sábado, 28 de abril de 2012

No estamos tan lejos, Ray...




«Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro. A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana. (...) —Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-. ¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?(...) —¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario? ¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. (...) Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él. (...) Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. (...) Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna».

Fragmento de El peatón, de Ray Bradbury, publicado en la recopilación de cuentos Las doradas manzanas del sol.

Esta mañana, a eso de las nueve, sonó el teléfono de casa. Estaba a su lado, y por eso atendí con un profundo "Hola". Preguntaron por un nombre, que en teoría es mi nombre (pero que también es el nombre de mi padre, así que técnicamente no mentía cuando dije que yo era el requerido). Esta es la introducción, mis queridos amigos, de cómo me percaté de que estamos viviendo en los mundos de ficción que nunca pudimos creer.

El hombre se presenta como un operario de la compañía de telefonía fija que usamos en casa. Me dice que habré notado, seguramente, que la tarifa de teléfono junto con la de internet es abultada. Dijo los números de las cuentas de los dos últimos meses y me pedía mi opinión. Y un servidor, a todo esto, respondiendo con total descaro "Sí, sí, lo entiendo, es cierto". Entonces ahí el tío soltó la bomba que yo me venía venir.

“Ya que se hace muy costoso pagar esto”, dijo, “queríamos ofrecerle una opción que quizá le resulte más económica y mucho más interesante”. Entonces me dije "Vale, si este tío me dice que me darán el internet gratis, le hago una fiesta y todo". “No sé si lo habrá escuchado en alguna 'propaganda', pero estamos ofreciendo un paquete triple, que consta de tres servicios. ¿Oyó hablaralgo sobre esto?”. Como soy así de tocanarices, voy y le digo "No, en absoluto". “No hay problema, se lo comento ahora. Verá, este  paquete conciste en proporcionarle a usted tres servicios: telefonía fija, internete y televisión por cable. ¿Usted tiene algún servicio de televisión por cable?”. Mi respuesta, como las anteriores (salvo la primera), es otra vez "No". “Entonces quizás esto le interese, porque le ofrecemos el servicio de telefonía e internet, que usted ya tiene, junto con el servicio de televisión por cable, todo por el módico precio de...”.

El tío me sigue comentando las cosas un rato más, listándome beneficios, tratando de hacerme picar el ansuelo, diciéndome que tendré noventa canales de televisión si acepto y, básicamente, regalándome el mundo entero. Siempre a condición de que acepte.

Creo que no lo he contado por aquí, pero mi madre y yo tenemos un convenio. Si llaman de las tarjetas de crédito, de los seguros de vida o de casa, de todo lo que implique gastar dinero... yo puedo fingir que soy mi padre y decirles lo que se me ocurra para hacer que no vuelvan a llamar nunca jamás y nos dejen en paz. Hasta ahora, he sido un profesor de matemáticas con cenilidad, un detective baleado en la pierna en el noventa y cinco, un reciente acólito de la secta de los Hermanos de la Iluminación Luminosa de la Luz Iluminada, un viejo profesor de filosofía con tendencias comunistas guerrilleras, un excéntrico poseedor de piezas de arte (pianos, arpas, violines), entre algunas otras cosas. Así que hoy no iba a ser la excepción.

Si mi padre hubiera estado en mi lugar, habría dicho "¡Sí!" de inmediato. Pero mi madre es un poco más centrada. Eeeen fin.

El hecho es que he terminado diciendo la verdad. Después de la pausa que él inició, él preguntó “¿Qué le parece esta propuesta?”. Y yo fui sincero, muy sincero. Dije un rotundo "MAL".

—¿Usted no está interesado en...?
—No.
—¿Es por una cuestión económica? ¿Quizás el precio se va demasiado...?
—No, no es eso.
—¿Entonces?

El tío ya no estaba ni siquiera fingiendo buena predisposición para engancharme. Y ahí fui rotundo.

—Porque no veo televisión.
—¿Usted no ve televisión? —preguntó con el mismo tono de voz con el que cualquiera (o cualquiese) preguntaría “¿Tú no comes nada en ningún momento del día?”.
—No, trabajo mucho y mi tiempo libre lo ocupo en leer.
—Ah, usted lee —repuso con sequedad. Parecía estar calibrando eso. Se había oído como la respuesta del que dice “Ah, es que estás enfermo y por eso no comes”—. Buenos, señor, siento haberlo molestado.
—No, en absoluto, Gabriel. No ha sido ninguna molestia. Que tenga un buen día. Dios lo bendiga.
—Gracias. Hasta luego.

