miércoles, 14 de abril de 2010

Anécdota (ni yo recordaba que tenía esto)




Anécdota

Un homenaje al sutil humor británico y a Sir Arthur Conan Doyle. Porque siempre me pareció que Watson no gozaba de mucho humor y que Holmes, si bien era frío para muchas cosas, gozaba de un humor… bastante peculiar.

He mencionado en alguna parte de estos anales que en dos ocasiones —en “El hidalgo de Reigate” y en “La aventura del pie del diablo”—el señor Holmes, quien me honró durante muchos años con su amistad, había sufrido por exceso de trabajo un antecedente de colapso nervioso. Su organismo estaba enteramente destruido. Esto se debió más a su obstinación y ferviente empeño en no tener una vida regular y tranquila, más que por cualquier otra causa. En síntesis, diré sencillamente que como única solución de estos pequeños problemas físicos de mi amigo, que tenían como consecuencia una posible pérdida de sus facultades, tuvimos que abandonar nuestras habitaciones en el viejo departamento de Baker Street, e ir a pasar un tiempo reponedor a la campiña inglesa. Como esas aventuras ya se han contado en los relatos que ya he mencionado, no los recordaré; aunque hubo, sino me falla la memoria, otra ocasión en la que nos vimos obligados, por una y otra causa, a abandonar no sólo Londres, sino también la misma Inglaterra.
Nuestras andanzas de solteros nos llevaron en esta ocasión al país argentino, lugar en el cual he podido observar muchos comportamientos peculiares que discrepan un tanto con la refinada conducta inglesa. No obstante, nunca en mi estadía allí dejé de notar una cosa, como suele denominarse allí a lo que es impreciso, que me hizo pensar y sentir que esa tierra era en algunos aspectos especial y distinta a la tierra que se pisa del otro lado del charco. Pero son meros detalles carentes de importancia a lo que voy a narrar ahora.
Habíamos ido sin ninguna referencia exacta y como tenía experiencia, fruto de la campaña en Afganistán, fui prevenido contra posibles desavenencias que podían darse por el hecho de que estábamos a punto de entrar en una tierra enteramente desconocida para mi amigo y para mí.
De esta manera empaqué con migo las pertenencias necesarias para acampar de una manera cómoda y práctica, y así fue como llegamos a un bonito campo abierto; si no me vuelve a fallar la memoria, recuerdo que se trataba de la Villa de Carlos Paz, en la provincia de Córdoba de la Nueva Andalucía. El lugar en sí mismo no importa mucho, pero este acontecimiento servirá perfectamente para detallar las dotes deductivas de mi amigo, y mi propia estupidez.
Nos hallábamos pasando la noche bajo las estrellas, en un bello prado cercano al río, cuando después de la cena y de una buena botella de vino nos propusimos dormir. Entramos dentro de la carpa y nos recostamos cada uno en nuestros respectivos sacos de dormir. No tardé en conciliar el sueño, aunque no tengo idea de cuanto habrá tardado mi amigo en cerrar los ojos. Tengo la certeza, no obstante, de que por lo menos durmió un par de horas aquella noche. Esto lo sé porque cerca de las tres de la mañana, el señor Sherlock Holmes me codeó y urgió para que me despertara. Medio apabullado por la modorra me di vuelta en mi precario lecho y ví aquellos ojos grises y penetrantes, mirándome fijamente, aunque también noté muy en el fondo de aquellos mismos ojos escrutadores un dejo de sueño y fatiga.
