Reflexiones sobre un colectivo
Cuento dedicado a mi pequeña princesa, porque hay que tener mucha paciencia para tener un hermano como yo.
El sol brillaba en lo alto. Pero el sol no iluminaba el mundo.
Nadie hablaba. Pero había muchos murmullos.
No había nadie. Pero el colectivo estaba lleno de todo. Lo triste era que ese todo ni siquiera era el silencio. Había nada.
Mil personas estaban sentadas en los asientos, por cientos y por doscientos. Pero nadie estaba sentado.
Se decían mil palabras. Pero no se decía nada.
La vaciedad aturdía con ruidosa monotonía, y la dolorosa repetición de lo prosaico agobiaba el alma inquieta. Mi alma se veía presa en una cárcel sin cadenas, en una tortura sin azotes, condenada eternamente, en la eternidad de ese viaje en colectivo, a reducirse a los banales asuntos, a degradar el amplio cielo nocturno para el que fue creada al palabrerío insulso y sin sentido.
Parecían que todos tenían compañía, pero ¿cuánta era la compañía en compañía del no ser? ¿Quién era allí realmente, quién era yo de verdad? Parecía todo tan ameno y grato, todos tan unidos y acompañados...
¿Con qué podía acompañar mi vida, si la compañía de la vida se resume en un minúsculo teléfono?
En ese silencio cargado de estropicio (pues el callar de todas las voces es consuelo y descanso, mas el callar de las voces que dicen algo y el aturdir de las voces que dicen nada no es silencio, y es peor que la hermosura que es la nada cuando es realmente), resuena un destructor de la belleza. La casi música que asecha, otras cadenas que oprimen y aprietan. Tan angosta se vuelve la vida cuando estamos ligados a eso...
Esclavo el hombre es de un pequeño artilugio. Quizá lo ha sido siempre, pero ahora es mucho peor.
Porque ahora el colectivo atraviesa la ciudad de la noche, los tiempos de la penumbra del ser, en que el alma, vacía y hueca (aunque podría decirse que llena de lo innecesario, pues vacía sería decir "un alma vacía de todo y predispuesta al todo") se ha ido lejos del esplendor de antaño, y ahora vagabundea en los callejones de lo profano y lo soporífero... Mis esperanzas de que el hombre eleve la vista a las estrellas menguan más a cada noche.
Por la noche espero sentado, quiero ver que alguien suba al techo como hago yo, y al alba lloro angustiado por la destrucción de toda esperanza. Pero... ¿Por qué esperar más? Porque cruel tormento es a veces esperar sin razón, pero es mayor dolor para el hombre no esperar, o esperar que nada ocurra.
Pero todos han llegado ya a su destino, a su última parada. Todos que eran nada, porque en nada los han convertido, han descendido del ómnibus y se han dedicado a seguir sus vidas en el fragor de un ruido terrible. Porque este ruido es un ruido mudo, ruido agónico y perpetuo que no cesa, y que atosiga y aprisiona.
Tantas vidas ha visto correr este pobre colectivo. El chofer también ha desaparecido. Pero el colectivo sigue en el camino. El sol se ha puesto en el lejano horizonte. Ahora otra oscuridad y otra noche bañan la noche que era antes.
Puede ser la noche de mi alma. Puede ser la noche de mi vida. Quizá la oscura noche del cansancio de la fatiga. La mochila, fiel amiga, siempre a mi espalda, ahora pesa como un fardo cargado largas horas. El abrigo de pronto no retiene el suficiente calor.
Miro a través del cristal de la ventanilla, y sólo una fría niebla es lo que veo. La gris y mortecina luz de la madrugada envuelve el colectivo. Un colectivo en donde, ahora sí, estoy solo y no hay nadie ni nada.
Esto es el verdadero silencio, pues no es el no decir de palabras atestadas del todo que no es.
El colectivo sigue marchando, aunque nadie lo conduzca; el colectivo sigue marchando, mi alma está en penumbras. Allá adelante el camino no se divisa, y no sé por dónde voy.
Y sigo marchando. Ahora sin nadie. Sigo marchando. Ahora con un temor sobrecogedor. Veo como puedo un número de cuatro cifras en el cristal del lado opuesto al mío. El traqueteo es constante y me hace zarandear, por lo que difícilmente puedo procesar con claridad lo que acabo de leer.
