saber que, sin duda, nos será muy útil.
Por otro lado, y para finalizar esta entrada algo rebuscada, se estarán preguntando: "¿Qué tiene que ver todo esto con el título del post?" Bien, paso a explicaros. ¿Les conté alguna vez que soy un escritor aficionado en face de preparación? Creo que sí. Lo que soy en realidad es un adicto a los libros, al que le gusta tanto leer que se cae dormido después de terminar una novela de dos semanas, sin haber pegado un ojo. Y como tal, también he hecho mis exploraciones en el terreno de la escritura aficionada. Pero tan sólo soy un aficionado, que lo hace más o menos bien, pero que puede seguir mejorando. Para hacerlo he decidido tomar un taller de literatura, en el cual estamos tratando de comenzar a escribir. La mayoría de los asistentes al taller, tienen entre cincuenta y setenta años.... y ustedes se dirán: "¡Y este que hace entre ellos!" ¿Yo? Yo soy la mascotita del club, que intenta boquear para sobrevivir en aquel mundo de colosos de la literatura. Son escritores profesionales, la gran mayoría, y tienen ideas muy conservadoras con lo que atañe a la escritura. No toleran que me base en la escuelita inglesa para escribir, y no lo haga siguiendo el patrón latinoamericano de Horacio Quiroga. En fin... Por suerte tengo un par de coordinadores que aceptan mi gusto por la literatura inglesa clásica. Y me dejan escribir cuentos a mi antojo. Hace una semana, me propusieron, o mejor dicho, nos propusieron una consigna. Que tomáramos una pastilla de menta, y de acuerdo al sabor pensáramos y creáramos una historia. Bien, quien me conozca lo suficiente sabrá que odio la menta... Así que los que acaban de enterarse sabrán qué fue lo que ocurrió. No, no les tiré la menta dándoles una sugerencia dándoles alguna sugerencia de dónde la podía guardar. No, lo que hice fue quedarme en silencio, comer la dichosa menta. Y ver qué se me ocurría. Como no se me ocurría nada, no me gusta la menta, oigan, y no creo que algo que no te gusta te pueda dar inspiración para hacer algo; hasta que me llegó una idea. Terminé de tragarme la menta, como buenamente pude, y allí comenzó una nueva semana. Escribí un cuento de tres páginas, que se titula como esta entrada. Y los que lo han corregido y leído han dicho que está bastante bien. Por mi parte lo considero un cuento nefasto, y horrendo, pero que es de mi creación. No me gusta, porque lo hice enojado y cabreado. Creedme, cuando yo me enojo es mejor no estar cerca. Y este cuento lo demuestra muy bien.
En fin, diré, y para resumir, que este es el cuento que he escrito. Ahora tengo otro que preparar para este jueves, así que no sé cuándo vaya a poder darles mi sorpresa. No obstante, me haré un tiempillo. Ya sabeis que quiero que hagais. Lean el cuento, critíquenlo, con certeza y objetividad, pero sin caer en el insulto y la agresión. Den un buen consejo para mejorar, y así todos podremos aprender. Ustedes a detectar estos errores en vuestros escritos, si algún día hacen algo. Y yo a detectarlos también, y cambiarlos en algún día. ¡Espero sinceramente que les guste!
ADVERTENCIA: El cuento que os propongo puede ser doloroso para la gente que tenga o haya tenido familiares, amigos, o algún ser querido en la guerra. A esos posibles y potenciales lectores les digo: "No he hecho esto para ofender, y no lo he publicado por malicia. Lamento si el cuento pudo haberlos llegado a ofender, y me disculpo con extrema franqueza por ello. Temo erir, o haber herido vuestros sentimientos. Y espero que me crean, y entiendan que publico esto como si fuera un cuento, en parte porque amo la literatura, y en parte porque es una crítica social. Por favor, os ruego que me disculpéis si pude haberles ocasionado algún daño, y si creen que este contenido puede llegar a herirlos os recomiendo no leerlo".
El diario


Este cuento está dedicado a las personas que me dieron la inspiración para escribirlo. A ustedes, mis estimados compañeros.


Viernes 19 de febrero 2034
Ginebra, Suiza.