—Watson —me dijo—, ¿está usted dispuesto a mirar arriba y decirme lo que ve?
Ante esta inquisición me ví más apabullado que antes; y, como conocía de sobra el accionar de mi amigo, que consistía en hacer cosas que para mí o para cualquier otra persona no tenían ningún significado, pero que para él siempre tenían un porqué, no dudé un solo instante en responder a su pedido.
—Claro es que no tengo ningún problema en mirar hacia arriba —contesté.
—Entonces —prosiguió—, ¿por qué no lo hace de inmediato?
Entonces me senté en mi bolsa de dormir y levanté la vista hacia el cielo nocturno. Estaba plagado de estrellas.
—¿Qué ve? —preguntó.
—Veo las estrellas —contesté, un tanto asombrado de lo trivial del asunto.
—Y entonces… ¿qué deduce usted de ello, mi querido Watson? —Volvió a inquirir.
Con un asombro mayor, no dudé en responder, pero a la vez pasó por mi cabeza la idea de tratar de impresionar a mi amigo con mis propias cualidades, como lo hice al analizar cierto bastón de cierto doctor que cierta vez fue a buscar el consejo de mi amigo, en cierto episodio que ha quedado registrado con el nombre de “El sabueso de los Basquerville”.
—Bueno —comencé—, deduzco, analizando el hecho desde un punto de vista astronómico, que hay infinidades de galaxias y millares de estrellas, y, a su vez, que hay billones de planetas de distinta composición y en los cuales pueden desarrollarse infinidad de acontecimientos extraños y que escapan a nuestra razón. Desde un punto de vista teológico, deduzco que la fuerza y el poder de Dios son tan enormes que es capaz de crear esto y de darnos la posibilidad de que dos criaturas, fruto también de su creación, puedan contemplarla y a su vez sentirse pequeños y minúsculos ante su bondad y extremo amor. Desde un punto de vista meteorológico, deduzco que mañana tendremos un clima perfecto, un día despejado y límpido. Desde un punto de vista cronológico, deduzco que deben de ser aproximadamente las tres y quince de la madrugada. Y desde un punto de vista astrológico, deduzco que, por la incandescencia de Júpiter y de Marte, hay una conjunción con sagitario y Escorpio —concluí, sintiendo muy dentro de mí un profundo sentimiento de autosatisfacción y suficiencia. Creyendo que había impactado a mi amigo, pregunté—: ¿Y usted, querido Holmes, qué deduce?
A esta pregunta siguió un largo silencio, que fue interrumpido por la respuesta de mi compañero.
—Deduzco, mi querido Watson, que se le ha borrado de la cabeza un antiguo y lejano axioma, el que decía que las circunstancias más extraordinarias son las que más comúnmente tienen la explicación más sencilla, como en el caso de “El hombre del labio retorcido”.
—¿Y por qué deduce usted eso? —pregunté, asombrado de ese comentario tan ofensivo.
—Deduzco eso —respondió— porque veo, Watson, que se ha esforzado por sobre manera de deducir grandes cosas, y se ha olvidado de deducir la más sencilla y esencial; la cual, por cierto, yo sí logré deducir.
Y un poco contrariado y acalorado, le pregunté:
—¿Y cuál es esa deducción tan sencilla y brillante que ha logrado conseguir y que a mí se me pasó por alto?
—La más sencilla, mi querido doctor —repuso al tiempo que soltaba una estridente carcajada—. Nos han… HM… ¿cuál es la expresión que usan los nativos de esta tierra? Ah, sí: nos han “afanado” (1) la carpa.