Lo leo otra vez y vuelvo a hacerlo. Repito varias veces la lectura, como si quisiera estar seguro. Siete caracteres, tres letras y cuatro números, me devuelven una mirada impertérrita.
Poco a poco comprendo, no sin estupor, no sin ansiedad, no sin una inquietud que me turba, no sin incertidumbre, que el colectivo que aún hoy traquetea...
... hace tiempo llegó a su última parada.
Heredero de la Noble Corona de los Patos del Contaminado Lago de los Patos
En principio la idea nace de un viaje en colectivo y de estar muy aburrido. La idea original fue la de hacer algo al estilo del realismo mágico de Cortázar o de Borges en cierta medida, algo más reflexivo y multifacético, como distintas formas de apreciar la definición del viaje en colectivo (que en España se dice "autobús", según creo). Puede ser una verdadera noche, o puede ser noche en pleno día, y esto último por varias razones.
Algunas reflexiones son propias, otras no lo son tanto. La idea del celular (o móvil) nace de haber escuchado no menos de siete veces el celular en el viaje que hice sobre el colectivo. Esto me recordó, en cierta medida, a El asesino, de Ray Bradbury, aunque hay un texto de Cortázar (Preámbulo a las instrucciones de dar cuerda al reloj) que también me sugiere el concepto de ser regalado a la tecnología.
La idea original era que el relato terminara con algo escalofriante y misterioso, y la idea de un colectivo desierto en medio de la niebla y a las cuatro de la madrugada, andando hacia la nada y sin nadie dentro, fue lo mejor que se me vino a la mente. No obstante, el simbolismo quedaba a elección del lector. Pero cuando recordé El peatón, también de Bradbury, y ese ambiente de desolación, y en gran parte el capítulo de los túmulos en La Comunidad del Anillo, de Tolkien, la idea de un giro "cienciaficcionista" era inevitable. Cambió en cierta medida el título del cuento (en un principio deseaba titularlo Facetas de un viaje en colectivo), pero creo que esto me satisface en gran medida.
Esta es la historia del cuentito.
Y aquí algo que he dicho siempre. Siempre me he manifestado en contra de etiquetar a un cuento de distintas categorías. En gheneral porque no todos los cuentos son lo mismo, no todos comparten características semejantes, y, lo principal, los cuentos son obras de un autor que (más que nada) sólo desea volcar lo que es en el papel. No se pone a considerar en ddónde quedaría bien etiquetado, sino que sencillamente lo escribe y luego se ve con qué otros cuentos puede estar emparentado, cuál es el marco literario que tiene o qué línea sigue. Incluso a qué cuento responde o a qué autor contradice. La cuestión es que toda etiqueta se pone por una cuestión comercial más que por una cuestión literaria, aunque hay quien pueda decir que esto no siempre es así.
Este cuento puede ser fantástico o de ciencia ficción. El elemento extraordinario que se introduce al final define esta línea. En este tipo de cuentos (ciencia ficción y fantástico) siempre se introduce algo extraordinario y que no estaba previsto, la mayor diferencia entre ambos estriva en que el cuento de ciencia ficción ofrece una explicación que clarifique el hecho extraordinario, en tanto que el cuento fantástico deja que el lector piense lo que quiere (y en ciertos casos que piense que está muy confundido y angustiado por no tener una respuesta clara).
En el cuento no se ofrece una explicación, y yo tampoco la tengo (mucho menos me pondré a hacer una). Pero lo considero tanto de ciencia ficción como de fantasía. O bien lo escribí con intención de homenajear a un escritor de ciencia ficción y terminó saliendo algo de fantasía. O vedlo como queráis. Yo, por si acaso, y como el límite que separa la división de los estilos literarios es tan discontinuo como difuso, he puesto ambas etiquetas para conformar a la humanidancia. Por lo tanto, seamos felices.
Como siempre, sabéis que este blog se caracteriza por estar abierto a las opiniones, a lo variado y también a las críticas que ayuden a mejorar. Ser despiadado es ser franco y no dejar de decir lo que sentimos sólo por quedar bien. Ser un crítico es saber ser imparcial y justo con lo que se valora estéticamente. El relato sigue abierto a vuestros comentarios, sugerencias, calificativos (e incluso se aceptan tomates y huevos pasados).
1 comentario:
Interesante el cuento, me recuerda a una mezcla entre Bradbury, Gaiman y Rafael Dieste, interesante eso sí.
Publicar un comentario