Un nuevo día, un nuevo informe. Este día es igual, e incluso peor, que todos los anteriores. El comandante Strudengert, ha decidido que no dará cuartel a nuestros enemigos. Desde que comenzó esta ridícula guerra el mundo se ha ido al pozo. Ya nadie recuerda ni siquiera porqué esta guerra comenzó, sólo la continúan porque quieren vengar a sus hermanos y padres, muertos en esta masacre humana. Los días son cada vez peores, y ya nos tratamos unos a otros, como si fuéramos perros salvajes. Nos mueve el hambre, nos mueve el deseo y la desesperación, ya no tenemos conciencia. No sabemos, ni recordamos quiénes somos, o fuimos. Porque está claro que ya nadie es lo que era. Veinticuatro años de guerra, por lo que puedo recordar, veinticuatro años ya que estamos condenados a la destrucción del ser humano. Nadie sabe, ni quiere saber la causa por la que peleamos, sólo, peleamos. Combatimos contra el enemigo, y contra nosotros mismos. Pero ya no lo hacemos con ideales ni con afanes. Ya no buscamos un objetivo, ni luchamos con el fervor de una creencia. Ya no salimos al campo de batalla creyendo que nuestras acciones definirán el curso de la humanidad, de nuestro pueblo. Ya no gritamos al morir por nuestra patria o nuestros seres queridos. Ya no lloramos por la pérdida de nuestros amigos. Ya no peleamos por defender nuestras convicciones. No, ahora somos máquinas. Máquinas frías y sin sentimientos que vana pelear como autómatas. Ya no tenemos fervor, ni pasión, ni dolor. Somos robots, en eso nos han convertido estos últimos veinticuatro años de guerra y desolación. Nuestras familias pasaron al olvido, quizás han muerto a manos de nuestros enemigos. Nuestras vidas quedaron atrás, quizás murieron porque nosotros las destruimos. Quizás nosotros, sin saberlo, destrozamos nuestro propio hogar. Pues es obvio que no sólo hemos librado batalla en este mísero país, sino que hemos guerreado en zonas lejanas. La nieve lo cubre todo, todo el tiempo. El frío es penetrante y desconsolador. No da tregua, no damos tregua, y seguimos muriéndonos de frío.
El general ha informado que pronto ganaremos. Ya nadie le cree, porque siempre lo dice, y eso no ha pasado. Cada diecinueve de febrero, año tras año, este estúpido hombre trata de hacernos creer que estamos ganando. Ya todo está perdido, y la suerte tirada. No digo que perdamos algún día, sino, que esta guerra está condenada a no terminar. No habrá ningún bando ganador ni vencedor, porque nadie jamás vencerá ni ganará. Nadie sabe porqué peleamos, y sospecho que el general tampoco lo sabe. Creo que ni siquiera sabe quién es nuestro enemigo. A decir verdad, creo que al igual que el motivo de esta guerra, nadie sabe nada. ¿Quiénes son nuestros enemigos? ¿Contra quién peleamos? Preguntas que nadie puede responder.
Ya no hay tácticas ni estrategias, eso se ha perdido, y ahora es considerado una vieja leyenda. He perdido casi toda mi vida en esta estúpida guerra, pues entré cuando tenía la edad de treinta años. Ahora, si mis cálculos son correctos sólo tengo cincuenta y cuatro años. Arruiné mi vida al entrar en esta guerra, y ahora ni siquiera recuerdo porqué decidí entrar. Quiero llorar, pero hace tiempo que perdí las lágrimas. Quiero gritar, pero hace tiempo que perdí la voz. Quiero volver a ver a mi familia, a mis padres, a mi prometida, y a mi hijo que jamás llegué a conocer. Quiero ver a la familia que pude haber constituido, pero lamentablemente ya no tengo ojos para ver algo que no sea muerte y guerra; ya ni siquiera recuerdo el rostro de mi amada.
Agente John Smith del 34º ejército de Ginebra, suiza.
Dos hombres estaban parados uno al lado del otro, miraban atentamente la fría tundra que los rodeaba. El paisaje estaba nevado, y el paraje estaba carente de todo tipo de vida. Los árboles parecían muertos, y no había un solo silbido de algún ave. El frío era intempestivo y cortante, y respirar una bocanada de aquel aire helado era como comer un iceberg.
-¿De qué oficial sacó esto? –preguntó uno de los hombres. El que estaba a la derecha, y tenía una cinta roja y blanca en el pecho.
-Del oficial Smith, señor –respondió el segundo hombre que tenía muchas medallas en la pechera de su uniforme militar térmico.
-¿Qué cree usted que significa esto?
-Creo que esto significa que muchos de los combatientes están hartos de esto.