Fin.




Sir Nícolas Vásquez de Aragón.


(1): Expresión lunfarda que expresa la acción de robar o hurtar. Usada generalmente en Argentina. Ejemplo: “Nos han robado la carpa”. “Nos han afanado la carpa".


Esto es, si las definiciones no me engañan, una especie de cuento (aunque también entraría en la no-categoría de Fanfiction). Por el momento yo me contento con decirle "mi cuento en el que aparecen Watson y Holmes haciendo una especie de comedia".
Como dice el título, hace un montón de tiempo que lo tenía guardado, y llegué a olvidarme de qué trataba. Por la forma de redacción y la nula puntuación con la que lo encontré, me arriesgaría a decir que se alza con el título de una de mis primeras obritas. Cuando lo leía, lo recordé absolutamente todo. Creo que lo debí hacer en febrero del dosmil nueve, tras haber leído un chiste brevísimo en mi libro de Lengua de tercero. En él sólo salía la parte graciosa, y me dije "aumentaría la gracia del asunto, si el lector se enfrentara a la perspectiva de una aventura convencional de Sherlock Holmes". Así fue como nació la idea y luego lo puse en papel.
La parte de humor, como algunos ya podrán apreciar, por tanto, no es mérito mío, con lo que debo hacer esa aclaración para evitar ser demandado. Como siempre que trabajo con Sherlock, también he de deciro que hace más de cincuenta años de la muerte de Doyle, y que, por tanto, puedo usar estos personajes sin ningún beneficio más que la satisfacción de escribir y de divertirme un rato.

Pero en serio, no sabéis la cantidad de horrores que tenía. He tratado de respetar la idea original, pero he tenido que suprimir ciertas expresiones mal construidas, arreglar muchas oraciones y modificar muchas otras cosas. Con la práctica se aprende, ¿no?

Como siempre, se esperan sugerencias y queda abierto el espacio para cualquiera de vuestras opiniones. Y sí, lo sé, es un cuento más raro que el otro (sobre todo tomando en cuenta el anterior cuento que publiqué por aquí), pero bueno... a veces es bueno ponerle algo de humor a la vida.

¡Elen síla lumenn omentielmpo!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Nicolás.

¡¡¡Muy bueno y divertido!!!
Pobre Watson, siempre a la sombra del genio y esforzándose por estar a la altura. Con tanta presión no me extraña que se le pase lo más obvio.


Besitos de jengibre.

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

ajajajaja la verdad, el final me cogió desprevenido (hasta un par de frases antes ni me lo olía) xD. Muy bueno, sí señor, muy bueno. ¿Es que todos los detectives tienen a un "inepto" al lado?? xD Muy bien llevado el relato, por cierto.

Nicolás dijo...

Querida Jengibre, amigo Fantasmas, muchas gracias por pasar y leer un relato que yo consideraba tan poco meritorio de salir por aquí. No, en serio, que tuve mis serias dudas, por el hecho de que el chiste ya es muy conocido en vuestra tierra y que no tiene mucha originalidad que digamos. Por esto mismo, ¡muchas gracias por tan buenas valoraciones!

Jengibre: ¡Me alegra que te haya parecido divertido! Si te he sacado una sonrisa con el relato, me doy por realizado. Y sí, durante los primeros años, Watson estuvo muy opacado con la genialidad de Holmes, pero en los últimos años de asociación ya comienza a agarrarle la mano a los métodos de Sherlock y es capaz de seguirle las deducciones hasta el más elevado grado. Incluso luego se ponen a comentar las deducciones sobre un cigarrillo de cierto inquilino misterioso.
Y sí, bajo presión es difícil que Watson logre encadenar un pensamiento lógico. Es que Sherlock guarda trucos bajo la manga y se lo pregunta como si la respuesta necesitara una corroboración de cien centímetros.
No creo, además, que le moleste quedar en las sombras. Por lo que se ve en los relatos, Watson disfruta más siendo un espectador y viendo cómo se desenvuelven los hechos que ayudando; alaba a grados inimaginables (sobre todo después de El signo de los cuatro) las capacidades de Holmes. En su último saludo sobre el escenario dice, también, que en los últimos años él le ayudaba a suplir fallas de memoria anotando siempre lo más escencial y los detalles más insignificantes en una libreta (la típica imagen que se nos presenta en las adaptaciones). Creo, no obstante, que entre Sherlock y Watson, como se demuestra en La aventura de los tres Garridebs, mantienen una amistad sólida y duradera, una especie de vínculo que no se rompe. En este cuento Holmes casi podría haber tirado abajo una casa con la ansiedad y la preocupación que le entró cuando le dispararon a Watson (un disparo superficial), y hay que ver la amenaza que le profiere al tipo que dispara, es expeluznante y desde entonces no me quedan dudas de que es menos frío de lo que quiere hacer ver.