Y así terminó.

Voy a ser breve y concreto.

No fui muy imaginativo en lo que dije, pero fue la verdad; y fue esa verdad la que lo terminó desarmando. No es que no vea televisión porque no veo. Ni siquiera me siento delante de la caja luminosa para oír las noticias. Vale que algún día vea una película, o de vez en cuando vea un episodio por el ordenador de algune serie que me guste. Pero nunca lo hago con regularidad. Lo que más hago es abrir un libro y leer.

Pero vamos, hombre, que no reviste nada de peculiar ni de extraño. En un mundo que se dice "avanzado", esa debería ser una de las actividades más regulares. Abrir un libro es lo correcto. Encender el televisor y entretenerse un rato no  es incorrecto, pero hacerlo siempre y de continuo no ha de ser muy saludable. 

Leonard Mead vive en un mundo enn el que está absolutamente solo. En el que hay seres humanos (porque el cuento dice que hay vida en esa ciudad), pero en el que no hay ningún sonido humano. Todo el mundo está en sus casas, en silencio, envuelto en penumbra, iluminados de frente por la luz más tenebrosa que haya brotado de las tinieblas del alma humana.

Ese no es el mundo de Leonard Mead, ese no es el mundo del dos mil cincuenta y tres, ese no es el mundo en el que los coches patrulla son máquinas inquisidoras que no entienden cómo un hombre prefiere salir a caminar en lugar de quedarse a ver televisión. No. Ese es nuestro mundo, el mundo del dos mil doce, el mundo en el que un telefonista te pregunta con incredulidad el porqué no ves televisión.

Charlando con una amiga, me parecía estar viviendo en un mundo aparte. Allí en donde ella vive el lunes celebraron por lo alto el día del libro. Aquí no se hizo mención de nada. No digo que allí estén mejor que aquí, pero el hecho es que aquí estamos muy mal.

No haré un ensayo sobre este tema, porque creo que se sobreentiende la importancia que le doy a leer un buen libro y generar un hábito de lectura. Sólo diré que creo que el mundo académico iría un poco mejor si los niños, antes de aprender a usar el mando de la televisión, aprendieran a abrir un libro y encontrar entre sus páginas un mundo flexible y abierto, un mundo que está a una página de distancia, un mundo que se transforma según nuestro capricho y en el que nosotros podemos intervenir cuando queramos.

No me enorgullece tener que contar estas cosas, pero pensé que sería importante rescatarlo. A veces me gustaría que la televisión no existiera durante unos días, un par de semanas o un mes. Estoy seguro de que las cosas cambiarían un poco.

Feliz día del libro a todos vosotros, amigos del salón. Y bueno... no la hice el veintitrés, pero al menos he terminado escribiendo algo relacionado con los libros (y no he demorado un mes en hacerlo).

Au revoir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Nicolás.

Bradbury es un iluminado, un adelantado a su tiempo... no sólo en este cuento, te podría citar algunos más que retratarían perfectamente nuestra sociedad actual y que fueron escritos hace más de sesenta años.

Pero no te creas que por el hecho de hacer una gran fiesta el día del libro estamos mejor que vosotros. Me gustaría saber cuantos de esos libros que se compran ese día son, tan siquiera, abiertos.
Hoy en día, los niños de mi país se conocen al dedillo la vida y milagros de Belén Esteban (o cualquier otro personajillo de un reality televisivo)y no tienen ni idea de quien era D'Artagnan, el Capitán Blood o Julio Verne...
Y la perspectiva de futuro es más negra todavía, con recortes brutales en educación la cosa no tiene viso de cambiar.
Pero que quieres, eso ya va bien para los que nos gobiernan. Es más fácil controlar a un rebaño de borregos que lidiar con librepensadores y soñadores de esos que quieren cambiar el mundo y que son el caldo de cultivo de todas las revoluciones.
La verdad, si ya hubiera habido tv en 1789 ¿crees que habría sido posible la revolución francesa??? NOoooooooo, la gente se habría quedado en casa viendo el reality o el concurso de turno y no habría salido a tomar la Bastilla!!!!

Vaya... ¡¡¡que ha gusto me he quedado después de soltar esto!!!