-¿Hartos de esto? ¡Esa es su deducción brillante! –Replicó exasperado el hombre de la banda-. ¡Hace años que tuvo que haber dicho eso! Claro que esta guerra estúpida está inquietando a los hombres, y claro que están hartos. Yo, el imbécil que comenzó todo esto, estoy harto. Ni siquiera recuerdo contra quién declaré la guerra.
-Mi señor –dijo conciliador el general Strudengert-, no es su culpa. Esta guerra terminará más pronto o más tarde, y saldremos victoriosos; nos alzaremos en la gloria de… -se interrumpió-. Nadie sabía ya con qué gloria se podían alzar de ganar el conflicto. Hacía veinticuatro largos años.
Hacía veinticuatro años que el país de Alemania, había sufrido un grave agravio, que le había hecho entrar en periodo de crisis. Cuando nadie se lo esperaba, había surgido una alianza con el país menos imaginado. Estados Unidos de América, el país yankee, se había unido con Alemania y querían hacer frente a toda Europa. Así había comenzado una guerra ferozmente librada en terrenos enemigos, que se había prolongado veinticuatro años. Las condiciones de vida comenzaban a ser míseras, ya nadie tenía identidad, la única clasificación era en: enemigos, y compañeros de batalla. ¿Quién era el enemigo? Nadie, absolutamente nadie lo sabía.
-¿Qué vamos a hacer con Smith? –preguntó el que tenía pinta de ser el general.
El hombre de la banda roja y blanca se quedó mirando el vacío un momento, y pensaba en lo torpe y estúpido que era; “No valgo nada –se decía-, soy un…” . No llegó a terminar su hilo de pensamiento; no quería hacerlo. Reflexionó un momento, y luego, con una voz cansada, pero certera, dijo: “Creo que es riesgoso que Smith permanezca más tiempo en el cuerpo; los demás podrán enterarse de sus ideas, y apoyarle”.
-O puede que lo quieran silenciar –acotó el general.
-Es un imbécil, Strudengert –replicó el hombre de la banda bicolor-, no tengo la más mínima idea de cómo un hombre tan rematadamente idiota pudo haberse convertido en un general estratega. Pero ahora que lo pienso –meditó-, esto es una buena explicación de porqué todas las batallas nos han salido como un tiro por la culata.
Cada palabra, cada sílaba, cada sonido que salía de la boca del hombre era un cuchillo cortante, que se enterraba en el cuerpo del general, envenenándolo de odio y rencor.
-Por otra parte –continuó el que parecía de mayor rango-, decía que si dejamos a Smith junto a sus compañeros podrá contagiar su idiosincrasia, y eso conllevaría un amotinamiento. Será mejor acabar con la célula madre ahora mismo, ya que el cáncer entero es mucho más difícil de quitar.
-¿Cómo lo haremos sin levantar sospechas? –inquirió el general.
-¿Y qué me sugiere mi terrateniente estratega? –preguntó secamente el de mayor rango.
-Sugiero que lo asesinemos en silencio, mientras duerme, quizás; y podríamos hacerlo pasar por una muerte natural. Veneno, arsénico, ácido prúsico. ¡O un suicidio! –respondió orgulloso de su ingenio, el general Strudengert.
-¡Magnífico! –respondió irónicamente el hombre de la banda roja y blanca-. Ahora no tengo ninguna duda de porqué hemos fracasado en todo. Lo único que hemos hecho bien es exterminar a los suizos, y apropiarnos de estas tierras como frente de batalla. ¿Acaso no se percata de que si hacemos eso, sus compañeros tendrán más razones para enfurecerse?
-Entonces –dijo Strudengert-, ¿Qué sugiere que hagamos?
-Darle una misión –respondió con naturalidad el de mayor rango-, algo difícil, pero fácil al mismo tiempo. Algo que pueda considerarse piadoso, pero que sea suicida. Algo, que en definitiva, nos haga quedar bien con el resto del cuerpo, y nos permita deshacernos de Smith.
-¿Como qué? –inquirió el general.
-OH, eso es lo de menos –dijo quitándole importancia con un ademán de la mano-. Encomiéndele una misión simple, pero peligrosa. Dígale que lleve un mensaje a los fronteros, para que traigan refuerzos, y suelte los perros la noche de su partida. Diremos que fue el enemigo, y como nadie querrá ver el cadáver todos se quedarán tranquilos.
Después de un asentimiento por parte del general, y de unos pequeños arreglos, ambos hombres callaron, y miraron el cielo gris y acerado que se extendía sobre ellos. Respirando el aire helado y penetrante el dictador de la banda bicolor tenía la certeza de que el mundo se estaba cayendo a pedazos. Escrutó el paisaje con sus fríos ojos de acero, y asintió levemente.
Él tenía razón, y el futuro del ser humano, ya estaba echado.