Fantasmas: Nuevamente, me demuestras que mantengo la sorpresa y la expectación, y eso es como decirle a un pianista que tiene dos manos derechas XD Es uno de los mayores alagos que he recibido.
Ahora me pongo un poco profesor y dictamino: "En los relatos policiales clásicos, se solía incluir en pareja con el detective a un personaje que hiciera el papel de tonto o confundido. De este modo, como al poner el color violeta y el color amarillo al lado, se daba un mayor contraste y se podía apreciar (o exaltar) las capacidades deductivas del detective que habrían quedado menguadas de haber tenido un compañero igual de sagaz". Es un truco (sí, como el de los magos) que consiste en lograr poner el acento sobre el detective y hacerlo parecer el más grande de todos. Y me reitero, muchísimas gracias por el alago, es una verdadera satisfacción.

Nicolás dijo...

A Jengibre otra vez: He hecho un cuento algo gracioso para rebatir un punto que Arthur Conan Doyle olvidó; el nunca incorporar algo de humor. Agatha Christie demuestra muchas veces y muy sutilmente el delicado y refinado humor inglés, tan sarcástico y moderado (una delicia para el buen gusto). Sin embargo, y esto lo admito, Doyle pone muy poco (casi nada) de humor en sus obras, y cuando lo hace... bueno, como que el humor que usa Holmes es bastante peculiar y discrepa un tanto con la elegancia (pero vamos, Holmes no se caracteriza por esa facultad, precisamente).

Y ahora otra vez a Fantasmas: Sobre tu pregunta de "¿acaso todos los detectives tienen que estar acompañado por un inepto?". Estoy tratando de romper con eso en los cuentos de Adan Evans. Considero que Sherlock Holmes es el perfecto arquetipo de detective, aunque Conan Doyle lo ha dotado de muchos momentos en que actúa como un... GaryStu. Lo veo demasiado perfecto en ocasiones, si bien en otras tantas se equivoca. Citando a Watson: "Era en los momentos en que no sabía qué hacer en los que más se lucía, pues de alguna forma encontraba una nueva salida". Lo primero que intento hacer entre Adan y Cath es eliminar eso del detective sagaz y el detective incompetente. Cath resultará mucho más activa que Watson y rivaliza en ingenio con Adan, lo cual me parece algo inovador. Espero que Adan pueda lucirse sin tener que estar al lado de un compañero inepto, porque entonces se pierde mucho de la escencia del detective. Lo segundo será no hacerlo perfecto. En algunos momentos dudará, en otros errará, en otras circunstancias no sabrá que hacer y (spoilier) en un momento de su carrera fracasará de forma rotunda (fin de spoilier). Y en tercer lugar, como le digo más arriba a Jengibre, ¡intentaré de que, por Dios, haya más humor inglés que en los cuentos de Doyle!

¡Elen síla lumenn'omentielvo!
Lo que se traduce en ¡saludos de Elfo!

Nicolás dijo...

P.S. El truco de los magos consiste, ahora que releo y veo que no expliqué, en hacer que las miradas del público se dirijan casi siempre a la hermosa acompañante del mago para que este último pueda hacer su truco sin demasiada presión. Hablando de magos... hace un tiempo había un programa en donde explicaban los trucos y enunciaban algo así: "Este es el programa que más temen los magos del mundo. ¡Un programa en donde quedan al descubierto sus secretos más profundos!". Lo cierto es que, si a un escritor le hicieran un programa en donde develan a la audiencia todos los detalles de su novela, el escritor se va a poner fúrico por ver tan spoileada a su obra XD Me figuro que así hubieron de sentirse los ilusionistas de todo el mundo... XD Eso sí, no sé si el programa era verdadero, pero estaba bastante bueno.