viernes, 7 de enero de 2011

Harto



A ver. Tengo muchos motivos para estar cansado y saturado en estos momentos. Acabo de descubrir cuáles son las bondades de los servidores que alojan material de descarga, cuando termine de descargar y ver la película que estoy bajando os comento cómo ha ido todo, ¿vale? Pero no quiero quejarme de la lentitud con la que descarga esta cosa. No.

Quizá no sirva de nada gritar algo por aquí, pero al menos es una forma de descargar. Desde ya aviso al público que no es necesario comentar, que no os véis en la obligación de dejar algo por aquí, a menos, claro está, que alguien quiera decir algo, en cuyo caso, el comentario será recibido con la misma cordialidad y el mismo agradecimiento con el que este salón recibe comentarios. Pero lo vuelvo a recordar: este será un post tremendamente cargado de fastidio y mucha mala leche, así que estad prevenidos.

En estos últimos meses, por poner un espacio cronológico, he estado recibiendo muchos golpes bajos que no me esperaría. No de personas, no... Y quizás eso sea lo peor. De algunas asignaturas. Y no es dificultad en contenidos, para nada. Pero por decirlo así, algunas cosas me están tocando las narices en forma inimaginable, y la reacción lógica es intentar que me las dejen de tocar.

Con Física ya ocurrió, pero eso ahora ha quedado atrás. Lo nuevo es Laboratorio I. Golpe bajo tras golpe bajo, y sólo llevo estudiando la primera parte de la asignatura, así que no quiero ver el final. Y lo peor es que me gusta, me gusta demasiado, y quizás ahí esté el meoyo del asunto.

Soy una persona luchadora, eso lo tengo claro. Más de la mitad de mi vida me la he pasado luchando. Pero he pasado la Navidad y el Año Nuevo debatido entre la alegría y cierta desesperanza. ¿En qué? En muchas cosas. En el género humano, en el sistema de valores, en mí mismo, en muchas otras cosas en las que, de habitual, tengo esperanza. Y sí, sé eso de que "la esperanza es lo último que se pierde", pero también sé que hoy no es uno de mis mejores días. No estoy tan triste como la semana pasada, ahí sí estuve gravemente pesimista, pero me siento muy cansado, el fardo se hace pesado, sigo conservando parte de la tristeza de hace unos días y ahora todo se suma a la acidez irónica y al cabreo general. Esto da por resultado, si la ecuación no se equivoca, a un servidor que resuma acritud y no tiene deseos de seguir levantando los brazos. No es eso, es que sencillamente no quedan fuerzas para seguir manteniéndolos levantados.

Sé que mañana, quizás más adelante, quizá más pronto de lo que puedo llegar a creer, seguiré camino adelante, renacerá la chispa de la esperanza y volveré a cantar con la mirada puesta siempre en el mañana. Y quizá recobre el sentido del humor, el ánimo y la disposición que motiva a verlo todo con una luz distinta, a entender que todo es como debería ser, a comprender que debo comprender, a saber que los ennemigos son enemigos en tanto nosotros lo queramos, y que de ellos debemos hacer nuestros maestros, aceptando aquello contra lo que no podemos luchar, porque el horizonte se ha acabado. Y esto es lo que me da esperanza, aunque no lo creáis.

Jode demasiado. Jode demasiado llegar a un punto en el que quisieras que ciertas cosas no hubiesen ocurrido, en el que quisieras que el sistema de cosas que te rodean y delimitan tu modus vivendi fueran diferente, en el que te gustaría dar dos gritos aquí y decir unas cuantas verdades o revelar el corazón. Llega un momento en el que te dan ganas de destrozar una ciudad para conseguir que al menos otro ser humano se pregunte qué diantres te está pasando. Una indirecta cargada de sutileza, como podéis ver.

Llega un momento en que todo lo que lees se te ríe en el rostro, te toca las narices y te remata con un "vamos, ahora intenta hacer algo tú". Y sabes que, al menos de momento, al menos en esta hora, tú no puedes hacer nada, y que luchar sería hacerte un daño mucho más profundo, y entonces comprendes la realidad como un bloque de hielo absurdamente pesado. Y frío.

Lo peor llega cuando todas las demás cosas que estaban quietas, que te molestaban, pero que aceptabas pacientemente y con mansa alegría, tratando de mejorar aquello, comienza a revelarse también. Las viejas heridas se abren, y los nuevos hechos que deberían ser afrontados con una afable sonrisa y la disposición de cambiar la forma de verlo, cae como cosas que ya no puedes seguir tolerando. Y sabes que luchar sería dañarte. Y sabes que entonces tienes que intentar descargar eso en algo que no sea destructivo, y terminas escribiendo poesía triste, o hablando de la dominación mundial, o rayando la idea de que no nos vendría mal estar bajo un imperio napoleonista (exageración, como siempre). Y me doy miedo.

