Tomó entre sus manos la gastada pipa de arcilla negra que lo había acompañado durante muchos años y la llenó. Era cierto, se ponía cada día más viejo y los achaques le impedían fumar como antes; pero ¿qué haría si no? Sus cansados ojos grises miraron hacia el fuego de la chimenea mientras fuera, en el resto del mundo, las pesadas gotas de lluvia caían en la fría y ventosa noche de la campiña.
El sonido que producía la combinación entre el chisporroteo del fuego, la lluvia al caer en el tejado y el sonido del viento golpeando los árboles tenía un efecto catártico en su alma. Comenzó a recordar todos los momentos de su vida. Sin pretenderlo, miró hacia atrás y sólo le dolía una cosa.
Por su arrugada faz resbaló una lágrima que le fastidió sobre manera. Luego soltó una pequeña risa. Se había pasado tantos años intentando no sentir absolutamente nada, y sabía muy dentro de sí que nunca lo había conseguido. Apretó una mano para reprenderse por pensar en aquellas cosas, pero el sentimiento de vacío volvió a invadirlo sin que él lo deseara.
Había sido una buena vida, no habría podido ser mejor, pero en ese momento sólo algo estaba mmal. Él ya no estaba, hacía mucho tiempo que no estaba. No recordaba bien cuánto exactamente (la memoria le había empezado a fallar), pero sabía a ciencia cierta que habían sido muchos más años de los que deberían haber sido.
Quiso creer que seguían siendo los mejores amigos en el departamento de Backer Street. Quiso creer que de un momento a otro llegaría Lestrade o Jones o Greckson y tendrían que salir a patearse los adoquines. Quiso creer que no estaba solo en un universo tan basto. Pero su imaginación no lo pudo arrastrar hasta eso, y volvió a llorar.
Quiso mirar a las estrellas para ver si encontraba rastro de él en algún sitio. Pero el cielo de la noche estaba nublado. Dentro de sí oyó una voz, semejante a la suya, una voz curiosa que preguntó: "¿Qué le ocurre, Holmes?".
Elevó las comisuras de los labios como esbozando una pequeña sonrisa. "Es trivial, mi querido amigo", respondió al aire, "me he quedado solo y le echo de menos". Después de unos momentos inquirió: "¿Está usted bien?". Nadie respondió. Fue entonces cuando asintió tenuemente y dijo: "¿Sabe qué, mi querido Watson? Tenía razón, no debí haberme inyectado esa solución al siete por ciento, ¡mire los efectos!".
Se golpeó la cara con las manos y se quitó las abejas de la cabeza. Apagó el fuego y se incorporó, encaminándose a su habitación.
Sin saber el porqué (algo que ocurría muy pocas veces en su vida), apoyó la cabeza en la almohada y se durmió profundamente, como hacía mucho que no dormía. Se perdió su consciencia en la inmensidad del inconciente, dejándose llevar de paseo por los arcanos misterios del sueño...
Después de mucho tiempo sin publicar, creo que va siendo hora de retomar esta antigua costumbre en el salón del estudio. Supongo que esto ha salido en el momento, creo que debía escribirlo por alguna razón. Y sí, lo sé, sé que dije que nunca más incursionaría en el fic, pero bien llevado no resulta ni agobiante al escribirlo.
Por si alguno de los lectores habituales de esta bitácora no se ha enterado (y de paso para hacerle publicidad, qué tanto), en Los cuentos del hada Jengibre se ha publicado un cuento de manofactura propia y dedicado especialmente a nuestra querida Jengibre, amiga y colaboradora de este modesto proyecto. Es uno de los primeros policiales que me animo a publicar tras largos meses sin hacerlo, así que me ha parecido conveniente dárselo en "madrinazgo" (hem... ¿eso es posible?) a la inspiradora del mismo, una investigadora excepcional y una narradora fantástica.
Y como siempre, lo que quieran decir del relato, será siempre bienvenido y tomado en cuenta para seguir mejorando de a poco.
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