Sir Nícolas Vásquez de Aragón.

Allí lo tienen, pueden comentar, agregar cosas, hacer opiniones, correcciones, e incluso vuestras observaciones particulares. Nuevamente, me disculpo ante todos aquellos lectores que pudieron sentirse ofendidos con este material. Para los que estéis interesado, el género en que he catalogado este cuento, y a mi modo de ver, es ciencia ficción. Si podéis darle otra categoría en el subgénero de cuento, estaré encantado de oírlas.

Será pues, hasta que el mar de los conocimientos vuelva a reunirnos, hasta que el universo nos encuentre desprevenidos, y atraiga a la curiosidad, al deseo, y a la necesidad de saber, explorar y conocer el mundo, para poder seguir adelante.
"No se es inteligente por lo que se sabe, sino, por lo que se admite no saber".
Sir Nícolas Vásquez de Aragón.

P.S. Para los que estén pensando en que el salón se convirtió en una sala editorial, debéis saber que estoy interesado en que este salón siga siendo igual de objetivo, como siempre. Y que además, tenga algún que otro entremés. Tales como estos cuentos, que son una forma objetiva, o por lo menos, más implícita de exponer opiniones y hablar de uno mismo.
P.P.S. Aquellos lectores que quisieran que alguno de sus escritos, cuentos, materiales, poemas, pequeñas historias, tratados de algo en particular; se publiquen por aquí, y si creen que puede encajar en un blog de estas características. Deben escribir a saladelestudio@gmail.com, y allí veremos cómo podremos solucionarlo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡¡¡¡¡Te has decidido a publicarlo!!!!!!

Me alegro un montón, ya sabes lo mucho que me gusta este cuento. Creo que consigues trasmitirnos y hacernos sentir la desesperación del protagonista, el horror, miseria y destrucción que es la guerra; la estupidez de los que esa manera irresponsable juegan con la vida y la sangre de tantos inocentes en su propio beneficio.

Ya sabes que no te haré una crítica del tipo "te sobra la parte del diálogo" o cosas así. Para mi la lectura es una experiencia casi mística, que tiene más que ver con lo que me trasmite o me conmueve el libro en cuestión que con lo bien que utilice las normas gramaticales.
Y que conste que no estoy diciendo que no utilices bien las normas sintácticas y gramaticales, sólo digo que eso para mí es lo de menos.

Creo, sinceramente, que es tu mejor obra.
Sigue así, por favor, el mundo de la literatura te necesita. Se necesitan jóvenes talentos, que no se ajusten a lo que es moda y escriban con el corazón.

Un saludo y besitos de jengibre.

Anónimo dijo...

Perdón, ¿¿¿donde he dejado mis modales???

Querido Zalaya, me alegro de verte por aquí...

Un saludo también para ti...

Nicolás dijo...

¡Bienvenida por estos lares nuevamente Jengibre! Me encanta volver a verte por el salón del estudio. Gracias por vuestras palabras de ánimo y aliento, y por vuestros elogios. Y tranquila, entiendo lo que quieres decirme.... Agradezco de todo corazón la confianza y la fé que tienes en mí. Por otra parte ten por seguro que no dejaré de escribir, siempre que pueda lo haré. Nuevamente, mil gracias.