Por eso, al final la mochila se hace tan pesada, tan insufriblemente duro, que no te dan ganas de seguir adelante, ni de sostener los brazos arriba, ni de seguir creyendo o teniendo esperanza. Al final todo se convierte en una maldita estupidez que no tiene sentido. Al final terminas abandonando hasta las últimas tablas de salvación. Y al final terminas viendo la realidad de las cosas: esto es lo que hay. Hay maldad. Hay angustia. Hay muerte. Hay desesperación. Hay adicción. Hay comerciantes. Hay comunistas. Hay capitalistas. Hay payasos. Hay incompetentes. Hay gente gris. Hay nada.

Y henos aquí, en el momento en que ya no tienes ganas de hacer nada, y preferirías pasarte el día recostado mirando el techo, sufriendo como Tom Sawyer, pero sin detenerse, sin dejar de deleitarse en el amargo regusto de haber llegado a la más sublime de las conclusiones.

Estoy harto. Harto de todo. Porque llega un momento enn la vida en que comienzas a reflexionar y comienzan a surgir preguntas como "¿por qué levantarse?" o "¿por qué seguir caminando hacia un lugar que no sé si estará allí?". O sencillamente "¿por qué seguir esforzándome en un sueño que hace mucho se ha roto, en una vida que ya no volverá a ser la misma, en una maldita ilusión infantil que se acabó mucho tiempo atrás y que sólo hoy comprendo de su final?". Porque en estos momentos estoy casi seguro de que así sucederá. Sortearé lo último como pueda, y luego, más adelante, me toparé con la implacable pared que no he querido ver en tantos años, que sólo ahora, cuando se aproxima, puedo ver con claridad. Olvido que más adelante seguiré porque yo quiero, no porque me lo imponen, y ahí ya nadie se preocupará por mí, ahí ya no habrá autoridad que valga para defender a un joven y a sus sueños. Ahí estará simplemente el grito como ladrillos: "No se puede hacer nnada más". O bien: "Usted no debería estar aquí". O bien: "¿Nadie se lo dijo antes?". O bien: "Deberá vérselas usted mismo, aquí yo no tengo ningún motivo para ayudarle". Porque estoy en un cien por ciento seguro que nadie querrá ayudarme, porque sé que siempre he sido una mesa más, porque sé que nadie podrá confiar en alguien como yo para ser algo inalcanzable.

Porque sé que cuando me vean soltarán unas estúpidas risas disimuladas y el pensamiento los llevará a decir ¿cómo?"... Porque nadie se detiene a contemplar los sueños de otra persona. Menos los de una mesa gastada y sin mucha utilidad. Tener entusiasmo y arriesgar todo por un sueño alocado no sé si funcione, no sé si sea necesario.

Porque estoy seguro de que llegará el momento final, el momento de enfrentarme a lo que no he querido ver, a lo que quizá debía haber atendido antes de embarcarme en el buque. Quizás es que hoy esté desesperanzado, quizás es que no esté de humor, pero creo que muchos me han dicho la verdad, y yo me he molestado porque no quería verla. Llega un momento en que la contundencia de la evidencia te hace bajar la cabeza y rendirte.

Quizá tenga que abandonar este estúpido camino que me llevará a un estúpido paredón del que ya he sido advertido y que no he querido comprobar, hacer marcha atrás e intentar un sendero más fácil, más cómodo y menos doloroso, aunque aún prevalesca el dolor de ver cómo el maldito destino te arrebata un sueño infantil. Pero quizá es que incluso los sueños infantiles hayan nacido para ser destruidos con el paso de los años.

Y también estoy seguro de que mañana, quizás dentro de un rato, me arrepienta de haber escrito todo esto, pero ahora mismo, en este preciso instante, la concepción que tengo del mundo, de la realidad y de la ficción es esta. Es un negro nubarrón en el que ni siquiera dos rayos de sol podrían penetrar.

EStoy harto. Veré si perdiendo el juicio puedo volver a tener esperanza. Y ya para terminar, deseo que la doma siga el mismo camino que la tauromaquia. En serio. Eso refleja claramente que la civilización no merece llamarse así.

P.S. ¿La tauromaquia terminó prohibiéndose, verdad? Es que no me enteré de mucho.

P.P.S. Au revoir.

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